La luna llena iluminaba el jardín casi desecho de los Ravensdale, tiñendo las flores de un brillo plateado y creando sombras que parecían moverse al compás del viento. Nathaniel caminaba con paso firme, pero su corazón palpitaba de manera errática. Había decidido buscar respuestas, aunque no sabía si estaba preparado para lo que encontraría. Algo en su interior lo empujaba a acercarse a Catherine, a hablar con ella de alguna forma, aunque fuera solo para desahogar sus inquietudes.
Había evitado a todos durante la noche, fingiendo una distracción que nadie había cuestionado. Nadie sospecharía que sus pasos lo llevaban, una vez más, hacia el jardín donde ella solía caminar sola a esas horas. La casa, con sus grandes ventanales, estaba llena de voces distantes, pero aquí en el jardín la quietud lo envolvía como una capa protectora.
Y entonces la vi, Catherine estaba de pie, casi inmóvil, con las manos entrelazadas frente a ella, observando las estrellas. Su perfil se recortaba contra la luz de la luna, pero no parecía darse cuenta de su presencia. Nathaniel vaciló por un instante, inseguro de cómo empezar. ¿Qué podría decirle? ¿Qué podía preguntar sin parecer un completo extraño en su vida?
—Catherine —dijo finalmente, su voz baja, casi un susurro.
Ella dio un pequeño salto, sorprendida, pero enseguida se recompuso y se giró hacia él. Sus ojos, aquellos ojos que lo habían desconcertado desde el primer día, se encontraron con los suyos.
—Nathaniel —respondió, un tanto sorprendida, pero sin titubear—. No esperaba verte aquí. ¿Qué te trae al jardín a estas horas?
Nathaniel dio un paso hacia ella, aunque su presencia se sentía algo extraña. Aquel lugar, tan hermoso, parecía fuera de lugar con la inquietud que lo rondaba. El jardín, en medio de la noche, se había convertido en un espacio de tensión no resuelta, como si los secretos flotaran en el aire.
—La noche tiene algo... peculiar —dijo Nathaniel, buscando una respuesta que no fuera del todo falsa. Sus ojos la estudiaron con más intensidad que antes, como si estuviera buscando algo, algo que le explicara los recuerdos vagos que aún arrastraba consigo—. He notado que todo aquí parece diferente. Es difícil de explicar, pero... a veces siento que no pertenezco a este lugar.
Catherine lo observó en silencio por un momento, y por primera vez, él pudo ver la incertidumbre en sus ojos. Ella también sentía algo, lo sabía. Algo que las palabras no podían describir.
—Es extraño —dijo finalmente, sus labios apenas moviéndose al hablar—. A veces tengo la sensación de que no soy la misma persona que era antes. O que algo me conecta a algo... que no entiendo.
Nathaniel tragó saliva. El aire entre ellos se volvió denso, cargado de esa atracción inexplicable que ninguno de los dos quería admitir.
—Lo siento —continuó él, tomando una ligera inspiración para continuar—. No quería incomodarte. Es solo que... siento que debo preguntar esto, aunque no sea apropiado. Pero, ¿alguna vez has sentido que algo más grande que tú está en juego? Algo que va más allá de lo que nos rodea?
Catherine lo miró con una expresión indefinible, una mezcla de curiosidad y temor. No contestó de inmediato, como si las palabras fueran demasiado difíciles de articular.
—A veces —murmuró, mirando el suelo antes de elevar la vista hacia él—. Pero creo que estoy empezando a entender que no puedo ignorarlo más. Algo extraño sucede, Nathaniel. Algo que no puedo comprender. Y... aunque no pueda explicarlo, siento que tú también lo sabes.
La tensión creció, como un lazo invisible que los unía sin que pudieran escapar de él. Nathaniel se acercó un paso más, y por un momento, las palabras sobraron. Solo el aire entre ellos parecía hablar, como si el destino estuviera trazando sus líneas sin que pudieran hacer nada para detenerlo.
Finalmente, Nathaniel habló de nuevo, su voz ahora casi un susurro:
—Tal vez deberíamos averiguar juntos qué significa esto, Catherine.
Ella lo miró, y por primera vez, sus ojos brillaron con una luz distinta, como si la aceptación, aunque silenciosa, se hubiera instalado en su corazón.
—Tal vez —respondió ella, sus palabras fluyendo con una calma que desmentía la tormenta que ambos sentían por dentro.
Con una última mirada, se quedaron en silencio, sin saber qué sería de ese encuentro, pero sabiendo que nada volvería a ser igual.