Daina
La bonita sensación de tener a alguien apoyándote.
Esa persona a la que puedes recurrir y que siempre estará para ti es un sentimiento diferente. No es lo mismo contar con un amigo a contar con un amor.
Si me preguntas: ¿cuál es mejor?
Te diría: no tengo idea, espero que todos, en algún punto —o más bien dicho, espero que siempre— tengas alguien con quien contar, así como lo tengo yo con papá, Susan y Jason, que si bien no llegaron a resolver mis problemas, sí llegaron a ayudarme a superarlos.
Nuestra rutina siempre era la misma, y lo agradecía. Por las mañanas llegaba por sus galletas, siempre con prisas. Ese hombre y su manía de llegar tarde a todas partes, me gustaba más de lo que me desesperaba. Por las tardes ambos trabajábamos en nuestros respectivos empleos y, por las noches, me acompañaba unas horas en el hospital para después llevarme a casa.
Mis “buenas noches" favoritas siempre serán las de él.
—¿Has comido bien durante el día?¿Tomaste agua?¿Dormiste bien?¿Cómo te has sentido emocionalmente hoy?¿Necesitas algo? —comenzaba el interrogatorio nocturno de siempre.
Me encantaba, si me lo preguntas. Me parecía muy atento de su parte. No era necesario su preocupación por mí; yo podía cuidarme sola. Yo podía sola, siempre he podido y siempre podré.
Solo que el hecho de que él mostrara interés me hacía pensar que podía bajar mi barrera de protección por un instante. Estaba bien poder con todo, pero en esos instantes no quería poder, y allí entraba él.
—No sabía que aparte, de ser un businessman, también eras psicólogo —bromeé para hacer ligero el ambiente.
Esa noche en particular, él lucía un poco cansado y también más guapo de lo normal.
Ambos seguíamos callados, sentados en el coche. No teníamos mucho ánimo de platicar y yo solo quería su compañía.
Al poco rato, miré la mano de Jason acercarse a mi rostro.
No, no, no. Un beso, no. Si quiero, solo que no hoy. Hoy me siento fea, estoy toda sudada, toda despeinada y mi maquillaje está corrido. No.
Acarició mi mejilla con su mano y su calidez recorrió lentamente todo mi cuerpo.
—Por ti puedo ser lo que quieras y necesites.
¿Me estaba coqueteando? No. Claro que no.
Si no estaba coqueteando conmigo, ¿por qué una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo?¿Por qué se estaba acercando cada vez más a mi rostro?¿Por qué parece como si todo a mi alrededor se detuviera de inmediato?¿Por qué quiero corresponderle?¿Por qué lo deseo?
¿Estaba coqueteando? No. Claro que no.
Podía sentir su respiración cerca de mi cara. Él seguía seguro de sí mismo, como si disfrutara verme nerviosa por él. Porque sabía que él era la causa de mis nervios. Un movimiento más y mi corazón se saldría de mi cuerpo.
Lo deseaba, pero no era momento.
No era mi momento.
No estaba lista para darle lo que deseara de mí. No estaba lista para dejarlo entrar por completo a mi corazón y, mucho menos, a mi vida.
Me arrepentiría después de esto. Así que lo hice sin pensar más.
Me bajé de inmediato del carro. Era lo mejor que podía hacer. Ya estaba nerviosa, ansiosa y ahora ilusionada.
—Adiós Inglaterra —fue la única frase que logré decir, cerrando la puerta del carro.
Una vez en el patio de mi casa, estaba segura de que no habría nada más ni un beso. Lo veía riendo con maldad mientras me decía adiós con su mano.
Entré a la casa lo más rápido posible; mis manos temblaban y sudaban, lo que dificulto bastante la misión de abrir la puerta.
Volteé a todos lados, en busca de papá. Quería contarle todo con lujo de detalle.
Pero él no estaba allí.
Quería decirle que desde hace un tiempo para acá, me sentía como una chica en su romance adolescente experimentándolo en su adultez.
Tenía nervios, escalofríos, mi corazón latía tan rápido, solo quería saltar y brincar.
Observe directamente el sofá, el lugar donde papá siempre estaba sentado, y toda la felicidad volvió a ser incertidumbre. Estaban pasando cosas tan increíbles y no se las podía contar.
Tomé mi cobija favorita del sofá y me dirigí a mi habitación sin mirar atrás, sin pensar más. Era momento de mi sesión nocturna de llanto.
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Las horas pasaron y el mediodía llegó.
Aquel día se encontraba muy tranquilo y soleado; la brisa del aire era fresca y limpia. La pastelería se comenzaba a llenar de personas.
—Hola, linda señorita —anunciaba Jason desde la puerta. Le regresé el saludo y él siguió caminando hasta llegar al mostrador para recargarse—. Me gustaría invitarla a un picnic.
Sus grandes ojos cafés lucían más tiernos que de costumbre. Su invitación no era una sugerencia, sonaba como una ilusión de su parte. ¿De donde salió la idea de ir a un picnic?
Susan. Evidentemente. Yo le había mencionado a Susan mi cita perfecta: ir al parque, hacer un picnic, podía pintar toda la tarde y estar tranquila.
—Me encantaría, pero estoy muy ocupada —me excuse— Hay muchos clientes, tenemos muchas órdenes y no puedo dejar otra tarde sola a Susan; sería aprovecharme de ella mucho.
Por más excusas y pretextos que les presenté a los dos, nada funcionó.
Al contrario: tuve que lidiar con sus regaños y las miles de soluciones que me daban. Entre regañadientes, quitándome el mandil a la fuerza y con pequeños empujones, me subieron a la fuerza al carro.
Tardé más en seguir renegando que en estar sentada en la manta que Jason había puesto para mí en el parque.
Mientras sacaba de la canasta las diferentes cosas que había traído, su vista nunca se apartó de mí. O debo de confesar que yo no podía quitarle la mirada de semejante espectáculo.
—¿A qué debo tanta atención?¿Por qué me miras tanto? —preguntó Jason.
—No sé, solo es muy lindo que hicieras un picnic, trajeras pizza, vino y todas estas pinturas —hice una pequeña pausa para generar suspenso y tomarme el tiempo de apreciar su rostro—. Pero tengo mis dudas.
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Editado: 18.11.2025