La gran sala del salón de la mansión Ravensdale estaba iluminada por cientos de candelabros de cristal, cuyos destellos se reflejaban en los espejos dorados que adornaban las paredes. El murmullo de las conversaciones formaba una sinfonía tenue de voces elegantes, y el aroma del vino tinto mezclado con el suave perfume de las flores frescas llenaba el aire. Aquella noche, la alta sociedad de la ciudad se había reunido para discutir los asuntos más importantes de la época, desde caridades que debían ser apoyadas hasta el avance de proyectos científicos. Pero entre los rostros de aristócratas y comerciantes, una figura parecía fuera de lugar.
Nathaniel Blackwood, con un impecable traje de terciopelo negro, observaba la escena desde una esquina apartada. Su mente, siempre en conflicto con las reglas de este tiempo, luchaba por encontrar una forma de encajar entre los detalles de la época. Las palabras eran demasiado formales, las gesticulaciones demasiado exageradas, y la sensación de no pertenecer lo envolvía como una manta pesada. Sin embargo, se forzó a mantener su postura erguida, consciente de que debía dar la impresión de ser otro de esos hombres ricos y poderosos que se codeaban en estas reuniones. Al fin y al cabo, su posición era crucial para sus propios planes, aunque todavía no comprendiera completamente cómo se encajaba en todo esto.
Fue entonces cuando lo vio: Ambrose Sinclair, un hombre que parecía desbordar confianza con cada paso que daba. Su figura alta y su sonrisa encantadora no pasaban desapercibidos. Lo observaba desde la entrada, rodeado de un pequeño círculo de admiradores que lo miraban con una mezcla de respeto y admiración. En ese momento, sus ojos se cruzaron. Ambrose dejó caer la conversación como si se tratara de un simple suspiro y comenzó a caminar hacia él.
–Señor Blackwood –dijo Ambrose con una sonrisa intrigante mientras extendía su mano.– Un placer verlo en estos círculos. La sociedad no sería la misma sin sus contribuciones, ¿verdad?
Nathaniel, sin estar acostumbrado a las cortesías de la alta sociedad, sintió una ligera incomodidad al ser llamado por su apellido, como si la familiaridad de Ambrose desbordara los límites de la etiqueta. Aceptó la mano con una leve inclinación de cabeza. –El placer es mío, señor Sinclair –respondió con un tono cauteloso, aunque sin mostrar demasiada reticencia.
Ambrose lo observó durante un instante, sus ojos azules casi parecían atravesarlo, buscando algo más allá de lo evidente.
– Debo decir, su presencia aquí es... intrigante –continuó Ambrose, mientras caminaban lentamente hacia una mesa de cristal adornada con jarrones de flores.– Es raro ver a alguien como usted tan interesado en los asuntos de nuestra sociedad. ¿Qué es lo que le atrae de estos círculos, si se puede saber?
Nathaniel frunció el ceño por un momento, sorprendido por la pregunta directa. Pero no podía dejar que el desconcierto se apoderara de él, especialmente frente a alguien tan perspicaz como Ambrose. –El progreso es fascinante –respondió con cautela– y en estos tiempos, todo avanza a una velocidad que es difícil de seguir. Quisiera ser parte de lo que está por venir.
Ambrose asintió, como si estuviera saboreando la respuesta. Su sonrisa se mantuvo, pero algo en su mirada cambió. – Sí –dijo en tono suave– el progreso. Aunque a veces, el progreso puede ser... más peligroso de lo que parece. Algunos se empeñan tanto en acelerar el paso del tiempo que olvidan las consecuencias de sus acciones. La historia, después de todo, tiene una forma extraña de repetirse, ¿no le parece?
Nathaniel frunció el ceño sin comprender del todo la insinuación. – Creo que depende de cómo se mire –respondió, buscando un cambio en la conversación.– ¿Qué opina usted del estado actual de los experimentos científicos? He oído que algunos de los avances en las últimas décadas podrían cambiarlo todo.
Ambrose pareció disfrutar del giro que había dado la conversación. Su mirada se suavizó, pero sus palabras seguían cargadas de una tensión palpable. –Ah, los experimentos –dijo con una risa suave.– Algunos incluso hablan de... avances en el entendimiento del tiempo, de cómo lo manejamos. Pero, por supuesto, esas son ideas que todavía están muy lejos de ser comprendidas por la mayoría. Hay ciertos conocimientos que no deben ser explorados. El tiempo, señor Blackwood, no es algo que deba ser alterado.
Nathaniel sintió que el aire se volvía más denso a su alrededor. Sus palabras parecían demasiado precisas, como si Ambrose supiera más de lo que estaba dispuesto a decir. El hecho de que mencionara el concepto de alterar el tiempo lo inquietó profundamente. ¿Era posible que alguien más supiera algo sobre lo que había sucedido con los extraños sueños? O peor aún, ¿sabía de alguna manera que él no pertenecía a esa época?
– Interesante –murmuró Nathaniel, aunque no estaba seguro de cómo continuar. Algo en su interior le decía que debía mantenerse alerta.
Ambrose lo observó durante un momento más, su sonrisa ya no tan amigable, sino algo más calculadora.– Siempre es un placer charlar con hombres tan... interesantes –dijo finalmente, antes de dar un paso atrás. –Espero que podamos seguir discutiendo estos temas en el futuro, cuando las circunstancias lo permitan. Me agradaría ver cómo avanza su interés en estos asuntos tan... profundos.
Con una inclinación sutil de cabeza, Ambrose se alejó, dejando a Nathaniel con la sensación de que había pasado más de lo que parecía en esa conversación. La inquietud siguió a Nathaniel mientras observaba al hombre alejarse, preguntándose si había algo más en las palabras de Ambrose de lo que estaba dispuesto a admitir.