Daina
—Creí que sí te gustaba tu trabajo —dudé al acercarme.
Jason estaba sentado en las mesas del exterior de el suspiro. Concentrado en su llamada, lo observaba a detalle: movía sus manos dando indicaciones al aire; sonaba decidido y seguro de lo que hacía.
—No —respondió, acomodando las mangas de su camisa, doblándolas hasta sus antebrazos—. No, si eso me trae problemas contigo.
—Si esto te causa problemas —me referí a nosotros, tomando asiento al frente de él—. Prefiero que.
—Nada —me interrumpió, aun con su voz grave—. Tú no prefieres nada, esto no me trae problemas. El problema siempre ha sido él.
Escucharlo tan determinado, dándome órdenes, removió todo mi interior. Mi piel se erizo y las ganas de besarlo se intensificaron.
Su teléfono volvió a sonar. Lo levantó y colgó la llamada.
—¿Tu mamá?
—No, ella está en casa, sin mucha mejora, pero lo intenta.
Era de su trabajo, entonces. Mejor no indagaba.
—¿Puedo ir a visitarla? —pedí, para cambiar el tema y evitar mis ansias de besarlo.
Kate no nos había visitado; no sabíamos mucho de ella, solo lo que el señor Dylan nos contó. Extrañaba sus visitas y sus pláticas, en especial sus historias de cuando Jason era un niño pequeño. Me hacía sentir que lo conocía de toda la vida.
—Vamos, te llevo —se ofreció amablemente.
—Pero te tienes que ir a la oficina.
—No me importa, tengo prioridades —me coqueteó abiertamente, sin vergüenza. Tocó la punta de mi nariz con su dedo, para después tomar mi mano—. Y usted, señorita, es una de ellas.
Sin soltar mi mano, me jaló para levantarme e irnos a visitar a Kate. Me escapé de Susan silenciosamente y subí al auto de Jason.
—Oye, ¿qué pasó con tu estilo habitual, otra vez? —cuestioné, abrochándome el cinturón de seguridad.
—¿No te gusta este nuevo Jason relajado? —reprochó.
Sí, me encanta todo de ti.
—Sí, luces muy guapo.
Con su traje de sastre, o con sus camisas abiertas y sus jeans, o incluso con mis pijamas de princesas, lucía simplemente perfecto. No era la ropa ni el estilo; lo hermoso era él.
—Un momento, ¿apenas notaste que había cambiado de estilo? —prendió el auto y emprendió el camino.
Me quedé callada un momento; evidentemente lo observaba a detalle.
—Pues muy mal, señorita —exasperó, sin apartar su vista de la carretera—. Yo noté desde la semana pasada que tú habías cambiado el color de tus uñas; antes las usabas rojas, y ahora las cambiaste por brillos. Ya no utilizas tan seguido tu peinado recogido muy lindo, con tu cabello rizado. Has cambiado las blusas de color negro por colores, empezaste a usar más vestidos y no tantos pantalones. Eso solo es superficial; también he notado que eres más segura de ti misma, confías más en ti, tu ansiedad ha disminuido y te has empezado a relajar más.
—¿Cómo has notado tanto de mí? —murmuré, mirando mis manos.
Toqué mi cabello, el cual, en efecto, estaba suelto.
—Me importas. Te observo y te analizo. La pregunta es: ¿has cambiado por mí?.
Me reí de los nervios y respiré hondo, pasando por mi mente cada imagen para corroborar que el cambio había sido por ambos.
—¿Crees que porque un chico guapo, extranjero, alto de cabello oscuro y ojos hermosamente cafés, atento, lindo, carismático? Aquel chico que está cuando lo necesitas y cuando no también. Aquel chico que me ayudó a abrir mis ojos ante el mundo, que captó mi atención desde el primer día que entró al local ¿Crees que me hizo cambiar? —hablé sarcásticamente.
La respuesta era: sí. Aquel chico era una causa de la consecuencia que hoy soy.
—No sabía que creías eso de mí —volteó a verme, y por un segundo olvidamos que íbamos en carretera.
—Mira, galán, mejor pon atención al camino —moví su cabeza para que prestara atención al camino.
—Ahora que eres más segura de ti misma, ¿aprenderás a manejar? —se aprovechó del momento vulnerable.
—Déjame pensarlo, no.
—¿Por mí?
—No
—Yo creo que sí lo puedes hacer. Enfrentaste a mi padre, un hombre que tiene el poder de quitarte tu local, tus amigas, a tu familia , tu casa y a tu mascota. Incluso podría mandarte a otro país o hacer cosas mucho peores.
¿Qué hice qué?
—¿Puede hacerme qué?
—Puede hacer muchas cosas, pero no lo hará. El punto es: creo que es momento de que aprendas. Yo seré tu maestro.
—Solo lo haría si eso funciona como excusa para verte más —acepté inconscientemente.
—Trato.
----------------
La casa de Jason era más grande que mi casa y el suspiro juntos.
Lo blanco de sus paredes me recordaba al hospital: esa insipidez que solo ellos entendían. El patio estaba lleno de hermosas flores de todo los colores que pude imaginar. La entrada de la mansión tenía los pisos impecables que hasta mi reflejo podía ver. Los techos eran gigantes; asumo que por la altura de Jason, pero aun así era una exageración.
Entramos y me daba pánico tocar algo. Si se caía o se dañaba, me costaría mi negocio y mi alma juntos.
—Kate, qué gusto verte —grité al verla recostada en el sofá y corrí para abrazarla—. Es un placer verla, ¿cómo se encuentra?
—Mejor, estoy muy feliz que hayas venido —me abrazó.
—Creí que le había advertido acerca de mi hijo —musitó arrogantemente el padre de Jason, entrando a la sala—. Veo que ha sido muy tarde.
—¿Qué le has advertido, Dylan ? —me ganó a hablar Kate.
—No es asunto tuyo, cariño. Estos son tratos entre nosotros —contestó, sentándose en el sofá como si nada pasara.
Tomé del brazo a Jason anticipando su reacción. Kate se levantó del sillón y se paró justo delante de su esposo.
—Padre, ya me he enterado de tus grandes hazañas —lo confrontó Jason, intentando dar un paso, lo detuvé—. Si ya estaba decepcionado de ti, imagínate lo que pude sentir al saber que creías todas esas cosas de mí.
#3175 en Novela romántica
#821 en Novela contemporánea
romance acción drama reflexión amistad, romance accion suspenso drama, romance drama
Editado: 18.11.2025