Dulces suspiros

Capítulo 5. La decisiones de la vida no depende de nosotros

Daina

Los pequeños recordatorios que la vida nos brinda a lo largo del día son destellos de luz que nos recuerdan lo rápido que pasa el tiempo y lo mucho que podemos desperdiciarlo.

Las tardes de invierno llegaban para quedarse en la ciudad. Los climas cambiantes se presentaban y seguían sorprendiendo. Al vivir en una ciudad un poco desértica, las temporadas se sentían extremas. El gran ejemplo fue esta tarde: fría y lluviosa.

La lluvia y el frío no eran la razón por la que amaba estos días. O sea, si, pero no solo por eso amaba estos días. También por todas las actividades que podía realizar, en particular aquella que implicaba poder llegar a casa con mi padre, tomar una rica taza de café y acompañarla de su pan dulce favorito.

Salí muy feliz de la pastelería con una caja de pan en las manos. Mis ánimos eran de alegría plena, aún sabiendo la situación en la que se encontraba mi padre. Sabía que pasar tiempo con él le ayudaría a sobrellevar su enfermedad tan avanzada.

Como era de costumbre, caminaba a casa, puesto que detesto con todas mis fuerzas manejar. Solo de imaginarme detrás de un volante me generaba una ansiedad terrible.

Al llegar a casa, mi desplante cambió inmediatamente al ver a mi padre recostado en el sofá. Su piel se veía amarilla, pálida y sin color. La leucemia había avanzado tanto que simplemente se encontraba cansado.

—Hola, pa —reuní fuerzas y contuve mis emociones para poder saludarlo, con un nudo en la garganta. Mientras le daba un beso y un abrazo muy fuerte, dejándolo casi sin aire—. Está lloviendo afuera, eso quiere decir que podemos tomar café y comer pan.

Intentaba disfrazar con una sonrisa el dolor que me causaba ver a mi padre en esas condiciones, pero mis ojos demostraban mi gran pesar. Contenía las lágrimas de frustración al no poder hacer nada para salvarlo ni para disminuir su dolor.

—Hola, cariño. Gracias, pero hoy no tengo ganas de nada. Solo quiero descansar. —respondía con sus ánimos bajos y su respiración entrecortada.

Era la primera vez. La primera vez que mi padre no comía pan con café en una tarde lluviosa. La primera vez que los ojos de mi padre se miraban sin ilusión y sin esperanzas. La primera vez que la leucemia estaba ganando.

Mi padre se me iba, y no únicamente en referencia a la muerte. Se rendía a continuar luchando. La desilusión en sus ojos, el cansancio y lo harto que lo tenían los hospitales, las medicinas, la vida.

La vida estaba jugando sus cartas. Y en ellas estaba la vida de mi padre.

Esa misma tarde, las complicaciones en la salud de mi padre se hicieron presentes. En medio del terror de la situación, llamé a Susan. No solo porque era mi única amiga que tenía carro, sino que era mi única amiga que sabía perfectamente que si me ayudaría sin dudarlo.

—Papá está muy mal, ¿puedes venir rápido? No sé cómo ayudarlo, no sé qué hacer —dije entre lágrimas .

Estaba aterrorizada. Entre llanto y desesperación, trataba de controlar a mi padre. Él se encontraba con una terrible taquicardia, su presión arterial bajaba cada vez más, los mareos se intensificaban, el dolor de cabeza se hacía notar en sus ojos llorosos y su respiración era cada vez más profunda.

<< Sigue barajando tus cartas, vida. Esta vez no puedes ganar. No puedes llevarte a mi padre. No te lo permito.>>

Susan dejó la llamada todo el transcurso desde su casa hasta la mía. Mientras manejaba, trataba de decirme palabras de aliento, me recordaba que todo estaría bien y que debía ser fuerte.

Solo que todo era en vano. Mi padre se desvaneció entre mis brazos. Su vida se le iba, y yo no podía hacer nada.

Cuando Susan llegó, juntas nos ayudamos para subirlo al carro, reunimos fuerzas y lo cargamos como si mi padre no pesara nada.

<<En el momento de mi desesperación, lo único que hacía mi cerebro era reclamarme por no saber manejar, por no poder ser útil. Solo en momentos como estos deseaba poder ayudar. No servía de nada mi presencia. Mucho menos servía ser un cúmulo de ansiedad, nervios y miedo. Logré tranquilizarme, pero ¿de qué servía solo estarlo? Las circunstancias me recalcaban: "increíble, una panadera no ayuda en nada en cuestiones de vida o muerte".>>

Le pedí a Susan que se fuera a descansar. Ya llevábamos horas en el hospital y mañana una de las dos necesitaba abrir la pastelería.

Antes de que se fuera, el doctor llegó a explicarnos lo que tanto temía. Mi padre había pedido que las quimioterapias y los medicamentos fuertes fueran suspendidos en su tratamiento desde hace un mes atrás.

—No es posible —negué, furiosa—. Él me dijo que había un poco de esperanzas, que teníamos más tiempo. ¿No podemos hacer nada? Reinicie el tratamiento. ¿Necesita más medicamentos? ¿Más dinero? Sólo dígame y yo lo conseguiré. ¡Solo dígame qué hacer! —mi desesperación se reflejaba en mi voz cada vez más elevada. Pero ¿quién no lo haría ante la situación?

—Lo siento, sé que es algo difícil —respondió con calma—. Pero su padre lo decidió. Él ya es un adulto, y no puedo hacer nada. Incluso hoy mismo lo rectificó. Nuestro deber es salvar las vidas que se puedan, pero la libertad de decisión de nuestros pacientes se respeta, no podemos hacer nada .—El doctor solo hacía su trabajo, explicaba las circunstancias.

Yo no deseaba explicaciones. Deseaba soluciones y acciones para salvar a mi padre.

El reflejo de aquella pequeña niña que sufría a lado de su padre volvió a mí. El miedo que sentí de perderlo en mi adolescencia me desesperaba. Y el temor de la adulta al quedar desprotegida nublo mi juicio. Solo quería que él estuviera bien. Que se salvara y viviera a mi lado. Que fuéramos inmortales.

—Solo dígame una cosa —con mi voz quebrándose y en medio de lágrimas pregunté:—¿Cuánto tiempo?

—Sabe, es complicado. No tenemos exactamente un número.

—Solo dígame.. por favor.




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