Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 37

Pasaron la noche en una bonita tienda pintoresca y al día siguiente muy temprano salieron en compañía de un indio que les sirvió de guía para llevarlos a las cascadas de Havasu, que según los habitantes era un espectáculo, no por la cantidad de agua o por su magnitud, sino por el paisaje mágico que les regalaba, con sus tierras rojizas y sus aguas azules verdosas que escapaban de la imaginación humana.

—El nombre del pueblo se debe a estas cascadas, Havasupai, significa “El pueblo del agua azul verdosa” la característica de tonalidades es debido a la alta concentración de carbonato de calcio —hablaba el hombre que los guiaba.

—¿Y podremos bañarnos? —preguntó Rachell que iba cogida de la mano de Samuel y trataban de seguirle el paso al habitante—. Es que me he traído el traje de baño.

—Claro que puede bañarse señora, las piscinas naturales son muy bonitas y los minerales ayudan a la piel.

Ya le habían dicho al hombre que no estaban casados, pero no había manera de que desistiera y todo se debía a las pulseras con los dos colgantes del halcón y el águila.

—Las tres caídas de agua principales y las más atrayentes son, cascada Havasu, cascada Mooney y cascada Navajo, vamos primero a la Havasu, para que se refresque un poco señora.

Caminaron cerca de dos kilómetros, algo que Rachell agradeció porque últimamente había comido cualquier cosa y no se había ejercitado lo suficiente, como antesala a la llegada de su primera parada escucharon el agua caer y eso provocó que el corazón de ella saltara ante la expectativa y cuando por fin su mirada captó el lugar, la boca se le abrió involuntariamente y el asombro se le convirtió en una sonrisa, ante la emoción, solo se colgó del cuello de Samuel y le dejó caer una lluvia de besos.

—Esto es maravilloso, es increíble. —Dejó de abrazarlo y empezó a quitarse el short y las botas, todo lo hacía rápido hasta quedar con un bañador con flores moradas y fondo negro, la parte superior era en forma de triángulo con volantes que le daban más volumen a sus pechos.

Samuel la admiraba divertido, Rachell se mostraba como la chica que era, deslumbrada ante las bellezas que la naturaleza ofrecía, sin poder controlar su euforia, la vio darse un chapuzón y salir después como una sirena que lo encantaba con su belleza y sensualidad.

—¿Sam a qué estás esperando? —preguntó estirando los brazos hacia adelante y haciendo un claro gesto para que él entrara, mostrándose realmente entusiasmada.

—¿Es necesario? —inquirió divertido.

—Es obligatorio, si no entras, saldré a buscarte —advirtió, de manera juguetona.

—Está bien, ya voy —dijo quitándose la camiseta, las botas y el vaquero, quedándose con un sunga en color negro y turquesa.

Al minuto ambos se encontraban abrazados y sumergiéndose en las aguas azules verdosas, sin perder la oportunidad de demostrar en medio de besos lo felices que se encontraban de estar en el lugar.

Rachell abrazada al cuello de Samuel, mientras él se abraza a sus caderas, manteniéndola a flote, besándole la clavícula izquierda y sorbiendo las gotas de agua que le vibraban en la piel.

—Sería maravilloso follar en este lugar —murmuró la chica en el oído del brasileño.

—Pervertida… Aquí no podemos, no quieres darle una sesión porno al pobre hombre.

—Últimamente me he dado cuenta de que puedes hacer cualquier cosa posible y sé que puedes follarme sin que el hombre se dé cuenta.

—Será rápido… Maldita sea, no sé por qué no puedo negarte nada—masculló pegándola a su cuerpo.

—Porque lo tengo comiendo en la palma de mi mano fiscal.

—Si tenerme comiendo en la palma de tu mano se reduce a follar todo el tiempo, ten por seguro que me tendrás por mucho tiempo… Rach muero por follar contigo, lo haré siempre que tenga la oportunidad y no quiero que estas ganas mermen, que no lo hagan nunca. —Le decía seriamente, mirándola a los ojos, ahogándose en ese mar que se abría en la mirada de Rachell.  

—No lo harán, yo me encargaré de eso, te voy a seducir día a día —prometió recorriéndole con lentitud la mandíbula con la yema de uno de sus dedos, sintiendo la deliciosa aspereza de su barba.  

—Empieza por quitarte el biquini. —Le pidió manteniéndose serio, y ella empezaba a sentir la naciente erección amenazar contra su abdomen.  

—Se dará cuenta el hombre de lo que voy a hacer —murmuró, sin poder creer que él se lo había tomado en serio.

—Quítate el biquini. —Le exigió de una manera que Rachell no pudo negarse—. Ahora dámelo. —Ella lo puso en las manos de Samuel—. Si lo quieres de vuelta deberás seguirme. —Y se sumergió, nadando hasta la caída de 37 metros y adentrándose en la pequeña cueva detrás de ésta, donde la caída de agua no sería un peligro.

Rachell cerró los ojos y dejó libre un suspiro arrepintiéndose de haber hecho la propuesta, no le quedó más remedio que llenarse de valor y respirar profundamente, tratando de nadar rápido para que el hombre no disfrutara de sus preciadas partes, la fuerza del desplome del agua apenas la dejaba acercarse y se preguntaba cómo lo había hecho Samuel para pasar al otro lado; después de observar por unos minutos, se percató de que por el costado derecho había un espacio ya que una piedra arriba dividía la caída del agua y fue por ese lugar que encontró la manera de entrar.




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