Daina
¿Recuerdas cuando dije que no era buena en nada? O, que por lo menos, así me sentía.
Pues, mentí. Es decir, no mentí, solo que no es que me considere buena en ello, pero sí es lo que me apasiona: la panadería y la pastelería.
En ella encontré una nueva forma de expresar mis emociones. Una donde me siento cómoda haciéndolo, algo que no puedo decir de la escritura, porque me da vergüenza admitir que tenga un diario. No, al contrario, la gastronomía –solo la repostería, porque soy muy mala cocinando– me permite diariamente convertir mis emociones en hermosas y deliciosas creaciones, logrando hacer que las personas sientan algo en su interior.
Sin embargo, aunque no me guste aceptarlo, la vida diaria me consume. En realidad, es la rutina. La constante repetición de mis días se ha convertido en un portal abierto para que la ansiedad invada mis días.
De un momento a otro, o más bien dicho, de estar a solas con mis pensamientos, la repentina presencia de un chico en mi negocio, revolvió mis ideas y mis necesidades.
No entendía lo que sucedía en mi cabeza. Nadie entiende lo que sucede en nuestro interior. Era yo, el problema era yo misma. No el nuevo chico ni los problemas a mi alrededor. Nadie más que yo
Hoy comprendí lo que una vez escuché: la mente es nuestro mayor enemigo.
Esta rara sensación de no querer dejar mi trabajo implicaba también dejar los sueños de mi padre. Y una de las cosas que siempre me prometí era poner en alto el nombre de la pastelería. Y con ello, hacer sentir orgulloso a papá. Soy hija única, así que, todo el peso recae en mí.
¿Ustedes consideran que uno se puede ser infiel a sí mismo?. Porque yo sí. Por mucho tiempo he dejado de ser fiel a mí misma por el vínculo de sangre, por el qué dirán de las personas y por las ideas erróneas que me creo de mí misma.
Era el ciclo repetitivo de mis días. ¿Quién lo podía detener?¿Quién lo debía cambiar? Por desgracia, solo yo.
Aquel sueño que tanto anhelo se ha visto obstaculizado por las circunstancias de la vida. El sentimiento de no progresar y estar estancada siempre estaba en mi corazón. Pero, ¿qué debía hacer?¿Dejar tirado todo mi trabajo y mi esfuerzo?¿O arriesgarse por aquello que no conozco?
<< A veces me pregunto si las cosas pudieran ser diferentes. Si hubiera elegido otra profesión, cambiado de trabajo o estudiado otra cosa. En el fondo, mi deseo de ser artista siempre ha estado allí, solo que lo ignoré lo suficiente para que no ganara la carrera entre lo que más deseo en la vida y lo que necesito hacer para sobrevivir >>
Nunca había prestado atención a lo que era la vida -mi vida- hasta que conocí a personas que me demostraban que era importante, que me sumaban amor y confianza. Pero ya estaba cansada, Por más que amara a ciertas personas, el qué dirán no valía la pena como para sacrificar lo que quería.
Siempre imaginé “el suspiro”, como una cafetería, en lugar de una simple panadería. Deseaba que fuera un lugar cómodo y acogedor para los demás, así como lo fue en mi infancia. No obstante, con todos los cambios, la enfermedad de papá, la casa y las quimioterapias, se me hace complicado hacerlo.
Recordaba aquella frase que, de niña, le decía a papá: No quiero una vida color rosa cuando puede ser color arcoíris. No deseo una vida escrita por alguien más.
Aquella pequeña tenía razón. Con un destino tan incierto, ¿por qué dejar que otra persona me marcara el camino? Era momento de comenzar lo que deseaba, de despertar mi instinto de avanzar y superarme.
¿Qué ha cambiado?
Me rehúso a creer que ese hombre ha cambiado algo. No. Él no ha movido sentimientos en mi interior. Incluso cuando sus gestos, sus buenos días, su energía, su perfume, su voz y su rostro han despertado en mí el deseo de ser amada. No. Porque él me hace sentir que soy visible, importante y relevante para el mundo.
¿Todo eso cambió solo por comprar una galleta?
No lo sé. Solo sé que ya no me podía esconder, que ya no era necesario. Porque por mas que lo hiciera, él más me veía. Más me observaba
<<Mi mayor temor: que vea mi interior.>>
La vida dio un cambio 360 inevitablemente, y suena triste aceptar que tuvo que llegar alguien más para que me abriera los ojos.
Pero lo hice. Entendí que mi vida tiene un propósito y que yo creaba mi historia. También tengo derecho a sentir amor, a amar a alguien más, a decidir lo que y a quien quiera, sin miedo a fallar.
Ahora era momento de tomar acción y hablar con mi padre.
Esa mañana, como era de costumbre, me dirigí al trabajo. Solo que esta vez dejé que papá me acompañara, lo que en un largo tiempo ya no hacía.
Mi padre estaba en el asiento del conductor, escuchando en la radio su programa matutino favorito, y yo estaba sentada a su lado, con la cabeza recostada en el respaldo, mirando el paisaje con la ventana abajo. El aire podía entrar en todo su esplendor, dejando percibir el olor a plantas recién mojadas.
En el camino, ambos estábamos en silencio. Pero no era un silencio incómodo, sino uno en el que ninguno tenía ánimos para platicar.
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Editado: 10.08.2025