'No sé por qué siento la necesidad de escribir. Quizás porque las palabras me permiten ordenar lo que mi mente se niega a comprender. O quizás porque hay algo dentro de mí que insiste, una voz suave que me susurra que esto… importa.
No conozco su historia. Apenas sé su nombre. Y, sin embargo, hay algo en él que me inquieta. No de forma desagradable, sino como una brisa que llega sin aviso y me deja temblando. Hoy lo observé desde lejos. No dije una palabra. Él tampoco. Pero cuando sonrió… Dios, esa sonrisa. Hay algo en ella que no logro olvidar. No es simplemente hermosa; es viva, real, como si escondiera secretos que solo yo pudiera entender.
Me siento ridícula. ¿Cómo puedo escribir sobre alguien que apenas conozco? ¿Cómo puede su presencia bastar para que mi corazón lata de este modo, como si lo esperara desde hace siglos?
Y aun así, aquí estoy, dejando estas palabras en papel, como si temiera que el tiempo me las arrebate.
No sé qué es esto. No sé quién es él realmente. Pero algo dentro de mí ya empezó a recordarlo.'
Catherine cerró el cuaderno con una suavidad que solo ella podía notar. La pluma aún descansaba sobre el papel, el perfume de la tinta llenando el aire como si fuera una confesión guardada en cada trazo. El cuarto estaba oscuro, excepto por la tenue luz de la vela que parpadeaba en su mesita, dando la sensación de que el tiempo se deslizaba lentamente.
Guardó el diario debajo de la almohada, como si el simple hecho de esconderlo de alguien más lo hiciera más real, más suyo. Apenas hizo ruido al moverse por la habitación, como si no quisiera que las sombras la escucharan. Algo en su pecho latía más rápido que antes, y no podía decir si era por la extraña paz que sentía al escribir, o por la incomodidad que la envolvía al pensar en lo que sus palabras habían revelado.
Con un último suspiro, apagó la vela y se acomodó en la cama, sus pensamientos aún enredados. Nathaniel. Su nombre se deslizó por su mente, y por un instante, pensó que podría volver a escribir sobre él. Pero no, no esa noche. No ahora.
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Mientras tanto, en otro rincón de la mansión Ravensdale, Nathaniel recorría los largos y solitarios pasillos. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas, iluminando apenas su figura mientras caminaba hacia la biblioteca con su mente atrapada en un remolino de pensamientos que no podía calmar.
La imagen de Catherine aún persistía en su mente, como un eco que no dejaba de resonar. El día había sido extraño, pero lo que lo inquietaba más era la sensación de no encajar en este mundo. Aún no podía procesarlo completamente, pero algo dentro de él sabía que las respuestas no estaban en los rostros que lo rodeaban ni en las conversaciones que compartía con aquellos de su tiempo.
La biblioteca estaba silenciosa, casi tan oscura como la noche misma. Solo el sonido de sus botas al golpear el suelo lo acompañaba mientras se acercaba a la estantería más alejada, donde los libros más antiguos descansaban en silencio, como si estuvieran esperando ser tocados por alguien que los comprendiera.
“No puede ser…” pensó, sus dedos rozando los lomos de los libros, buscando algo que pudiera explicarlo. “Esto no puede ser solo un sueño.”
Sabía que había algo que no comprendía. La forma en que el tiempo parecía desmoronarse a su alrededor. La manera en que Catherine lo había mirado, como si, por un instante, sus ojos pudieran ver más allá de lo evidente, como si…
Pero ¿cómo podía ser? ¿Y qué significaba todo esto?
Al final, sus dedos se posaron sobre un libro antiguo, con un cuero envejecido que le daba la sensación de ser más un artefacto que un simple volumen. Lo abrió, buscando cualquier pista que pudiera arrojar luz sobre su situación.
Nathaniel pasó las páginas con prisa, buscando algo que aliviara, aunque fuera un poco, la presión en su pecho. La biblioteca estaba tan callada que podía oír el leve susurro del papel al rozar su dedo. Sus ojos se detenían en cada título, en cada palabra, como si esperara que algo cambiara a la vista de sus ojos, que algo de este lugar le explicara lo imposible.
Y fue entonces cuando sus dedos se detuvieron en un libro al final de una estantería apartada. El libro tenía un aspecto envejecido, el cuero desgastado por el tiempo y los bordes de las páginas amarillentos, casi rotos. Era un ejemplar que había estado oculto entre otros volúmenes, como si estuviera esperando ser descubierto. Al abrirlo, su vista se quedó fija en la primera página.
El título, algo borroso por el paso del tiempo, decía: "Fragmentos de la Realidad: Reflexiones sobre el Tiempo y su Fluidez." Un escalofrío recorrió su espalda cuando vio la firma al pie de la página.
"Ambrose Sinclair"
Su corazón latió más rápido. Ambrose Sinclair… El nombre resonó en su mente como un eco. ¿Porque de pronto pareciera que todo rodeaba la presencia de ese extraño hombre desconocido? Nathaniel pasó las páginas con cuidado, y lo que encontró lo dejó paralizado.
Las palabras eran vagas, casi filosóficas, pero cada línea parecía hablarle directamente a él. Hablaba de "brechas en el tiempo" y "dimensiones paralelas", de la posibilidad de que los momentos no fueran lineales y de cómo ciertos individuos, por razones desconocidas, podían verse atrapados en un bucle temporal. Nada concreto, pero lo suficiente para que el miedo comenzara a formarse en su estómago.
"El tiempo no es una cadena", escribió Ambrose en una de las secciones. "Es más como un río, donde algunos nadan contra corriente, y otros simplemente se hunden."
El libro cayó de sus manos, y Nathaniel sintió una punzada de pánico. ¿Era esto lo que le había pasado a él? ¿Estaba atrapado en el mismo destino que Ambrose había intentado comprender?