Dulces suspiros

Capítulo 6. Sabes

Susan

La vida pone todo tipo de circunstancias en cada una de las personas. No todas pueden ser buenas, ya que no se podrían disfrutar de ellas como es debido. Sin embargo, las malas tampoco se deberían presentar todo el tiempo, ¿qué no?.

Por más que deseara apoyar como era debido a mi amiga, ella siempre se escudaba y, sobre todo, pondría una barrera que nunca me dejaría pasar.

Sé que sufría por lo de su padre, que le dolía no poder hacer nada. Sé que le dolía imaginar una vida donde ella era feliz. Tenía miedo de ser amada y tenía miedo de no serlo.

La conocía tan bien que sabía que constantemente pensaba: ¿Por qué nunca me salen bien las cosas?¿Por qué siempre tenemos que estar sufriendo?¿Cuándo será el día en que por fin pueda estar tranquila?.

El mismo bucle de rabia y enojo que ha experimentado desde lo de su padre. Ellos no merecen tanto sufrimiento. ¿Qué tan mala pudo haber sido para que le pasarán tantas cosas negativas?. Conozco acerca de su corazón puro y pondría las manos al fuego asegurando que no lo merecía.

La vida estaba jugando con ella y ella era la perdedora del juego.

Su ausencia no solo me afectaba a mí y al suspiro. Lo podía notar también en las visitas de aquel chico.

No voy a negar que se ponía cada vez más tedioso escuchar la misma pregunta cada mañana:

—Disculpe, ¿se encuentra la chica que, las semanas pasadas, siempre tenía la cara y su mandil lleno de harina? Tiene el cabello café oscuro, tipo curly.

Para ser extranjero, su español era excelente. Y él también estaba muy guapo; si no fuera porque mi amiga ya me lo ganó, yo sí le metería mano. Digo, yo sí le daría la oportunidad.

Todos los días yo respondía lo mismo, pero hoy quise variar las circunstancias:

—Oh, Daina. Ella se encuentra resolviendo algunas.. diligencias.

Sabía perfectamente que él era el muchacho misterioso. Sabía todo porque Daina ya me había contado con lujo de detalles. Aún así, debía pretender que la visita y la pregunta me tomaban por sorpresa. Aunque, con ese rostro y con ese cuerpo, él me podía tomar como él quisiera.

—Daina… su nombre es Daina —repitió en voz baja, y la ilusión se reflejaba en su cara, casi como si hubiera ganado el mejor premio del mundo.

Por Dios, solo era un nombre. Ni que le estuviera diciendo el código para hacerse millonario. Pero él no se miraba como que necesitará el código para serlo. ¡Qué exagerado!

Después de eso no habló más y salió repentinamente del suspiro.

No entiendo a estos enamorados.

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Qué aburrido era estar sola en el suspiro. Ahora me daba cuenta de cómo Daina llenaba el local con su alegría. Había pasado una semana entera fuera. Sin platicas, sin chismes, sin dramas.

La extrañaba. Quería a mi Daina de vuelta con sus horribles bromas y con sus exigencias en el trabajo. Además, que la necesitaba. Me daba cuenta de cuánto odio convivir con los clientes del local. Solo vienen viejitas a comprar, niños con sus madres o el enamorado de Daina. Nada quedaba para mí.

Lo único que sabía era que el padre de Daina fue trasladado a su casa. Entonces era hora de que la hermosa mujer de cabello castaño y ojos cafés volviera al trabajo. Es hora de que deje de ser una holgazana.

Mi sorpresa fue verla en la entrada del local. Antes de abrir la puerta, noté como se limpiaba las lágrimas. Mi corazón se hizo chiquito de pensar que cuánto sufría. Porque lo hacía, más sé lo orgullosa que era y que no diría nada.

Entró con la cabeza abajo, sin siquiera expresar un buenos días. Y para antes de que me dejara renegar por ello, se sentó bastante enojada.

—Sabes, estoy cansada —sus brazos descansaban a sus costados y suspiraba, como si quisiera tomar fuerzas para desahogarse—. Cansada de que todo lo malo le pase a la gente buena, de intentar e intentar y que la vida solo conspire en tu contra. ¿Cuándo será el día en nos vaya bien? Siempre decimos: Cuando tenga esto, en un futuro, cuando las cosas estén bien, todo va a estar bien, todo saldrá bien. ¿Por qué todo se lo tenemos que dejar al futuro?¿Por qué no podemos estar bien en el presente? Estoy harta de que intentemos hacer todo bien en el presente, siempre luchando, siempre trabajando, ¿para qué?.. ¿Por qué hay personas que tienen todo sin luchar, sin que les cueste? ¿Qué tipo de suerte tiene?¿Por qué las personas como nosotros no tenemos esa suerte?¿Con quién tengo que hacer un pacto?¿Qué santo?¿Qué religión?¿En qué debo de creer para que si suceda lo que queremos? Para que nos vaya bien. Dime, ¿alguna vez vamos a estar bien totalmente?¿Cuál es el punto entonces?

Cada palabra que Daina decía lo sentía como un cuchillazo en el corazón, en su energía y en sus esperanzas.

Esperé a que terminara su relato y me quise acercar. Pero ella se levantó de inmediato, quitando cualquier signo de tristeza. La rabia era el fuego que incendiaba sus ojos.

Inhalé un bonche de aire y me erguí, caminando hacia donde ella estaba. La detuve y la tomé de las manos.

—¿Terminaste? —le pregunté con lágrimas en los ojos, mirándola con un poco de pena y lástima.

Daina solo asentó con su cabeza, afirmando que ya había dicho lo que quería decir. Y fue mi turno de hablar.

—Sabes, no creo que exista un punto, o al menos nadie lo sabe. No sabemos las cosas, no sabemos cuál es la fórmula para que pasen las cosas, ni sabemos el porqué. Sé que son muchas preguntas, muchos miedos y dudas. No sabemos por qué estamos aquí y, aunque quisiéramos averiguarlo, cada paso que das se siente como un paso en vano. Siempre estás dando todo de ti, ¿para qué? Para que, cuando te digan lo buena que eres haciendo las cosas, cuando te agradezcan, cuando te den un cumplido, no te creas lo importante, genial, auténtica y especial que eres. No necesitas tener un punto, no necesitas tener idea de lo que pasa, pero siempre estás preocupada por todo. A veces solo tienes que dejarte llevar por la corriente. No le busques sentido a la vida, sabiendo que no lo vas a encontrar. ¿Dónde quedó la niña que, a inicios del año, tenía las esperanzas de que este iba a ser su año? De que este año lo iba a lograr. Está ahí —señalé el corazón de Daina—. Lo sabes, confía. ¿En qué? No sé, pero confía y aférrate. Mejor dime en qué te puedo ayudar.




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