Daina
Conozco el sentimiento perfecto de no pertenecer.
Viví de primera mano ese intento de ser perfecta para poder ser aceptada y obtuve el rechazo de no ser suficiente para alguien.
¿Por qué las personas cambian?
Específicamente, ¿por qué cambié yo?
Ser la alegre, la que hablaba mucho, la persona llena de felicidad y alegría pura me demostró que el mundo me prefería callada y tímida.
Porque ser una luz que intentaba brillar atraía a muchos insectos que lograron apagarme.
Esas verdades no eran contadas porque dolían.
No podía considerarlas como mentiras, sino que las catalogaría como secretos que no eran parte de la relación entre padre e hija. Palabras, acciones y vivencias que en su momento oculté y que cada una era una gran batalla que debía luchar con la ilusión de algún día poder ganar.
Sentados en el patio mientras comíamos pan y tomábamos café, papá no apartaba la vista del paisaje. Podíamos ver a lo lejos las montañas a nuestro alrededor. Esta vez estábamos tranquilos; raro de aceptar.
La brisa del aire era fresca y el sol aún no se ocultaba por completo.
—¿Qué piensas, pa?.
—Sé lo que es estar solo en la vida, y no lo digo de esa manera. Quiero decir, tú has estado conmigo siempre, me refiero románticamente.
Entendía perfectamente a qué se refería, conocía el rumbo de esta conversación, pero no deseaba pelear.
—Ya sé qué quieres decir.
Siempre lo supe y nunca lo dije. No era fácil aceptar que deseaba ser amada y menos ser elegida. Mi mayor consuelo era papá y, muchas veces, no fui elegida ni siquiera por él.
Entonces, ¿Qué me quedaba? Si el mundo se tomaba el derecho de juzgarme, si era muy alta o muy chaparra, muy gordita o delgada, si usaba lentes o no.
Aquellas palabras que en un inicio se usaban para describirme se volvieron armas en mi contra. ¿Cómo te explicas a ti mismo que tú no eres el problema cuando toda la vida te hicieron creer que sí lo eras?
No fui seleccionada por un hombre o una mujer porque yo misma me encasillé en el silencio, la timidez y la vergüenza, los cuales fueron mi escudo y me alejaban de ser su presa.
Porque. ¿Por qué alguien quisiera estar con “el problema”?
—No, no lo sabes. Has sido hija única toda tu vida y estás acostumbrada a hacer tus cosas sola, siempre has sido muy independiente.
—No necesariamente hacía mis cosas sola. No me convertí en independiente por elección, no me separé del mundo por gusto —seguí con la plática, fingiendo tranquilidad y ocultando mis ganas de llorar.
—¿A qué te refieres?
—¿Quieres saber por qué siempre he estado sola?¿Por qué siempre fui tan callada y tan apartada de la familia, de las personas en general?
—Porque eres introvertida —respondió mi padre, sin tener noción de lo que era la realidad.
—No. Porque cada que hablaba o decía lo que pensaba, para alguien de tu familia yo estaba mal. Cada cosa que intentaba decir era tonta para alguien más. Siempre escuché comentarios acerca de cómo me miraba: si era bonita o fea, si era gorda o delgada, si comía o si no lo hacía. Quedarme callada era la manera en que las personas no me veían, que no supieran de mí y así no tendrían por qué criticarme. O al menos sentía que no les daba las armas contra mí..
—Siempre te dije que lo que creyeran los demás no importaba.
—Si, pero eso no le quita el peso a las horribles palabras que nos dicen. Todo el tiempo ellos han desconfiado de mí y lo peor es que yo me lo creí. Confié en lo que ellos creían y me grabé el: “No puedes”, “No eres suficientemente bonita para eso”, “Eso no te dará dinero”, ”Serás pobre toda tu vida”, “No hagas eso de tu vida”, “Nadie te amara”. “Nadie te elegiría”.
—Hija.
—Nada, pa, —lo interrumpí, sin ser grosera y sin levantar la voz—. Nunca fui bonita, tenía que destacar en algo. Por eso siempre me estresaba tanto en la escuela; me volví perfeccionista para no cometer ningún error. Por eso tenía que ser la estudiante perfecta, con las mejores notas, con diplomas.
—No sé qué decir.
—No espero que lo hagas. Pero sí espero que lo entiendas. Espero que entiendas que cada uno de mis días he luchado y no solo he peleado contra las voces de mi cabeza; también contra las voces de los demás. Créeme que nunca te voy a reclamar porque fuiste uno de los pocos que siempre estuvo para mí y me ha dado esa motivación que muchas veces necesité. Te cuento esto no para tener tu lástima, ni para reprochar, Te lo digo porque no sé cuánto tiempo nos queda a ambos. Uno no decide quién se va primero. Lo hago porque no quiero que te quedes con la imagen de una hija que no luchó, que no puso de su parte, que “no le echó ganas”. Al contrario; aunque levantarme cada día era complicado, lo logré. Logré salir adelante.
—No tenías que pasar eso sola.
—No tenía, pero la familia ya tenía suficientes problemas como para sumarle otro.
—Tú nunca serás un problema —dejó su taza en la mesa y tomó mis manos.
—Tal vez yo no, pero mi ansiedad, mi depresión sí. Mi actitud que se deja llevar por ellas Y mis acciones, sÍ. De por sí, los problemas eran complicados; no merecías también sobrellevar mi pelea.
—Somos una familia y esas peleas las superamos juntos.
—Si, pero era mi pelea. Yo tenía que superarla. Y si no lo he logrado aún, si quiero que pienses que sigo luchando.
—¿Me prometes que las peleas las enfrentaremos juntos? —papá se levantó y me abrazó.
—Sí —dije dando un suspiro de alivio.—. Quiero que sepas que estoy bien estando sola, estoy bien conmigo misma, y también entiendo tu preocupación como padre. Confía en mí, en que yo puedo.
—Siempre lo he hecho y lo seguiré haciendo. ¿Crees que él es el indicado?.
—¿De verdad? Vas a empezar con eso —me retiré de su abrazo y papá volvió a su asiento
—No, no. Solo digo, ¿has pensado en el compromiso con él?
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Editado: 18.11.2025