Dulces suspiros

Capítulo 11. Es él, solo él.

Daina

Aumenté mi tiempo en la panadería para no llegar a casa.

El lugar estaba vacío y su cama permanecía como la dejó la última vez. Lo imagino sentado en su sillón favorito, durmiendo, así puedo pasar cada tarde a taparlo con mi cobija y protegerlo del frío.

Estaría bien en un par de días más, solo tenía que esperar para tenerlo aquí junto a mí. ¿Y si no regresa?¿Estoy lista para vivir sin él?¿Es hora de quedarme sola?.

El mundo exterior no está preparado para decir adiós, y mi mundo interior mucho menos.

Las personas nunca consideran que no somos eternos, que algún día la muerte tiene que pasar. A diferencia de nosotros, los familiares de personas enfermas siempre tenemos presente que eso pasará.

En nuestro interior consideramos una realidad en la que estamos sin los que tanto amamos y, al igual, nunca deseamos que suceda.

Siempre estuve consciente de que papá no me duraría toda la vida, pero prefería ignorarlo.

Evadí por tanto tiempo el hecho de que me quedaría sola, que me lo creí. Hasta ahora, que lo considero como el único final que nos pertenecerá.

De alguna manera, mi vida ya no depende de él.

Ya no temo a estar sola, porque eso es lo único que siempre he tenido: yo y mi soledad es lo que la vida me ha otorgado. Tampoco temo, por completo, estar acompañada y eso es un cambio que recientemente acepté.

La incógnita de si alguien puede amarme me asustaba cada vez menos, porque no se ser yo y alguien más.

Solo yo.

Yo y Yo.

Solo que ahora podía ser él y yo.

¿Tenía que dejar de priorizar a papá? No.

¿Debía de empezar a priorizarme a mí y a mi vida? Sí.

Susan ya se había ido, y yo seguí aquí: preparando masas, midiendo ingredientes y haciendo inventarios. Todo con tal de no regresar a mi casa.

Recargué mi codo en el mostrador y sostuve mi cara con una mano, dejando salir un suspiro de frustración. Ya era bastante tarde como para tener clientes y entretenerme. Si tan solo pudiera me quedaría aquí a dormir.

—No quiero ir a casa. No quiero pasar otra noche sola en ese lugar —le comenté al enviar el mensaje.

—¿Dónde estás? —respondió de inmediato.

—En el suspiro —fue el último mensaje que envié.

15 minutos después, Jason estaba en la puerta del local.

—¿Creías que te ibas a salvar de mí? No porque no vine en la mañana, mi vista iba a faltar.

—Gracias por venir —lo miré de pies a cabeza.

Cautivada por su acción, no se lo había pedido directamente. Lo había suplicado en silencio, y no fue necesario hacerlo: él supo exactamente lo que necesitaba.

—Entonces, ¿dónde dormiremos? —alzó sus hombros, esperando que tuviera la respuesta.

—¿Qué? —pregunté tontamente.

Si le envíe ese mensaje era obvio que fue porque quería su compañía, porque me sorprendió. No había contemplado lo que implicaba estar juntos.

No planeé ni pensé en mis acciones. Fue un impulso quererlo aquí.

—Si, ¿dormiremos aquí o quieres ir a tu casa? —cuestionó, buscando soluciones al darse cuenta que no tenía un plan.

Vaya, no lo había considerado.

—Mi casa, por favor —Encogí mis hombros y fruncí mi boca. No tenía idea de lo que hacía.

—Lo que pida la princesa.

Me ayudó a reunir mis cosas y nos subimos a su auto para poder ir a casa. Por fin, era hora de descansar.

En todo el camino, no me pude relajar ni un segundo. Mi concentración se enfocaba en no encorvar mi espalda para no lucir descuidada y procuraba las palabras que usaba así no parecía confianzuda.

Al llegar, Jason tomó de la parte de atrás de su coche una pequeña maleta con una correa, la colgó en uno de sus hombros y nos encaminamos a la puerta.

—¿Qué traes allí? —Señalé la maleta.

—Mi pijama. ¿Pensabas que iba a dormir en traje sastre?.

Sonreí al saber que era evidente lo que podría traer. Los nervios me traicionaron y mis preguntas tontas se presentaron. Negué con la cabeza y lo invité a pasar.

—Tu casa es justo como lo imaginé.

—¿Imaginaste mi casa?

Un segundo de silencio incómodo se formó entre nosotros. ¿Cómo se me ocurrió meter a mi casa a un extraño?

¿Extraño? Ya no era un extraño. Era un posible candidato y eso aumentaba mi preocupación.

Sin decir nada, la sonrisa no se desvanecía de mi rostro. Lo mire y mejor decidí mostrarle mi habitación para que pudiera cambiarse. Me fui a la habitación de mi padre, que estaba justo enfrente, y me repetí palabras de aliento para tranquilizarme.

Al salir, la vergüenza invadió todo mi cuerpo.

Por un lado estaba él, con su pijama de seda color azul marino que combinaba perfecto con su personalidad.

Y del otro lado estaba yo, vestida con un pantalón pijama de spiderman y una camisa que me quedaba tres tallas más grande.

—No espera menos de ti —contuvo su risa al verme.

—Busco comodidad en mi ropa, no busco lucir elegante hasta para dormir —me defendí, ocultando mi sonrisa.

—Auch. ¿No te gusta mi pijama?

—Si. ¿Te gusta la mía?

—Es lo más tierno y lindo que he visto.

—Y no has visto aún mi pijama de princesas.

—Eso se resuelve con que me invites a hacer más pijamadas —guiñó un ojo, haciéndome sonrojar, desviando mi mirada al suelo—. Vamos a dormir.

Entré a mi habitación y le puse candado a la puerta, en dado caso que algún extraño intentara entrar.

Tenía miedo de lo que podría llegar a pasar, sin embargo, quería dormir abrazada a él.

Su brazo se trasladó por debajo de mi cabeza, y yo, inconscientemente, pasé el mío por su cintura, recostándome casi encima de él.

Mi cabeza descansó en su pecho y, por ese momento, nada dolía, nada pesaba y, sobre todo, nada importaba.

Podía sentir el latido de su corazón, y el movimiento de su respiro calmaba todo. Mi último pensamiento de no querer nada con él se fue a la basura al instante en que me dio un pequeño beso en la cabeza y me apretó más contra su cuerpo.




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