Dulces suspiros

Capítulo 24. Más tiempo

Daina

Las artes siempre fueron mi refugio.

Esa parte de mi vida que podía controlar y en la que no había problema si algo no resultaba bien. Me pertenecía a mí y solo a mí. Por ello me aterraba que las personas descubrieran lo que creaba.

¿Por qué? Era ese miedo irracional que afirmaba que nunca serás suficiente.

Nunca fuiste, no eres ni serás lo que todo el mundo quiere.

Ser diferente te hace sentir así. Creía que mi anhelo era mostrar mi arte e inspirar a las personas; la realidad era que no podía sostener los fracasos detrás de cada éxito.

No podía ser buena en nada, sino que era buena en todo aquello que se convertía en nada

Y así fue siempre mi historia. ¿Cómo logré incorporarlo en mi vida diaria?.

No lo hice directamente: lo disfracé y lo protegí.

En el trabajo horneaba y creaba hermosos postres, galletas y panes, explorando mi imaginación con los sabores, los colores y las texturas.

Mientras que la pintura y la escritura me permitían expresar mis sentimientos, mis emociones, mis ansiedades y mis miedos. Era mi forma de drenar las emociones.

Cada vez que estaba consumida, escribía.

Era mi costumbre encontrarme encerrada en mi propia mente.

Iba caminando en dirección hospital; la brisa del aire daba un pequeño masaje en mis mejillas, escuchaba los pajaritos cantar y el aroma de las plantas siempre calmaba mis delirios de ansiedad. Solo quería llegar tranquila y fingir que todo estaba bien con papá.

Después de la noticia de que sería dado de alta en unos días, debía pretender que no me daba pánico una recaída más.

¿Cómo era posible que saliera?

¿Y si pasaba algo malo?

¿Y si tenía otro ataque?

No estaba estable; me lo regresaban porque no podía hacer nada más, ¿verdad?

—Hola, pa —saludé al entrar a la habitación.

—No te dije que vinieras hasta mañana.

—Sí, igual quería pasar la tarde contigo, para preparar todo.

Mentí. Deseaba interrogar al doctor para saber exactamente lo que pasaba.

—¿Estás angustiada? Te conozco hija. Te preocupa lo de mañana. ¿Por qué no me cuentas? —Dio pequeños golpes a la camilla, invitándome a sentarme.

—No entiendo —me acerqué y tomé asiento a su lado—. Cuando inició el mes estabas muy grave, pa. Me preocupa que no estés estable.

—Daina, hija —pasó su brazo por mis hombros y me abrazó fuerte—. No te lo dije, porque no deseo darte falsas esperanzas. Desde la primera pelea que tuvimos, empecé a aceptar las quimioterapias.

—¿Por qué no me lo dijiste?.

—Porque te alterarías. Hija, está enfermedad, ninguna enfermedad es certera, lo sabes. Hay días buenos y días malos, nada es seguro. Sé que estás molesta.

—No lo estoy, solo que me hubiera gustado estar contigo cuando me necesitabas.

—Siempre estuviste aquí —Señaló su corazón.

—¿Entonces?.

—Deseas escuchar que estoy sano, que me salvé, pero no —las lágrimas de ambos fueron inevitables—. Gané más tiempo para estar contigo y remediar las horribles palabras que esa vez te dije.

—¡Más tiempo! —La Daina adulta no era la que hablaba mientras lloraba; era la niña en mi interior, esa que llevaba años viendo sufrir a su padre.

—Sí, más tiempo. Con las últimas quimioterapias, con muchas ganas y fé, podré, con suerte, conocer a mis nietos y, con más suerte podré tocar esa maldita campana que deseo hacer sonar tan fuerte desde que tenías tres años.

No podía dejar de abrazarlo. En realidad, no quería dejar de hacerlo.

Recuerdo rezar, pedirle a dios y al universo desde niña que mi familia estuviera bien, que él pudiera hacer sonar esa campana. Y nunca entendí por qué la vida se empeñaba en hacernos sufrir.

Siempre miré mi vida como si fuéramos los únicos que anhelaban que todo se terminara, que dejara de doler, aun cuando sabía que no éramos los únicos que sufrían.

Solo anhelaba un instante de tranquilidad, un momento donde la vida nos demostrara que merecíamos esa paz que tanto nos costó obtener.

Después de todo, si había logrado convencerlo, sus esperanzas y sus fuerzas habían vuelto. Era mi papá nuevamente: esa imagen del hombre valiente, fuerte, que nunca se rinde.

—Me quedaré aquí contigo, acompañándote, porque mañana es un día muy importante.

—Siempre juntos.

—Siempre juntos —Le di un leve beso en su frente y me alejé.

Me instalé en el sillón, dejándolo dormir mientras yo escribía silenciosamente.

Hola, Daina del futuro, del pasado, del presente y de cada momento o universo:

Así como me gusta escribir las cosas negativas como un desahogó, también creo que es importante contarte ahora que nuestra vida está mejorando.




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