Dulces suspiros

Capítulo 16. Las personas que menos piensas son las que más están para ti cuando más lo necesitas.

Jason

La segunda noche.

Ahora entendía el cansancio de Daina tras estar todo el día en el hospital.

El olor a medicamento me tenía mareado y mi espalda dolía. Ver al señor Carlos en la camilla me recordaba que mi sufrimiento era insignificante en comparación a lo que él sentía.

La cabeza de Daina descansaba en mi regazo; me hacía pensar que, en esa posición, no se cansaba tanto, aunque a mí sí me dolía todo. Su ropa no era lo suficientemente abrigadora y la habitación parecía ser un congelador. Mi única idea fue quitarme el saco con lentitud para no despertarla y taparla con él.

Acariciaba su cabello. Descubrí que su manera de quedarse y mantenerse dormida era abrazada a algo mientras tarareaba cualquier canción. Me quedé tarareando casi como un susurro y al parecer también funcionó para mí, porque fue lo último que recuerdo antes de quedarme dormido.

—Jason, Jason. —escuchaba un leve zumbido con nombre y poco a poco el sonido se intensificó—. Jason, Jason.

Di un leve salto en mi lugar, casi despertando a Daina y me di cuenta que era el señor Carlos llamándome.

—Dígame, ¿necesita qué despierte a Daina para algo?¿En qué lo puedo ayudar?.

—No, por favor, no la despiertes —habló preocupado—. Quiero que me hagas un favor. Necesito que me prometas que no le dirás nada a ella. Ya ha pasado por mucho junto conmigo.

Sin saber qué me pediría, la respuesta siempre sería sí. Haría todo lo que estuviera en mis manos por ella.

—Por supuesto, señor —accedí sin pensarlo. Volteé a ver a Daina y ella seguía dormida—. Lo que esté en mis manos, lo ayudaré.

—Daina está tan cansada, aunque lo niegue, lo puedes notar. Está débil —confesó con un nudo en su garganta, a punto de llorar—. Ella es la única que me cuida, que está aquí y la única que me ha donado sangre. Mi niña ya no puede, necesita descansar. Necesita que yo no esté para que sea libre.

El impacto de su última frase me dolió. El señor ya estaba cansado, se notaba en todo su ser. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me estaba pidiendo que la cuidara y que me quedara, aun cuando ya sabía que esta hermosa pastelera ya no se iría de mi vida.

—Señor, Daina aún lo necesita. Usted no puede ser tan negativo con esta situación; eso no le hace bien.

—Jason necesito que la cuides, porque yo ya no puedo —Las lágrimas del padre de Daina caían sobre su mejilla; no podía creer que ya no podría cuidar a su niña.

—No sé qué es lo que me pedirá y si le soy sincero, si es algo sobre su despedida con Daina, no lo quiero escuchar. Eso es algo entre ustedes dos. Pero si le voy a prometer protegerla y amarla.

—Te entiendo. No es una situación fácil para nadie. Al menos estoy tranquilo, se ve que ella eligió a alguien de buen corazón.

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Había hecho dos promesas: una con su padre y otra con mi corazón.

No podía salvar a su padre; solo podía hacer más ameno su pesar. A primera hora, me retiré de la habitación silenciosamente. Daina y el señor Carlos aún dormían, y aproveché para ir solo.

Mi mayor miedo, además de romperle el corazón, eran las agujas. Un tema para el que no estaba preparado y menos creí que tenía que enfrentarlo por amor.

Llegué al banco de sangre aún con la desesperación de tener que insertar algo en mi cuerpo. La decisión ya estaba tomada; tardé más en llegar que la enfermera en prepararse para sacar mi preciada sangre.

—Vamos, Jason. 1.2.3 —repetía en mi mente una y otra vez.

Estaba casi al punto de desmayarme, cuando la enfermera me habló.

—Listo, comenzaré a obtener la toma. —dijo amablemente, haciéndome voltear a ver la aguja en mi cuerpo. La sangre iba pasando por la jeringa y mi brazo se entumecía lentamente—. Listo, fue rápido.

—¿Rápido? —cuestioné—. Tenemos diferentes definiciones de rápido.

La enfermera se rio de mi berrinche y me dejó ir. El vampiro ya había obtenido mi sangre. En la puerta encontré a una hermosa mujer, con mi saco puesto —el cual le quedaba como vestido—, cruzada de brazos y esperando por mí.

—No tenías que hacerlo —susurró a la par que me abrazaba fuertemente.

—Mi suegro lo necesita, y aunque me den pánico las agujas, por ti puedo soportarlo.

Negó con su cabeza y seguía incrédula de verme allí. Se separó del abrazo y puso su mano en mi brazo.

—Al menos déjame llevarte a desayunar, porque los desayunos de aquí son un poco disgustantes.

—Acepto —fingí que me dolió mi herida—. Hoy tendrás que consentirme.




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