Jason
—Es tiempo de que hables con tu padre, con Dylan —se corrigió de inmediato mamá— Por favor.
—No sé qué tan buena idea sea eso.
—Jason, llevas una semana sin estar en casa y en tu trabajo.
Y lo había disfrutado como nunca.
Pasar las tardes con Daina en el negocio, molestar a Susan mientras estaba intentando hornear, seguir con las clases de manejo y simplemente tener la tranquilidad que nunca había experimentado en mi vida se volvió mi rutina favorita.
—No me quejo. Además de los días cuando era niño y pasábamos juntos, está semana ha sido una de las más tranquilas de mi vida.
—¿Sabías que las personas hacen tu vida mejor?
—Sí —respondí pacíficamente.
Ahora lo veía de esa manera: las personas sí pueden mejorar tu vida, no solo son simples seres que la adornan para que tú los utilices a tu conveniencia. También pueden ser el arte que inspiran, el soporte que te recibe al caer en el abismo, el amor que te envuelve en los días difíciles y la compañía que te tranquiliza con un simple abrazo. Solo necesitaba tener la presencia de la persona correcta, en el momento adecuado y en el tiempo que nos corresponde, para entenderlo.
—Aun así, es tu padre —insinuó un tanto temerosa.
—Detesto que solo porque la persona es parte de tu “familia” le tienes que dejar pasar que nos hayan hecho daño, que nos hayan tratado mal y que nos hayan destruido. Como es tu familia, todo se debe perdonar —la enfrenté con un toque de prepotencia.
—Pues sí, porque no importa lo que haga, no dejará de ser tu padre —enfureció mi madre, cuando solo deseaba hacerla entender—. No tarda en llegar, quédate a hablar con él —me ordenó.
—Está bien —accedí, porque era ella quien me lo pedía—. Pero, lo hago por ti.
Como lo prometí, esperé a que mi padre llegara a la casa. Cumpliría la promesa de intentar hablar con él. No me hacía responsable de cómo acabará y menos de cómo reaccionaría. No sería el primero en ceder a su conveniencia y tampoco el último en quedarse sin dignidad.
—Hola, hijo —me saludó a regañadientes.
—Hola.
—¿Has cambiado de decisión respecto a tu renuncia?
—No —le otorgué respuestas cortas y claras.
Bien, Jason, no te doblegues ante el enemigo, guarda el miedo para otras ocasiones. Sigue firme y fuerte.
Mi madre permanecía parada a mi lado mientras él se iba al otro lado de la sala para llegar a su sillón favorito, sin prestarnos atención por completo,
—Les propongo un trato —habló mamá ante el silencio que se instauró entre nosotros. Nos acercamos a mi padre y acomodé las arrugas que quedaban en mi saco—. Ustedes ya dijeron lo que querían y los escuché. Ahora es mi turno. Les guste o no, la empresa también es mía; yo también tengo voz y voto en esto —Ambos permanecimos callados ante el regaño—. ¿Me van a escuchar?.
—Sí —accedimos ambos sin tener otra opción.
—Jason volverá a su casa, dormirá aquí y seguirá viviendo como desde un inicio lo hacía. Si no deseas hablar con tu padre, adelante, pero lo vas a escuchar y después decidirás que hacer y que no. ¿Entendimos? —Asentimos con la cabeza, aceptando sus términos y condiciones—. Tú, Dylan, no seguirás con la idea de la boda con esa muchachita, respetarás a Daina y no molestarás a nuestro hijo. Le darás la libertad que merece en su parte de la empresa, ¿entendimos? Al menos en mi casa no se tratarán mal. Jason, tú vuelves a trabajar en lo que te guste de nuestra empresa, y los cambios que desees hacer son apoyados por mí.
—¿Y qué pasa si no aceptamos? —la desafío Dylan.
Solté una pequeña risa ante la valentía de ese hombre. Si algo tenía mamá era su poder de convencimiento ante todo y el terror que puede causar cuando se lo propone.
—Primero, me divorcio de ti. Te quito la empresa, tu casa, tus acciones, tus terrenos y te dejo en la calle —hablo decidida sin una pizca de miedo. Erróneamente me reí en la cara de Dylan—. A ti, hijo, te quito tu herencia, tu trabajo, tu casa y tus acciones. ¿Quedó claro?
—Pues sí, aceptamos. ¿Cierto, Jason?
—Si, claro, por las buenas suena bien —dije sarcásticamente.
Por única ocasión, estaba de acuerdo con Dylan,
—Perfecto. Dylan, está es una segunda y última oportunidad. No la desaproveches.
Por favor, padre. No la desaproveches.
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¿Daina?
¿Qué pasará con Daina?
Si mis decisiones nos acercaran, también podrían alejarnos. Las razones de no querer ceder por completo nuestro amor fueron por miedo. Miedo a fracasar y no ser lo suficiente para ella. Más cuando ella se ha convertido en mi todo, en la perfección de ser simplemente ella.
Volví a la jaula de mi supuesta casa y me separaría de mi hogar.
Antes, mis decisiones solo me afectaban a mí y esta bien con ello. Ahora afectaban a Daina y nuestro futuro juntos. Si ella se molestaba por mi regreso a casa, no sabría elegir entre volver a casa o estar con ella.
No por falta de amor —el cual nunca faltó y estoy seguro que no faltará a su lado—, sino porque la disputa entre dejar sola a mi madre ha sido lo que me ha frenado por tanto tiempo. No merece seguir sufriendo con Dylan, y yo no merezco sacrificar mi amor.
Ir a la pastelería hoy implicaba hablar de todo esto con Daina. No estaba preparado, mi ausencia ya había acumulado dos días sin visitarla y al evitar contestarle los mensajes me hizo considerar que la perdería si seguía así.
—¿Qué pasa?, ¿por qué tanta frialdad? —me cuestionó Daina al verme entrar al suspiro.
Ni un “hola, mi amor", ni un abrazo, ni algún cumplido. Lo acepto: lo merecía.
—Nada, nada —mentí, ocultando mis nervios lo mejor posible. Me iba a rechazar, estaba seguro. A los pocos segundos de silencio mis manos comenzaron a temblar y mi voz titubeó.
—Jason, Jason, ¿estás bien?.
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Editado: 18.11.2025