Dulces suspiros

Capítulo 13. Un paso atrás.

Jason

—Quiero hablar contigo. Intenté hablar con Kate ayer por la noche sobre nuestro negocio, y me fue imposible.

Aquí vamos de nuevo, suspiré profundamente en el esfuerzo de tranquilizarme al escuchar esa voz prepotente y altanera.

—Un “buen día” antes que nada no haría daño —repliqué entre dientes.

—¿Qué dijiste?

Al separar mis ojos de la computadora que estaba sobre mi escritorio, me percaté de la figura del hombre, ajustando su traje finísimo importado de paris —como diría Daina—, con sus brazos cruzados y dando golpes al piso con su pie, imponía su presencia: el intento estupido de generar miedo.

—No voy a repetirlo. ¿Qué dijiste, Jason? —Frunció su ceño, señal de que ya había perdido la paciencia.

En efecto, mi padre estaba en mi oficina, con el único propósito de siempre: arruinar mis días. En especial, molestarme y hacer pesadas mis tardes.

No solo era porque tenía que trabajar; tampoco podía ver a Daina, y lo peor era que tenía que controlar mis antojos vespertinos de pan dulce.

Mi debilidad se había vuelto comer pan y galletas hechas por Daina.

Era hora de parar con mi adicción al pan dulce. Si tan solo no fuera tan delicioso.

Seguía detestando con toda mis fuerzas el café, aunque a veces si era necesario tener un poco de cafeína en el cuerpo para sobrellevar el estrés que me generaba esta oficina.

La poca paciencia y esperanza que restaba en mi cuerpo se había vuelto mi característica principal. Prefería pasar encerrado aquí que escuchar cómo tratan mal a los empleados.

Así que intenté terminar lo más rápido que pude para poder irme y pasar la noche con mi madre.

Claro, eso de evitar a mi padre por el resto de mis días no iba a funcionar.

—Dime, padre, ¿en qué puedo ayudarte?.

—Hijo, te informo que la empresa de Anne me ha contactado. Les gustaría asociarse con nosotros en el proyecto de las cafeterías. Para ello es necesario extender nuestros establecimientos. Iniciaremos en el estado y luego nos extenderemos a todo el país.

La superioridad era su manera en la que me mostraba su afecto. Tenía el superpoder de hacer que nuestras pláticas terminaran en peleas. Era un experto para lograrlo sin excepción alguna. Ojalá hubiera sido experto en amarnos, o al menos a ella.

—Te felicito, padre. Supongo que estarás muy feliz. Asumo que ya has tomado las decisiones correspondientes y me informarás que debo realizar.

Me anticipé a sus órdenes, porque ni voz ni voto tenía en este lugar.

—Todos los locales están listos para iniciar, excepto uno. Un lugar que parece importante para tu madre. Me gustaría que tú personalmente vayas y realices los tratos correspondientes. Es la última prueba: con ello sabré si estás listo para hacerte cargo completamente de la empresa.

—Está bien, me avisas —me remití solo a obedecer, como siempre.

—Ahora debo de ir a visitar a tu madre, que últimamente está más dramática que de costumbre. Se la ha pasado inventando escenarios y fingiendo ataques.

El escucharlo hablar así de mi madre me hizo explotar. Por primera vez, no me iba a quedar callado ante los comentarios de mi padre. La irá recorrió poco a poco mi cuerpo y mis músculos se tensaron.

—¿Dramática?¿Has llamado a mi madre “dramática”? Justo cuando ha tenido más ataques de pánico de lo normal, cuando la ansiedad y depresión la están haciendo sufrir más que nunca. Ella sufre porque su mente no hace más que decirle cosas negativas, no deja de recordarle sus errores, sus miedo, sus carencias, en su mente solamente existe el terror y el estrés. Eso, para ti, es ser “dramática”. Perdóname, padre, pero eso es una total estupidez.

—Creo que estás exagerando las cosas. Por eso yo decidí retirarme el día que tu madre inició haciendo su teatrito.

—¿Tú estabas ahí? El día del ataque, ¿no la ayudaste? La dejaste sufriendo, no te importó, ¿Qué es lo que te pasa? Ella te necesitaba y preferiste irte —Bruscamente me levanté de mi silla, sujetándome fuertemente de los costados del escritorio.

Debía sujetar mis manos porque, si no lo hacía, terminarían en su cara.

—Jason —alzó su voz, comenzando a ordenarme —. Por alguna razón estás muy alterado. Prefiero que te vayas a tranquilizar y conversaremos más tarde.

—No —fue la primera vez que lo desobedecí—. No me voy hasta que me expliques que sucedió ese día.

Erguí por completo mi espalda y me crucé de brazos.

—Si eso te calmará, está bien. Tu madre y yo hablábamos de ti. Deseo que te cases con Dayana, la hija de Anne, mi socia. Es la dueña de una empresa cafetera y diplomática española. Simplemente tu madre no accedió y comenzó su locura.

—Tú provocaste el ataque.

Fue suficiente. Había dejado pasar tantas cosas que lo tenía tan normalizado. Era mi día a día,

La pregunta era: ¿quería que esto siguiera siendo mi día a día?.

La tranquilidad nunca existió en mi vida, hasta que la experimenté. Hasta hace muy poco, solo era un concepto muy alejado de lo que yo creía que podía sentir.

Mi vida no era suya. No le correspondía a mi padre. No tenía el derecho de hacer sufrir a mi madre. No podía ser esta mi realidad.

Yo podía sufrir, a mi podía doler todo. Pero con mi madre, no.

Esta pelea que llevó a la explosión de todo mi odio.

Estaba agradecido de que no fuéramos personas iguales; uno tenía que ser el adulto objetivo de la discusión.

Y hoy debía ser yo.

Además, mi enojo no me dejo expresar más allá que mi llanto de frustración.

Al final, era mi padre. No podía dañarlo, porque eso me convertiría en él. Y eso nunca me lo perdonaría.

Mi llanto solo era el reflejo de lo débil que me sentía.

Fui superado por mi padre. Otra vez.

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Lloré.

Lloré frente a mi padre y parecía como si disfrutara ver a su hijo doblegado ante él.




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