Dulces suspiros

Capítulo 1. La primera vez

Daina

El tiempo ha transcurrido de una manera inexplicable. Diversas cosas han cambiado en mi vida, pero, si les soy sincera, nunca me hubiera imaginado estos giros inesperados de la vida, que no son más que instantes que te dejan grandes anécdotas para poder contárselas a nuestros amigos.

Si a la Daina del pasado le hubiera dicho lo que en los últimos meses ha pasado en mi vida estoy segura que no lo creería. Momentos hermosos iluminaron mis días, grandes retos me hicieron entender diversas etapas de mi vida, y también horribles sucesos atormentaron algunas de mis tardes.

Si me pidieran describir mis últimos días en una frase, respondería:

—No lo sé, en verdad, no lo sé.

Sencillamente porque la vida fue, y sigue siendo, tan cambiante que hice las paces conmigo misma. Preferible no seguir pensando en el pasado y, mucho menos, en el futuro.

De un momento para acá, solo dejé que mi vida fluyera, y esa fue la mejor parte de mi historia. Escribía en lo que yo llamo mi libreta de apoyo emocional, y lo que muchos catalogaran como un diario.

Escribir en ella siempre implicaba un desahogo de mis emociones, una manera de disminuir toda la pesadez que mi pobre alma venía cargando.

Si bien mi vida no siempre ha sido tormentosa, algunas veces se presentan diversas complicaciones que llegan a destruir cualquier signo de felicidad que tanto me ha costado construir. Pero eso pasa en la vida de todos, ¿no? No soy especial como para sentirme la única mujer en el mundo a la que le suceden cosas malas, ¿cierto?.

En fin, escribir era dejar plasmados sentimientos convertidos en simples letras, palabras y oraciones que guardan mis secretos y que disminuyen mis temores.

¿Por qué no fui escritora o poeta? Sinceramente, creo que no lo sé. Aunque, muy en el fondo, es porque no me considero buena escribiendo. O bien, no me considero buena en nada. El síndrome del impostor siempre llega a mi vida y me genera inseguridades que me limitan.

Siempre he vivido en esta pequeña ciudad al norte de México, que colinda con Estados Unidos. La vida aquí suele ser muy monótona y rápida. Siempre es lo mismo:

Mismas personas, mismos climas, mismos paisajes, mismos momentos.

Sin embargo, esta ciudad me ha acompañado en mis más grandes aventuras, al igual que en mis más grandes decepciones. Hoy, en particular, su clima me dio una gran sorpresa: un cambio bastante drástico. Un día lluvioso. Personalmente, es mi clima favorito: un aire ligero que refresca las mañanas, acompañado de una ligera llovizna que ameniza mi café matutino. Con esto, ¿quién no estaría motivado a ir a trabajar en lo que más ama? Yo.

Me despedí de mi padre, dándole un beso en la frente. Tomé mi mandil y un paraguas que, por suerte, encontré en mi casa. Al no ser algo normal que lloviera en la ciudad, no teníamos el equipo adecuado para salir.

Decidí caminar bajo la lluvia porque, ni loca, manejaría hasta la pastelería.

Este es mi negocio familiar, que, aunque por fuera lo podrías ver como un lugar pequeño, en él se guardaban millones de hermosos momentos, en especial, recuerdos de mi infancia.

“El suspiro” es la pastelería y panadería que heredé de mi padre. Lo que yo consideraba un empleo de verano se convirtió en mi pasión y misión de vida. Me tuve que hacer cargo del negocio casi al instante en que salí de la escuela de repostería.

Todo gracias al cáncer que volvió a la vida de papá, ocasionando que recayera e imposibilitando seguir con su deseo de hacer crecer la pastelería.

Horneaba y horneaba sin parar. Pues mi misión siempre ha sido complacer a los clientes con los mejores pasteles y panes de su ciudad.

Sin embargo, nuestra verdadera especialidad han sido las deliciosas galletas de chispas de chocolate, conocidas por ser crujientes por fuera, suaves por dentro, con un ingrediente de lo más especial y, sobre todo, secreto.

Mi cliente estrella siempre ha sido Doña Chabelita, quien acostumbra comprar muchas galletas para regalárselas a sus nietos.

—Hola. Buenos días, Doña Chabelita ¿Qué llevará hoy?¿Lo mismo de siempre? —le pregunté, amablemente.

—Sí, cariño. La especialidad de la casa, por favor.

Mi costumbre hizo que recogiera el dinero y lo pusiera en el mostrador.

Inmediatamente, mi mente se transportó a un lugar secreto, ese que me he esforzado tanto en reprimir. Ese donde guardo aquello que tantas personas anhelan –el amor–, pero que yo siempre he deseado desaparecer. Dejé de prestar atención a lo que sea que Doña Chabelita estaba diciendo.

Con mis ojos fijos y mi mente pérdida, estaba concentrada sin apartar mi vista de la entrada de la pastelería. Era el chico misterioso que siempre viene a la pastelería. Era él, abriendo la puerta. El mismo chico que viene a las 8:00 en punto cada mañana, recoge su pedido e inmediatamente se retira del lugar.

<<Me pregunto: ¿Qué es lo que lo hace regresar? Pero también ¿Qué lo hace tan especial?¿Es su mirada hipnotizante que, se caracteriza por tener unos hermosos ojos cafés, o es su delicioso perfume que, siempre al entrar, penetra todo el edificio e incluso disfraza el olor de pan recién hecho?>>




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