Jason
—Daina —llamé un poco desesperado, buscándola por encima del mostrador. —Necesito a mi novia
Me encantaba tener el derecho y el honor de poder decir que ella era mi novia.
—Suena lindo cuando me llamas así —enunció Daina saliendo de la cocina acercándose a darme un abrazo, sintiendo mi corazón agitado—. ¿Qué pasó?
¿Cómo lo notó? No lucía molesto, lo oculté perfectamente. ¿Con un solo abrazo supo que no estaba bien?
—Mi padre. Otro día, otra pelea —bajé mi vista, harto de lo mismo—. Nuevamente sigue con la idea de mi casamiento con la señorita Dayana, y me parece absurdo.
—Creo que te verías muy guapo casado.
—Contigo —Le guiñé el ojo.
—Mm —Fingió toser como manera de expresar su nerviosismo y su deseo de cambiar de tema.
—Daina, ¿no planeas casarte? —pregunté sin pensar antes. Me tomó de la mano y me encaminó hacia la cocina—. No digo que conmigo. Espero que sí conmigo, pero lo digo en general.
—Jason, Me da miedo. No sé si sería una buena esposa o una buena madre. ¿Qué tal si no soy como pensabas o imaginaste? Además, una persona puede cambiar con el tiempo; no sé si pueda ser como tú esperas o como alguien más espera que sea.
Soltó mi mano y se recargó en una de sus mesas de trabajo.
—Entiendo, no te estoy presionando —me acerqué para colocarme a su lado, igualmente recargándome en la mesa—. Solo tenía curiosidad. Tal vez tienes miedo porque nunca antes habías tenido novio o un compromiso como este.
—Tengo miedo de no ser buena para ti.
—Creo que la única persona con la que debes ser buena es contigo misma.
Volteó su cabeza para verme a los ojos.
—Jason, te amo —logró decir antes de quedarnos ambos pasmados.
Mis ojos casi se salían de su lugar. Era la primera vez que me decía “te amo", con todas sus letras y todas sus emociones.
—Dijiste ¡te amo! —enuncié entusiasmo.
A punto de saltar como un niño pequeño al cual le habían dado un regalo. A un grado de llorar. Había derrotado el hielo que se acumulaba en su corazón.
Me amaba, eso dijo. Me amaba.
—Perdón, perdón, Jason, no quería incomodarte.
La interrumpí antes de que se pudiera arrepentir. Lo dicho ya no se podía revertir.
—Yo también te amo, y con el tiempo veremos si podemos ser algo más que novios.
—Sí. —Ambos nos quedamos callados por unos segundos, hasta que Daina habló de manera coqueta—. Si quieres tener la oportunidad de ser mi esposo, debes aprender a hacer galletas. Eres el novio de una panadera y debes de saber hacerlas.
—Creo que soy muy bueno cocinando, pero no horneado, Mejor eso te lo dejo a ti.
Daina se enderezó y me extendió la mano para ir juntos a su estación de trabajo.
—Créeme, soy muy buena maestra.
—No dudo de ti, dudo de mí.
Pretendí prestar atención, solo que al verla tan tranquila y feliz preparando cada ingrediente desvío mi concentración. Estaba contenta de hacer lo que siempre hacía. Todos los días debía hacer lo mismo y, aun así, no parecía estar aburrida.
Disfrutaba cada instante, y yo disfrutaba verla.
Me subí a una de las mesas para sentarme y descansar. Estaba exhausto de tan solo verla. Pasé de verla desde la ventana de afuera a estar aquí a su lado.
—¿Crees que estarás sentado todo el tiempo?No lo creo, niño bonito; tenemos que hornear 200 galletas para mañana.
Me bajé de mi nada cómodo asiento y la abracé por la espalda. Le di un beso en la cabeza para después voltearla y poder besarla propiamente en los labios.
Sus labios rojos siempre serán mi postre favorito: tan suaves y tan lindos que me volvían loco de tan solo verlos.
—Me encanta ver lo feliz que eres horneando; me recuerdas a mamá. No porqué te parezcas —eso sería raro—, sino por la felicidad y tranquilidad que demuestras al hacer lo que amas.
—Lo que amo en estos momentos es a un chico extranjero que se llama Jason.
Pasó sus brazos por mis hombros y me atrajo para seguir besándome. Su agarre fuerte en mi cuello me atraía más a su boca. Y mi agarre en su cintura la anclaba a mí.
—Le tengo envidia a ese Jason —hablé entre beso y respiración.
—¿Me ayudarás a hacer las galletas o temes que tu lindo traje se ensucie? —me retó, separándose de mí.
—Ja ja ja. Mi traje no me importa —renegué, limpiando las partículas de harina que habían caído en mi camisa—. Vine a ver a mi novia, no a trabajar.
—Tu linda novia necesita tu ayuda, o necesita que te vayas para que no me distraigas con tu belleza.
—Me convenciste —accedí para poder quedarme todo el día con ella—. Hagámoslo.
Ambos horneamos las 200 galletas.
Está bien, Daina preparó y horneó, mientras que yo únicamente me comí las chispas de chocolate y los panes que ya estaban hechos.
#3179 en Novela romántica
#828 en Novela contemporánea
romance acción drama reflexión amistad, romance accion suspenso drama, romance drama
Editado: 18.11.2025