Kate
El amor siempre será un aspecto extraño de la vida; uno nunca sabe quién será el amor de su vida o dónde estará aquella persona que se supone está destinada a uno. Sorprende el poder que tiene el corazón sobre la razón cuando se encariña de alguien.
Toda la vida la imaginé a lado de Dylan, mi primer y único amor. Eso solo era en mi caso, porque para él yo siempre fui su segundo e insignificante amor.
Alguien había llegado antes que yo y se llevó las piezas más grandes de su corazón, dejando pequeños huecos que me correspondían.
Me conformé con tan poco de él que terminó siendo un mundo para mí.
Mi supuesto amor era confuso y doloroso.
¿Quién diría que aquel hombre del que me enamoré tan perdidamente años atrás, aquel hombre que se convirtió en padre de mi hijo, se transformaría en un completo extraño?
Tengo miedo. Mi gran amor, el amor de mi vida, el que yo creía que amaba a nuestro hijo, se convirtió en la peor versión que pudiera imaginar.
La avaricia lo transformó en un ser sin sentimientos.
¿Por qué cuando está conmigo es el hombre más dulce, atento y comprensivo del mundo, pero cuando ve a mi hijo —nuestro hijo— se vuelve el hombre más déspota, arrogante y exigente con él?
Nunca quise aceptar que el dinero cambiaba a las personas. No a todas, pero lastimosamente sí a él.
Es difícil ver a las personas que más amo separadas, peleando todo el día, teniendo únicamente en común su preocupación por mí.
Dylan llegó más temprano a casa de lo que acostumbraba. Por un segundo tuve la esperanza de tener una tarde tranquila y amena a su lado.
—No sabía que ahora también pintabas, es muy bueno —se acercó a mí, dándome un beso en la cabeza mientras me abrazaba.
Yo colgaba el cuadro que Jason me presumió aquella tarde. El mismo que le había regalado Daina en su picnic.
—El cuadro es increíble; sin embargo, yo no lo hice —confesé.
Sus abrazos nunca fueron sinceros y menos cálidos. No podía esperar que eso cambiara. Al contrario, al separarse de mí sentí un gran alivio.
—No, entonces ¿quién? —preguntó, tomando asiento en su silla de cuero favorita.
—Daina, la chica…. —me interrumpí de inmediato.
Un segundo bastó para darme cuenta del gran error que cometí. Dylan y su gran manera de hacer miserable a Jason y elegir por él iban a ganar esta discusión, como siempre.
El silencio inundó la sala. Él esperaba que completara la frase y yo buscaba la forma de intentar huir de esta discusión.
—La chica del local de galletas, la dueña del lugar con quién me encantaría ser socia, ¿lo recuerdas? La que mencioné una vez —mentí.
No era algo muy común en mí mentir. Solo hoy que era justo y necesario.
—Cierto, cariño. ¿Por qué pintaría a nuestro hijo?.
Su duda era genuina. Cruzó sus brazos, enarcando las cejas, dejando ese rasgo de suspenso que solo él sabe hacer. Como si pudiera cambiar todo el aura del lugar a su antojo.
Eso causó miedo y preocupación en mí. Un gran escalofrío recorrió mi cuerpo. Solté un suspiro, rindiéndome. La mentira debía continuar o el barco se hundía.
—Yo sé lo pedí. Le llevé una foto de Jason. Es una gran artista, ¿no crees?.
Intenté cambiar el rumbo de la conversación; con ello, no tendría que hablar acerca de la relación entre Daina y Jason.
Me acerqué para abrazarlo y darle besos, con la única intención de no tener que seguir hablando. Por primera vez funcionó. Él me tomó de la cintura y me abrazó.
Un abrazo frío y distante se convirtió en mi favorito.
Porque era lo único que podía obtener. Un pedazo pequeño de su corazón era mío, de eso estaba segura, y la mayoría siempre le pertenecería a ella. Por más que me esfuerce, nunca sería el amor de su vida.
Solo soy la madre de su hijo y su esposa, no más ni menos.
Había logrado controlar la situación. Desvié la pelea; ahora tenía que pelear con mis propios pensamientos.
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Una tensión más entre ellos era lo que hacía falta para que todo dejara de funcionar en mi casa. Me alegraba que Jason ya no siguiera los pasos de su padre y me aterraba que ya no fuéramos lo que un día fuimos.
Nos conformamos con tan poco que la mínima caricia nos hizo caer en la tentación y en el deseo de ser amados.
Dylan había llegado temprano a casa por segunda ocasión en el mes. Verlo leer en el sillón de la sala con su camisa de botones medio desabrochada me recordaba a nuestros primeros encuentros.
Si Jason estaba en casa, era tranquilidad.
Si Dylan estaba en casa, era compañía.
Si ambos estaban en casa, era el mayor desastre de la historia.
Al escuchar que Jason abrió la puerta, supe que el día de hoy un desastre comparable con una guerra mundial se aproximaba.
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Editado: 18.11.2025