Dulces mentiras amargas verdades: Revelaciones (libro 2)

CAPÍTULO 40

El coche clásico negro, se desplazaba al límite de la velocidad permitida por la panorámica carretera que bordeaba la costa californiana, hechizando con su belleza a quien tuviese la oportunidad de hacer el recorrido, la brisa se estrellaba contra el rostro de Samuel, mientras que el intenso sol le sacaba destellos a las gafas, con sus dedos tamborileaba el volante al ritmo de la batería de Time is running out de Muse y cantaba en voz baja para no despertar a Rachell, quien iba dormida en el asiento trasero del vehículo.

La noche anterior habían visitado un local en Los Angeles y aunque lo pasaron muy bien tuvo que controlar sus impulsos de romperle la cara a dos hombres que intentaron seducir a Rachell, mientras se encontraba en la tarima cantando el tema que tanto quería e iba vestida de cuero, recordar cómo se veía, era demasiado para él, esa mujer era definición de sensualidad e iba a matarlo de un ataque al corazón y cómo si fuese poco su vestimenta, se lució en el escenario, no mostró nerviosismo en ningún momento, ese despliegue de seguridad y erotismo, lograron que su sed de ella lo calcinara, por lo que apenas bajó la tomó de la mano y en el baño de mujeres tuvieron sexo, como si fuesen unos adolescentes que no podían controlar el arrebato sexual y en medio de arremetidas y besos voraces, la felicitó por la presentación y cumpleaños.

Ella se sorprendió porque pensaba que lo había olvidado y aunque no le había hecho el regalo oficial, sí pensaba hacerlo, solo estaba esperando el momento apropiado para entregárselo, aún le quedaba toda la tarde para hacerlo.

Iban camino a la playa Rincon en Santa Bárbara que también contaba con olas perfectas, ya que al llegar a playa de Malibu en Los Angeles, se encontraba a reventar, pensaba enseñarle a surfear a Rachell y con tantas personas alrededor no lograría concentrarse.

Estaban al llegar y miró a través del retrovisor a Rachell, ella se encontraba de espaldas y una sonrisa curvó sus labios al ver que la minifalda vaquera se había subido, dejándole al descubierto el trasero enfundado por el tanga fucsia del traje del biquini.

Estiró la mano y agarró la cámara que iba en el asiento del copiloto, donde la había dejado Rachell antes de decidir dormir unos minutos, sin enfocar, solo agarrando como podía ya que tampoco detenía el coche, le hizo un par de fotografías al culo de Rachell, para después regresar la cámara al asiento.

—Despierta Scarlet que no estamos en Tokio —dijo azotándola suavemente, refiriéndose a la toma del trasero de la actriz Scarlet Johansson en la película Lost in Translation, que la lanzó a la fama.

—Sólo un poco más Sam —suplicó removiéndose apenas en el asiento.

—Despierta y deja de soñar que estamos follando, hasta dormida me pides más, vas a acabar con mi vida.

—No estoy soñando que estamos… Follando, solo quiero dormir un minuto más —murmuró sintiendo los párpados sumamente pesados. 

—Estamos por llegar, vamos primero a alquilar las tablas y los trajes—informó mirándola a ella y al camino de manera intermitente.

—Está bien… Como tú digas.

—Vale, sigue durmiendo un minuto más. —Le concedió y siguió conduciendo.

Cuando por fin llegaron al local donde alquilarían las tablas de surf y todo el equipo, Rachell puso total atención en las instrucciones que les ofrecían algunos chicos surfistas, así como recibía cada folleto que le entregaban, mientras Samuel hablaba con el dueño del local y al rato la miraba de reojo, pero su mandíbula tensada y el músculo vibrándole, era la fiel prueba de que no le agradaba la cercanía de los hombres; sin embargo, ella se hacía la desentendida porque no hacía nada malo, sólo agradecía y recibía lo que le entregaban, pero al ver que ninguno de los tres se iba y que empezaban a sacar conversación que no venía al caso, decidió cortar con la charla.

—Gracias por todo chicos, son muy amables… Pero voy a ver por cual tabla me decido.

—Si quieres te puedo recomendar una —intervino el moreno alto y fornido, de ojos grises, que parecía ser hawaiano.

—Gracias, pero ya tengo quien me ayude con eso.

—Bueno, si vas a quedarte esta noche aquí hay unos pubs en los cuales lo puedes pasar muy bien, podríamos llevarte.

—No, por la tarde vamos a San Francisco, es que vamos a ver las olas de Maverick.

—No se te ocurra meterte a esa playa, podrías matarte, esa es solo para profesionales — advirtió un poco alarmado, un rubio casi dorado por su magnífico bronceado y unos ojos verdes impactantes.

—Gracias por la advertencia, pero solo vamos a ver las olas, mi novio me ha dicho que alcanzan hasta los 15 metros y quiero ver si es cierto.

—Tiene razón, pueden alcanzar 18 metros cuando se avecinan tormentas.

—Bueno, gracias por todo… Voy a buscar mi tabla —dijo dándose la vuelta y yendo hacia a donde se encontraba Samuel de espaldas y sin poder evitarlo, tal vez porque su subconsciente así lo quiso, introdujo la mano por dentro de la camiseta y empezó a acariciarle la espalda, disfrutando de la cálida y suave piel, así como la dureza y formación en ésta.

—¿Qué colores prefieres para la tabla? —preguntó en voz baja, manteniendo esa conexión e intimidad entre ellos y mientras hablaba le miraba los labios, ya sabía ella que cuando Samuel hacía eso era porque quería un beso, uno que no se atrevía a pedirle o darle.




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