Dulces suspiros

Capítulo 31. En minutos la vida de una persona puede cambiar . Parte 2

Daina

—Me parece que interrumpí el bello momento —bufó el señor Dylan, con tonos de sarcasmo malintencionados.

Evidentemente interrumpe todo; para lo único que es bueno es para arruinarlo todo.

Divisé la cara de Jason, al ver su ceño fruncido me di cuenta que las cosas no terminarían bien. Me estiré para tomar su brazo y su barbilla; moví con delicadeza su rostro mirándolo directamente.

—Todo está bien, recuerda: todo estará bien —susurré.

—Que raro, hijo. Creí que no deseabas casarte.

—No con la persona que tú querías —se levantó agresivamente de la mesa y yo le seguí el paso con la única intención de hacer que este momento se acabara de inmediato.

Aquí estaba mi presentimiento. Por esto no debíamos venir.

—Dylan, déjalos disfrutar su momento —se interpuso Kate colocándose en medio de ambos.

—No puedo creer que hayas dejado a la hija de Anne por una panadera como está.

—Yo también era una panadera, como está —reaccionó de inmediato Kate.

Sujeté a Jason del brazo; si lo soltaba termina atacando a su padre.

—Y mira a dónde llegamos: a tener un hijo mediocre que tirará todo tu esfuerzo a la basura —reclamó el señor Dylan, empujando a Kate.

—Supongo que tienes razón, que el niño caprichoso —lo confrontó Kate mientras señalaba a Dylan y luego se señalaba a ella—. Se enamorara de la pastelera no terminó bien —Dylan intentaba interrumpirla, pero ella ya no se callaba—. Daina no será tan ingenua y no cometerá el error de enamorarse del equivocado, porque yo sí crie muy bien a mi hijo.

—¿Crees que esto, tu y yo, fue un error, Kate? —preguntaba Dylan alterado, a un grado de gritar..

Jason se tensaba cada vez más y más. Estaba a nada de golpear a su padre y yo no lo detendría.

—Creo que eso te lo deberías preguntar tú: ¿enamorarte de la panadera fue un error?.

—Tal vez, tal vez debí luchar por el amor de Anne.

El silencio se instaura en un abrir y cerrar de ojos.

Kate era un mar de lágrimas y Jason un cúmulo de enojo. La ansiedad de Kate hizo que Jason no prestara atención a su padre, el problema era lograr calmarla.

En medio de todo ese caos estaba yo, tratando de entender lo que sucedía, a la par que intentaba atender la llamada entrante de Susan.

—Solo dime —respondí de inmediato.

Mi presentimiento se hacía cada vez más grande conforme los segundos.

Algo pasaba.

De todas las personas, tenía que ser yo la que tuviera que lidiar con todo al mismo tiempo. ¿De verdad?

—Tu papá no quería arruinar esto. Me prohibió llamarte, pero está muy mal. El doctor teme que no resista esta noche. No lo dice: te necesita.

Todo a mi alrededor se frenó.

Eso era lo que sentía y, sobre todo, lo que tanto temía.

Mi mente se fue; me sentí culpable por dejarlo, por no cuidarlo bien en todo este tiempo, por ponerme a mí en primer lugar. Me desconecté, solté el teléfono y lo vi caer lentamente en el piso.

No podía llorar, estaba congelada, no podía gritar o salir corriendo, algo me detenía.

Quiero cambiar de lugar, ser yo la que sufra, no él.

Gritaba dentro de mí, arremetía contra mí misma por todos mis errores. Si papá moría, sería mi culpa.

Toda mi mente se encargaba de hacerme entender que el problema siempre fui yo. Internamente era la imagen de la peor hija del mundo, y mi reflejo era una pequeña niña que lloraba ante la posibilidad de perder a su padre.

—Daina, Daina, ¿qué pasa? Háblame, háblame —la voz imponente me gritaba al mismo tiempo que agitaba mi cuerpo para hacerme reaccionar.

Sentí sus brazos alrededor mío: me abrazaba.

Cerré mis ojos con todas mis fuerzas y lo abracé aún más fuerte. Mis recuerdos con papá se esfumaban: sus palabras, sus besos, sus abrazos y los momentos a su lado se desvanecían, por más que me aferraba a ellos.

—Jason —reaccioné al susurrar su nombre—. Es papá, está mal, me tengo que ir.

—No puedes irte. Daina estás muy alterada.

—Jason, déjame, por favor. Tu madre te necesita y mi padre me necesita. No voy a dejar que dejes sola a tu madre, por favor no me hagas dejar solo al mío.

—Es tarde, no hay taxis, no hay manera de irte.

—Tu carro, préstame las llaves, por favor, Jason.

—No, estás muy alterada.

—Estoy tranquila, ya —mentí, limpiándome las lágrimas—. Si me dejas ir, estaré más calmada.

—Llevas muy poco tiempo manejando…

—Pero tú me enseñaste —lo interrumpí, tomando sus manos—. Y lo hiciste muy bien. Confía en mí, por favor.

Mire la desesperación en su cara, ¿cómo se partía en dos?.

No podía ir conmigo; su mamá lo necesitaba. ¿Qué más hacía?

Solo miraba la cara de las dos personas que más amaba sufriendo, ambas llorábamos. Todo podía esperar, pero no permitiría que dejara a su madre, y menos dejaría que me detuviera.

Volteaba rápidamente hacia los dos lados, miraba a su madre y a la vez se despedía de mí. Sin dejar ir mis manos, dio un grito de frustración. Colocó su frente pegada a la mía y puso sus llaves del carro en mis manos.

—Cuídate, Adiós mi amor —susurró mientras me daba un pequeño beso en la cabeza.

Nunca estuve segura de qué pasaba y hoy no fue la excepción.

Sin saber absolutamente nada más, salí del restaurante. Sin voltear hacia atrás y sin despedirme. Solo debía llegar a donde estaba papá.

Nunca hubo un “felices por siempre" en mi cuento; tampoco había un adiós definitivo. No tiene por qué existir un adiós sin una despedida. Solo estaría con mi padre, como él estuvo toda la vida.

El presentimiento se agrandaba con cada paso que daba para llegar al estacionamiento. Me subí al auto y tomé con fuerza el volante. Cada lección de manejo que me había dado Jason, cada palabra de motivación, cada apoyo y cada momento juntos se unieron para desbordar el río que venía guardando en mis ojos.

No aguanté más y las lágrimas, mis mayores traidoras, jugaron en mi contra.




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