Dulces suspiros

Capítulo 2. Daina

Consumida por su vida rutinaria, día a día, su ansiedad la invadía, ya no era lo mismo realizar sus actividades diarias, tampoco era el hecho de trabajar diariamente en la pastelería, al contrario amaba que sus creaciones pudieran hacer que las personas sintieran algo en su interior, realmente amaba hornear.

No entendía lo que sucedía en su cabeza, realmente, nadie entiende lo que ocurre en nuestro interior. Sin embargo, para Daina no era la aparición de un nuevo chico en su vida o los problemas de su alrededor, era ella.

Más que nadie, comprendía lo que las personas decían: la mente es nuestro mayor enemigo. No deseaba dejar su trabajo, ya que, eso implicaría abandonar los sueños de su padre y ella quería que su padre estuviera orgulloso de su única hija, por ello, continuaba con lo que él había iniciado.

El ser fiel a ella misma estaba detenido por ese vínculo de sangre, el que dirán de las personas le consumían su energía, su vida estaba en un ciclo repetitivo que solo ella podía detener.

Aquel sueño que tanto anhelaba estaba obstaculizado por las circunstancias de su vida, el sentimiento de no progresar y estar estancada siempre estaba en su corazón, pero que debía hacer, ¿dejar tirado todo su trabajo y su esfuerzo? o ¿arriesgarse por aquello que no conocía?.

Nunca había prestado atención a lo que era la vida, -su vida-, hasta que conoció a personas que le demostraban que ella era importante, le sumaban amor y confianza, ya estaba cansada, por más que amará a ciertas personas, el que dirán de ella no valía la pena como para sacrificar lo que quería.

En su mente, si estaba la idea de tener una panadería, pero la imaginaba diferente, una cafetería, un espacio cómodo, acogedor que fuera un lugar seguro no solo para ella sino para las personas que entraban allí.

No quería una vida color rosa cuando podía ser color arcoíris, no deseaba una vida escrita por alguien más.

Con un destino tan incierto, por qué dejar que una persona le indicará su camino, era momento de comenzar lo que ella deseaba, de despertar su instinto de avanzar y superarse.

Se rehusaba a creer que un chico había logrado mover ese sentimiento en su interior, aunque, no era solo la presencia de ese chico, eran las acciones que hacía. A muchos les parecería tonto que por comprar una simple galleta, él había cambiado todo, eran sus gestos, sus buenos días y su energía, que le hacia entender que ella era visible, importante y relevante para las personas.

Ya no era necesario esconderse, porque por más que lo hacía más la veían. Más la observaba él en particular.

Su vida dio un cambio 360 inevitablemente, suena triste, tuvo que llegar alguien más para que le abriera los ojos.

Pero lo hice, entendí que mi vida tenía un propósito y que yo creaba mi historia. También tengo derecho a sentir amor, a amar a alguien más, a decidir lo que y a quien quiera, sin miedo a fallar.

Ahora era momento de tomar acción y hablar con su padre.

En esa mañana como cualquier otra, se dirigió a su trabajo, pero esta vez decidió dejar que su padre la acompañará, lo que, en un largo tiempo ya no hacía.

Allí estaba su padre en el asiento del conductor, escuchando en la radio su programa matutino favorito y Daina estaba sentada a su lado, con la cabeza recostada en el respaldo, mirando el paisaje con la ventana abajo, el aire podía entrar en todo su esplendor y se podía distinguir el olor a plantas recién mojadas.

En el camino ambos se encontraban en silencio, pero no era un silencio incómodo sino uno donde ambos no tenían los ánimos para platicar.

Su cerebro no dejaba de pensar: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?. Su cabeza se sentía pesada, su cuello dolía y sus pensamientos estaban a mil por hora.

La constante incógnita de:¿qué sería diferente si estuvieras aquí?. ¿La vida fuera distinta?.

El extraño sentimiento de ver tu realidad desde afuera, verte desde otra dimensión, ¿Quién decide quién se queda en la vida de una persona?, porque tenemos cuentas pendientes que resolver.

Era hora de decir la verdad, pero no pudo, al momento en que Daina se resignó a enfrentar a su padre, su padre comenzó a decirle lo feliz que estaba por lo que ella estaba haciendo con su vida, presumiendo a sus amigos; lo inteligente y trabajadora que era su hija. ¿Cómo le iba a quitar esa ilusión a su padre?, como después de todo lo que hizo por ella, todo su esfuerzo, le destruiría todo, aunque, él nunca había dicho que estaba orgulloso, para ella era suficiente que dijera que estaba feliz por ello.

Lo único que hizo fue enojarse con ella misma, por no ser capaz de hablar con él, por no ser valiente, prefirió quedarse callada todo el camino hasta llegar al trabajo, se despidió y volvió a su vida normal.

Al llegar a la pastelería, se percató que en la entrada estaba una niña y su mamá esperándola para poder comprar unas galletas y postres para poder festejar su cumpleaños en la escuela.

La niña estaba muy emocionada, no dejaba de saltar y sonreír, al entrar al negocio la pequeña personita se percató que en las paredes se encontraban hermosos cuadros pintados a mano, de inmediato, decidió preguntarle a Daina si ella los había hecho, Daina asentó con la cabeza con una gran sonrisa afirmando que efectivamente ella los había pintado.

La pequeña personita muy ilusionada, le preguntó si podía hacerle uno.

—Lo siento aunque me encantaría ya no pinto.

—¿Ya no te gusta?

—No es eso, me encantaba pero ya no lo hago.

—No entiendo porque dejas de hacer algo que tanto amas, algo que tanto te pone feliz, si siempre estabas alegre cuando lo hacías porque no lo haces y ya.

<<Daina

Me quede helada, como alguien tan chiquito podía saber tanto, como le explicaba que ya no podía hacerlo, que a veces tienes que dejar de hacer lo que te gusta para poder sobrevivir y salir adelante en la vida.>>




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