Dulces suspiros

Capítulo 30. La última vez. Parte 1.

Daina

Jason cumplió su promesa de nunca dejarme sola.

Creo que el final feliz si nos correspondía; era amada por alguien y merecía ser amada por él.

Él era el correcto.

Jason era con quien deseaba pasar el resto de mis días y nunca tendría suficiente de él.

Habían pasado exactamente 547 días desde la primera visita de aquel chico misterioso. 365 días desde que nos habíamos convertido en novios. La vida seguía su ritmo y, para sorpresa mía, todo iba mejorando.

Por primera vez: todo estaba mejorando en mi vida.

Todo iba avanzando y no tenía ni idea de cómo habíamos pasado tanto tiempo juntos. Las cosas románticas nunca fueron mi fuerte; solo que con él no era necesario ser perfeccionista en ello. Solo debía ser yo.

La vida por fin estaba acomodando su jugada, y todo parecía que los ganadores seríamos nosotros.

Mi plan estaba muy claro: el día de hoy le confirmaría a Jason que estaba segura de comprometerme con él.

¿Sencillo? No.

¿Fácil? Mucho menos.

¿Segura? Con él, siempre.

¿Dónde? En el festejo de nuestro primer año de novios. Específicamente en la gran cena que el señorito organizó y que lleva hablando de ella desde hace días.

Todo debía salir a la perfección y todo está bajo control. Me lo repetía una y otra vez. Solo que mi mantra del día no estaba funcionando en lo absoluto.

Estoy segura que desde que nací los nervios se han apoderado de mí. Vivía con la constante opresión en el pecho y los escalofríos que me hacían nunca poder estar tranquila. Para este punto de mi vida, aún no podía diferenciar entre ansiedad y un presentimiento. Me gustaba pensar que solo me estaba volviendo un poco más loca, antes de creer que existían de verdad los presentimientos y todo ese tipo de cosas.

Hablé con Susan sobre mi preocupación o presentimiento, y ambas llegamos a la conclusión de que cada día caía más en la locura.

Después de realizar mis actividades en el suspiro, fui directamente con papá. Sentado en su sillón favorito seguía agitado y cansado. Un invitado más que cancelaba su asistencia en la cena; Susan había sido la primera. Ahora estaba sola a la deriva en la cena ostentosa de los Thompson, y si el padre de Jason asistía sería mi perdición.

Mejor me dirigí a mi habitación. Preferí concentrarme en que usaría a seguir pensando mil ideas de lo mal que saldría esta noche. Estaba parada delante del closet, miraba vestidos, pantalones, blusas, ropa en general y todo me parecía poca cosa.

Ya no era impresionar a Jason, era sobrevivir a las críticas de su padre.

Jason me llamó para mi buena suerte; él aminoraba mis ansiedades o eso me gustaba creer.

—Hola, D.

—Jason, todos están cancelando —lo interrumpí, tratando de explicar todo, solo que mis nervios se apoderaron de mí y comencé a hablar más rápido de lo que mi cabeza podía pensar—, ¿No te parece raro?, tal vez nosotros también debemos de cancelar, puede que esto sea una señal, puede que empiece a llover, tal vez la comida está envenenada, tal vez te arrepentirás de esta cena o, pero aún nos arrepentiremos de todo esto, tal vez…

—Si te soy sincero, no me interesa si ellos van —soltó de golpe, con una tranquilidad que me dio envidia y, a la vez, paz—. Con que tú estés allí, yo soy más que feliz. Tranquila, todo va estar bien, solo estás nerviosa.

Las mil y un ideas que estaban pasando por mi cerebro se detuvieron de inmediato. Dejándome respirar y pensar por un segundo.

—Tienes razón, solo importamos nosotros.

—Exactamente, solo importamos nosotros. Mejor dime, ¿qué color usarás hoy?

—Blanco, ¿por?

—Para combinar.

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La noche estaba estrellada y la luna llena iluminaba hermosamente el cielo.

Lograba distinguir cada pequeña estrella, cada color azul en el paisaje y cada aroma que llegaba a calmar mis nervios.

Los tres estábamos disfrutando de la cena. Jason había elegido un lugar muy lindo; nuestra mesa estaba en la parte externa del restaurante y lo único que nos separaba del lago era una cerca blanca que adornaba toda la orilla.

El viento despeinaba levemente su cabello y lo hacía lucir cada vez más guapo, aunque eso no era una tarea complicada. Amaba verlo vestido del mismo color que yo; era un sentimiento extraño que me hacía sentir escuchada y considerada. Y el verlo usar esos anteojos de color negro me hacia rectificar lo guapo que se miraba siempre.

Puede que la cena haya transcurrido pacíficamente. Los chistes sin sentido de Jason me hicieron olvidar mi presentimiento. Solo que algo no estaba bien. Los recuerdos de mi infancia viajaron por mi memoria; cada momento de felicidad y tristeza estaba presente. Ya no había vuelta atrás, era una voz en mi cabeza que decía: era hora. Me gustaría decirte de que era hora, pero no tenía idea.

La cena se tornaba en una despedida, o al menos así yo lo sentía.

Discretamente, saqué de mi bolsa una caja de color negro, la cual estaba pegada al sobre sellado con una estampilla roja. Si se sentía como una despedida, o era una, quería dejarle algo que me recordara. Al ponerla sobre la mesa, Jason tomó mi mano y la apretó. Era su manera de decir “aquí estoy, estás un lugar seguro y, sobre todo, eres muy amada”.

—Una carta —susurró, abriendo sus ojos fingiendo sorpresa—. Pastelera, ya me estoy acostumbrando a que me enamores de esta manera; la última que leí fue lo más hermoso y sincero que pude leer. Me gusta la manera en que conquistas —Me guiñó el ojo, como su característico coqueteo.

Un leve suspiro se escapó de mi pecho, acompañado de una sonrisa. Ahora no temía, sino que quería correr a sus brazos, que me abrazara tan fuerte al grado de sentir mis huesos crujir. Quería consumirme en él y que nada ni nadie nos separara.

—Ya lo ves, toda una romántica. Me comprometo a, en un futuro, recibirte cada mañana con una —Guiñándole el ojo de la misma manera que él, trataba de ocultar todo el cúmulo de emociones—. La tienes que leer antes de irnos.




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