Dulces suspiros

Capítulo 3. Jason

Jason

Me gusta ir a la pastelería cada mañana por el simple motivo de ver su cara sonrojada y lo nerviosa que se pone al intentar hablar conmigo.

Me tomaba mi tiempo para observar desde la ventana antes de entrar a comprar la famosa galleta. Disfruto ver cómo coloca los postres en el aparador, cómo acomoda cada cosa en su lugar, su manera de platicar con los clientes y siempre hacerlos sonreír. Me gusta ver cómo mueve su cabello de lado a lado; siempre imagino su olor con cada movimiento.

Suena raro, pero de algo estoy seguro; el aroma de esta linda pastelera es una rara combinación entre harina, chocolate y rosas. Dulce. Ella huele a dulce. Lo cual combina perfecto con su personalidad.

No era un juego para mí esas visitas, y mucho menos deseaba tener algo más que una simple amistad… creo. Pues sé que somos de mundos distintos.

Y no hablo socioeconómicamente, sino que la felicidad que irradia mientras está en la pastelería, es una que yo nunca le podría otorgar. No en un mundo tan vacío y superficial como el mío.

Vaya, me había encariñado de esas visitas, de sus nervios, de su linda cara y de su felicidad. Eso era algo que nunca le quitaría y que nunca le ofrecería.

Cada persona tiene su camino, y cada alma, su destino.

Para mi mala suerte, yo tenía muy claro que nunca podría tomar decisión sobre mi destino, ni mucho menos podría cambiar mi camino. Mi vida ha sido descrita en papel y pluma como perfecta. Me parecía interesante la manera en que la linda pastelera me aclamaba como “su chico misterioso", como si yo fuera la gran cosa.

Cuando, en realidad, solo soy un cúmulo de decepciones disfrazadas en un hombre europeo. Mi misión de vida fue elegida por mi padre desde que nací, y, por más que mi madre me quiera ayudar a librarme de sus garras, solo somos dos almas que aman tal vez a la persona equivocada.

Con amores diferentes, claro: ella ama a mi padre como su esposo y pareja; yo amo a mi padre como mi mentor y mi ejemplo a seguir.

Al menos, eso era lo que ha dicho el mundo: Tu ejemplo a seguir es tu padre, tú debes de ser como él. Me lo grabé tanto en la mente que ahora no sé ni siquiera qué es lo que en realidad deseo.

Aunque una nueva ilusión se instauró en mi corazón en el momento en que esa linda pastelera me miró a los ojos. Escuchar su dulce voz y su nerviosismo me hacían suspirar de solo recordarla. ¿Cómo podía ser tan perfecta e imperfecta a la vez?.

Perfecta por fuera, hermosamente en su desplante, su cuerpo, su sonrisa, su imagen. Pero reconozco esos ojos. Un gran pesar la acompaña, un vacío muy grande está en su corazón.

<<Uno que me gustaría llenar, pero imaginar un futuro a su lado es darle paso a no hacerla sentir plena en todo momento.

Por más atracción que sintiera por ella, yo nunca sería suficiente para su felicidad>>.

Podría llenar su vacío con mi amor. Tal vez. Pero otro, más grande, se terminaría abriendo.

Mis días suelen ser muy caóticos y rápidos. Ocupados en el negocio de mis padres.

Realmente, para mí nunca fue algo increíble la empresa cafetera de ellos. Por más poder que tuvieran, era algo insignificante para mí.

Aunque para la mayoría de mis amigos era como haberse ganado la lotería, para mí era el recordatorio del final de mi vida. El final de mi toma de decisiones. El final, seguramente, de mi amor verdadero. Y el final de todo a lo que conocía.

Mi destino ya estaba marcado por las cafeterías millonarias. Era cansado el mantener la idea del chico inteligente, niño de casa, hijo único que enorgullece a su familia al continuar con el legado de su padre trabajando para la empresa cafetera. Era cansado siempre pretender.

Al poco tiempo de salir de la universidad, mi padre me informó que una sede de la empresa se instalaría en México. Por ello, nos quedaríamos un tiempo allá. Aunque no era mi deseo estar ahí, no era lo suficientemente valiente como para contradecirlo.

Accedí a mover mi vida entera a este nuevo lugar desconocido.

Aunque mi vida no era perfecta en Inglaterra, era lo suficientemente feliz para soportar esta vida tan insípida, fría y repetitiva. Tenía amigos que me ayudaban a poder soportarlo y a divertirme. Ahora solo me resta afrontar esta nueva aventura como lo haría mi padre, ya que no soy el más valiente para afrontarlo y confesarle que quiero mi vida de vuelta. Extraño Inglaterra, extraño a mis amigos, extraño mi vida, pero soy una persona fuerte que debe enfrentar lo que la vida me rete.

Tengo que volver a ser el hijo perfecto que enorgullece a sus padres.

El día transcurrió tan lento que no veía la hora para, por fin, ir a casa.

Mi casa y el bar eran, por ahora, mi único lugar seguro en esta nueva ciudad. Pero prefería pasar tiempo con mi madre. Sé que también es difícil para ella estar allí

—¡Madre, madre! —grité al llegar a casa, emocionado.

Mi madre, Kate, ama las galletas de ese lugar, y yo amaba llevarle esas famosas galletas. Aunque no comprendía el gusto que tenía hacía estás, ni tampoco entendía por qué hacía que todos los días pasara a comprarlas.

Ahora ir a comprarlas era mi nuevo pretexto para tener una nueva "amiga".

—Hi, darling, ¿me trajiste la galleta? Me moría de ganas por comerla.

—Si, aquí la tienes. La pastelera me regaló una; por fin podré probar las famosas galletas que me obligas a comprar —afirmé sarcásticamente.

—Son especiales porque me recuerdan a mi juventud. Cuando era niña, cada vez que sentía algún signo de ansiedad o de depresión, horneaba. Horneaba un día por semana, y mi mejor receta eran las galletas de chispas de chocolate. Cada mordida a mis galletas era un abrazo cálido a mi estómago y a mi corazón. Además, mi familia las amaba… bueno, eso me gustaba pensar.

—Entonces, la probaré y descubriré qué tan deliciosas son. Espero que lo suficiente como para que valga la pena ir todos los días.




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