Dulces suspiros

Capítulo 18. Viernes

Daina

¿Ansiedad? Mi mejor amiga. Su visita nunca falla desde que tengo 15 años. Mi relación más constante y nada fructífera. No me tocó lidiar con un ex tóxico, sino con mi propia mente.

Los pensamientos eran esos estragos de mis sentimientos reprimidos, los mismos que me hundían con el paso de las horas. Mi cerebro era mi peor enemigo, me enjaulaba en sus múltiples creaciones.

¿Cómo salgo de él cuando lo único que hace es gritar?

No vales. No sirves. No eres suficiente para nadie.

Corrí, grité y lloré por toda una noche, y no cambiaba nada.

El momento pasaba y seguía sin ser suficiente ni siquiera para mí misma, mucho menos lo sería para los demás.

¿Qué esperaba Jason de mí? Sus expectativas estaban por los cielos y yo nunca podría alcanzarlas. Él no tenía por qué lidiar conmigo. Estaba destinada a sufrir sola.

Debía resolver todo. Estaba en mí, solo en mí.

¿Qué hago?

¿Cómo lo detengo?

¿Cómo me detengo?

Si seguía llorando, inundaría mi cuerpo, la calle, la ciudad y el mundo.

Fijé mi vista en la pared. Estaba en casa. No era tan difícil: tenía que sacar mi llave, abrir mi puerta y entrar. Solo debía hacer eso. No era tan complicado.

¿No podía o no quería?

Al entrar, me encontraría con otro monstruo que enfrentar: su ausencia.

Tal vez la profecía era verdadera; en el futuro solo estaba yo. Si era así, debía acostumbrarme a la soledad.

¿Por qué ahora le temo? No, no es eso.

Le temo a la compañía. Le temo a estar con Jason.

Hoy era la cita que habíamos pactado y no quería ceder a ir, porque sería la última gota que faltaba para llenar mi corazón con su presencia. La única manera de saciar mi necesidad de él era dejándolo entrar.

Me enamoré de ese chico por su simpleza, su calidez, su empatía y aun así no podíamos estar juntos

Eso era: mi miedo a seguir estando sola, anhelando cada día estar a su lado. Esas palabras retumbaron en cada rincón de mi cerebro. El problema simplemente fui yo.

Mi cuerpo estaba presente, mi corazón estaba alucinando y mi mente se consumía lentamente.

Mi respiración se agitó. No era un gran momento para que el ataque de pánico hiciera su visita del día.

Rápido, debía respirar por tiempos: Inhalo y exhalo, una y otra vez.

No funciona.

Vamos, otra técnica, piensa.

Mira a tu alrededor, dime tres cosas de color blanco, no, cuatro cosas de color azul. No.

Rayos, nada funciona. Estaba a un segundo de caer al piso y hacerme bolita.

Mi mano se calmó y ya no temblaba. ¿Qué pasó?.

Ya no quería salir corriendo; algo me detenía. Mis pies estaban anclados en la tierra.

Un sentimiento cálido cubrió por completo mi mano. Su presencia derretía el pedazo de hielo que venía cargando.

Era.. él. Él estaba sosteniendo mi mano, parado frente a mí.

—Sé que no estás bien y sé que me escuchas. Solo quiero que sepas que estoy aquí —susurraba como si le diera miedo asustarme.

Como si le diera miedo romper algo.

Como si no quisiera quebrarme.

Sus brazos me abrazaban tan delicadamente que solo era un recordatorio de que él estaba aquí. No era dominante y mucho menos doloroso. Solo era su presencia cubriendo todo mi ser y protegiéndome de mí misma.

Su corazón se empalmó con el mío en el momento en que alcé mis brazos para poder rodearlo por el cuello. Quería que estuviera más cerca, lo necesitaba pegado a mí. Mi cabeza se hundió en su pecho, dejándome inhalar cada olor: su perfume, combinado con el olor a pasto mojado alrededor.

Acariciaba mi espalda y tarareaba una melodía que no podía distinguir. Lentamente mis pulsaciones cesaron, la taquicardia ya había pasado, y yo seguía entre sus brazos.

Ambos con los corazones sincronizados. Su calidez recorriendo poco a poco todo mi cuerpo.

Las lágrimas ya habían parado y mi modo de defensa se esfumó. Ese abrazo conectaba dos corazones y derrotaba las fronteras que la ansiedad ya había superado.

—Jason, eres tú. Estás aquí —Me atreví a abrazarlo más fuerte. Un poco más y nos terminaríamos quebrando el uno al otro.

—Siempre lo estuve y siempre lo estaré.

Sus ojos cafés se concentraron en los míos y, al prestarle atención, pude contemplar cómo dio un pequeño beso, fugaz e inocente, en mi frente. No necesitaba decir ni una palabra para afirmarme que de ahora en adelante, si nos quebrábamos, siempre buscaríamos la manera de repararnos.

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Entre estas paredes los secretos abundan.

El ataque de pánico ya había pasado.

¿Cuándo pasará mi terror de no ser suficiente para él?

—Si deseas, podemos cancelar la cena —sugería Jason, tomando asiento en el sillón.

Sus ojos lucían cansados y seguía un poco agitado. Asumo que ninguno la estaba pasando bien y tampoco queríamos preocuparnos el uno al otro.

—No, de verdad quiero salir contigo —insistí, desafiando mi ansiedad.

—Daina, si no te sientes bien, podemos ir otro día —su tono cambió. Ya no era una sugerencia linda y preocupada, sonaba más como una orden.

Su postura se tensó y cambió de posición: sus codos sobre sus rodillas y las manos entrelazadas. ¿Se puedo haber molestado porque lo contradije?

—En serio, si quiero ir —enuncié más tranquila, así ambos nos calmábamos. Me senté a su lado, juntando mis rodillas a las suyas—. No sé por qué pasó esto, pero me alegro que estés aquí.

Entrelacé nuestras manos y le sostuve la mirada. Sus ojos reflejaban su preocupación, y los segundos de silencio afirmaban que también venía cargando un pesar, solo que no me lo iba a confesar.

—No te estreses, a veces nuestro cuerpo solo necesita un descanso emocional. Eres muy fuerte, pero también necesitas soltar las emociones acumuladas. Ven aquí —se deshizo de mi agarre y me abrazó.

No sé que tenían sus abrazos que eran los mejores. Los más presentes, los más especiales y los más sinceros.




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