Jason.
Mi disputa diaria era la balanza del romanticismo.
Por un lado, creía que un simple encuentro íntimo de dos cuerpos no podía significar nada; para mí solo era un momento satisfactorio que te hacía olvidar los estragos de la vida. Así pasé, al menos, varios años de mi juventud.
Por otro lado, aceptó que rara vez se conecta profundamente con una persona. Solo si se obtenía algo más que un simple abrazo. Ambas premisas eran parecidas y contradictorias, y hacían que me alejara del amor por el terror de amar incorrectamente a la persona correcta.
La sorpresa favorita de mi vida fue saber que con tan solo un simple abrazo y el mínimo contacto de nuestros labios bastaría para que la mujer correcta se volviera alguien suficientemente importante en mi vida como para hacerme tener la curiosidad de pasar toda la vida a su lado.
Curiosamente, habíamos dormido juntos —físicamente en la misma cama— durante varias noches, y Daina no se dignaba a besarme como era debido. Un simple beso era demasiado pedir para esa mujer, o al menos así parecía ser.
Rogaba por la unión de nuestros labios, tanto que me conformaba con sus buenos días y pequeños abrazos, porque sabía que llegaría el día en que por fin la besaría.
De verdad, ¿cuánto más debía esperar para tener un beso real con ella?.
La misión del día: conseguir el beso de Daina.
—¿Por qué me ves tanto? —cuestioné seriamente—. Hoy te ves más sonriente que nunca —seguí interrogando.
Coloqué mis antebrazos en el mostrador para poder recargarme en algo y así poder estar cerca de Daina. Ella seguía con su manía de acomodar perfectamente cada galleta en el mostrador.
El orden también era su mayor problema. Más cuando se trataba de dejar mis sacos tirados en el piso de su casa. Era mi toque especial, para que no olvidara que alguien estaba intentando ganar su corazón.
El desorden era mi favorito, porque era lo único que no debía controlar. Dejar tiradas las cosas y usar calcetines impares, de distintos colores o figuras, era lo único que no tenía que hacer a la perfección y eso me daba paz.
A comparación de Daina, la señorita perfección necesitaba tener todo acomodado hasta por orden de color y tamaño. Admito que hacerla enojar al tomar sus calcetas y desordenarlas era mi parte favorita de las mañanas.
—Es que me sorprende demasiado que seas tan bueno cocinando —se quedó un segundo en silencio, pensando—. Nada, olvídalo.
—No, ahora me dices.
—Nada.
—Daina, dime.
—Es que me da vergüenza —confesó, cruzándose de brazos.
No hablé, sólo fijé mi mirada en ella en espera de su confesión, Me intrigaba saber qué era lo que pensaba esa cabecita tan terca y perfecta.
—Está bien —Accedió sin tener más opción, dando un leve suspiro de resignación—. Te ves muy atractivo mientras cocinas.
Lo confesó con una pequeña sonrisa en su rostro y una leve satisfacción me recorrió por el cuerpo. Daina por fin dejó de acomodar las galletas y se quedó quieta delante de mí.
—El hecho que lo haya hecho sin camisa tiene que ver —la confronté.
Sí era bueno cocinando y sí lo hacía a propósito para captar por completo su atención. Solo que no lo aceptaría hasta saber que mi técnica funcionó.
—Mmm —aún pensativa, noté sus mejillas sonrojarse, y al evitar verme directamente supe que la misión del día se iba a cumplir—. Posiblemente, pero necesitaré volver a presenciarlo para estar segura.
Más que halagarme, me sorprendió el atrevimiento de mi futura novia. Me encantó ese intento de ser coqueta. No podía decir que había obtenido la victoria, levanté mis cejas y puse una mano en mi pecho como símbolo de estar realmente ofendido.
—Que atrevida de tu parte.
—Es algo de mí que no conocías.
—Y que sí lo deseo conocer —susurré, intentando sonar calmado. Mi cuerpo estaba ardiendo en fuego y mis ganas del beso no se consumían.
Estiré mi brazo para poder tocar su rostro y acercarla más a mí, pero Daina dio un paso atrás evitando mi contacto. Eso sí me ofendió bastante.
—Hay muchas partes de mí que no conoces —Señaló su corazón.
—Pero conoceré —afirmé, seguro de que lo haría.
—No tan rápido, galán.
—Tú fuiste la que comenzó a coquetear conmigo —la enfrente.
No podía jugar con mis sentimientos al coquetear tan abiertamente conmigo.
—Yo no estaba coqueteando —me contradijo, y negando con su dedo.
Volvió a entrelazar sus brazos y frunció su ceño; cuando se acercó al mostrador para recargarse, mi oportunidad estaba apunto de ser una misión cumplida.
—Daina, sí lo estaba haciendo —me acomodé en el mostrador sin dejar ningún espacio libre y adopté su misma postura.
—No lo estaba haciendo.
—Sí lo estabas haciendo
—Que no lo estaba haciendo, solo estaba siendo sarcástica.
—Mentirosa.
—Hasta feo te ves cuando cocinas. Ponte camisa para la próxima —Me sacó la lengua, enfatizando su berrinche.
—Ya, Daina, deja de coquetear y ponte a trabajar —ordenó Susan al salir de la cocina
—Te dije que estabas coqueteando —me burlé y, al ver su cara de desconcertada, me arriesgué.
Me acerqué a su cara rápidamente para plantarle un beso, sin darle tiempo de reaccionar. Había logrado mi cometido.
—Me voy, ya obtuve lo que deseaba hoy.
Daina, boquiabierta y sin decirme nada, se quedó en espera de mi explicación. Salí sin preguntar si le molestó o si le gustó. No quise saber la respuesta.
La misión del día había sido un éxito.
Obtuve la victoria el día de hoy.
Gané. Gané. gané.
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Editado: 18.11.2025