Daina
Las pláticas son más interesantes cuando sabemos que tenemos a esa persona especial que siempre estará dispuesta a escuchar. Y se vuelven aún más amenas cuando esa persona te responde con la cosa más loca que hayas escuchado en tu vida.
Eso es lo que tenía con mi amiga Susan: Un alma llena de paz, amor y sabiduría. Aunque muchas veces le costara aceptarlo, ella es la mejor.
Si no fuera porque me gustan los chicos, estaría completamente enamorada de ella. En un sentido no romántico, definitivamente ella es mi alma gemela. Y no hablo por lo hermosa que es esa pelirroja, ojo verde, sino porque me entiende. Nunca juzga mis decisiones y me ilustra a tomar las mejores.
No importa cuánto pudiera equivocarme o caer en el abismo, en ella siempre existiría una mano dispuesta a sacarme de este mismo. Nunca me dejaría caer, al menos no por completo, solo hasta que entendiera mi lección.
Somos dos seres físicamente diferentes, pero con las mismas neuronas. Igual de tontas. Igual de lindas. Igual de especiales.
A ella era a la que siempre esperaba para poder hablar del chico que empezaba atormentar –y mejorar– mis mañanas.
Nuestra tarde de trabajo se convirtió en una tarde de chicas. Mientras trabajábamos en los pedidos, nuestras pláticas giraban en torno a aquel chico.
Terminé de contarle acerca de mi atrevimiento de acercarme a él y pedirle su nombre. Susan se quedó callada, muy pensativa. Yo ya esperaba que de esa linda chica saliera la teoría más loca, conspirativa y ocurrente que haya escuchado.
—No estoy diciendo que sea, pero ¿te acuerdas de aquella señora adinerada que vino la otra vez a la pastelería? —el suspenso en la cara de Susan ocasionaba que mil ideas se me vinieran a la mente.
—Sí, la señora que se perdió —le seguí el juego.
—Entremos en contexto: un día antes de las visitas del chico misterioso, esa señora vino. Ambos son elegantes y extranjeros. ¿Coincidencia? No lo creo .—Permanecí en silencio ante sus locuras. No tenía caso seguir indagando en algo que no nos llevaría a nada. Aun así, intentaba seguirle el hilo a Susan—. Daina recuerda bien ese día —insistió Susan, un poco alterada.
—Susan —la reprimí por casi gritarme—. Qué flojera, no tenemos tanto tiempo para tus teorías conspirativas.
Sí tenía tiempo, pero no quería seguir dándole razones a mi cerebro para pensar en ese hermoso hombre.
—Ah, no seas chillona y acuérdate —me pidió más tranquila
—Mmm, ya qué —accedí de mala gana—. Ese día en específico me sentía rara. Desde que inicio mi día fue un caos: la alarma no sonó o al menos eso creo, recuerdo que llegué un poco tarde… Por suerte, tú ya estabas aquí y habías puesto en marcha la producción de pan y pasteles. Me dejaste a cargo de las galletas.
La única habilidad que me distingue del resto del mundo es esa: hacer las galletas más deliciosas y especiales en el mundo. La receta no era secreta, lo que las hacía impresionantes era la experiencia que tenía. Las preparaba desde que era niña, y era la única cosa que recordaba de mi madre.
Lo poco que conocía de ella era que con esas galletas enamoró a mi padre. Y también fue la última receta que esa mujer realizó antes de abandonarnos.
—Nombre, si quieres cuéntame desde que naciste —siseo sarcásticamente—. Enfócate.
El sarcasmo de Susan siempre me parecía divertido más que molesto.
—Grosera, yo solo estaba recordando bien —me excusé, como si no estuviera dándole largas al asunto para no hablar de aquel chico misterioso.
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Recuerdo perfectamente ese día.
Al llegar, me percaté que una hermosa mujer se encontraba dando vueltas enfrente de la pastelería. Aunque la apariencia de la mujer era muy sofisticada, transmitía el estar nerviosa, angustiada y sobre todo ansiosa.
—¿Sabes si la mujer de allí ha estado desde que abriste? —le pregunté a Susan, un poco confundida, mientras ella estaba en la cocina, en la parte trasera.
—Cuando llegué, estaba en la banca de enfrente y ni siquiera me devolvió mis buenos días —respondió indignada.
—Iré a revisar, puede que necesite algo.
Salí de la panadería y me aproximé a la mujer. Su desplante preocupada y sus manos temblorosas me pusieron alerta.
—Disculpe, ¿se encuentra usted bien? —cuestioné con un tono de voz tembloroso. Me estaba acercando a alguien que no conocía ¿Cómo no estar nerviosa?
—Sí, solo estoy un poco perdida —expresó, tranquilizándose poco a poco—. Salí a mi caminata matutina y no sé cómo volver. Llevo pocos meses viviendo en México y no conozco todas las calles .—La mujer miraba a todos lados confundida, buscando algo que ni siquiera ella sabía.
Logré respirar más relajada. Mi mente se imaginaba cosas muy horribles sobre aquella mujer. Por su aspecto y su acento podría entender que era extranjera y lucía muy elegante.
<<Qué raro, por un momento creí que esta señora era una delincuente, una cobradora, una estafadora… ¿Qué se supone que querrá? Es muy extraño, no creo que esté perdida, ¿debería llamar a la policía?¿debería confiar ella?No, no ¿Por qué soy tan confiada?¿Qué tal si es una asesina en serie?... Seguro estoy exagerando.>>
—Es una mañana muy fría, pase a mi negocio. Le daré un poco de café y le regalaré una galleta de chispas de chocolate .—Sujeté con suavidad su brazo para entrar juntas al local—. Verá que le encantarán. No soy presumida, pero los vecinos dicen que son las mejores de la ciudad.
Aún con un poco de miedo, decidí ayudarla, con la esperanza de que no sucediera nada malo.
—Soy Kate —se presentó con más calma—. Vengo de Inglaterra, Llegamos a México, mi hijo Jason, y mi esposo Dylan, hace unos meses. No quería incomodar, solo me perdí. No es necesario tantas atenciones.
La mujer continuaba con los movimientos extraños de sus manos, de arriba a abajo y apretaba sus puños, estaba ansiosa por algo que no podía entender.
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Editado: 19.03.2025