Ecos del tiempo

Capítulo 11

La lluvia caía con fuerza aquella tarde, sus gotas golpeando el cristal de la ventana con una persistencia casi rítmica. El cielo gris estaba tan denso que parecía estar a punto de hundirse sobre la casa, y el aire fresco que se filtraba por las rendijas del antiguo edificio tenía un toque amargo que llenaba los pulmones de una sensación inquietante. Desde su lugar junto a la chimenea, Catherine observaba la lluvia, un mar de agua y sombras que se extendía hasta el horizonte. La tormenta se había desatado rápidamente, y con ella, la inquietud que se había instalado en su pecho desde el primer momento en que Nathaniel llegó a su vida.

"Quizá la lluvia sea un presagio", pensó Catherine, dejando que sus dedos acariciaran la superficie de la mesa. Era extraño cómo cada vez que veía a Nathaniel, algo dentro de ella se removía, algo que no podía identificar y, mucho menos, controlar.

Nathaniel, por su parte, estaba sentado cerca de la chimenea, aparentemente absorto en un libro. Pero su mente no estaba en las palabras impresas en las páginas. Algo lo mantenía distraído, y era una sombra que lo seguía, una que había comenzado a formarse desde el primer momento en que sus ojos se cruzaron con los de Catherine.

Los dos habían pasado muchos días juntos desde aquel primer encuentro, y aunque él se había forzado a mantener una distancia emocional, la cercanía de Catherine lo desconcertaba. Algo sobre ella lo atraía, algo que iba más allá de la razón y de su sentido común.

De repente, un sonido suave y casi imperceptible interrumpió sus pensamientos. Catherine había dejado su asiento y caminaba hacia la ventana, sus pasos ligeros y sus ropas susurrando con cada movimiento. Nathaniel levantó la vista, observando cómo la figura de Catherine se recortaba contra la lluvia, casi como una aparición que se desvanecía entre las cortinas de agua.

– ¿Te molesta la tormenta? –preguntó él, su voz apenas un susurro.

Catherine giró lentamente hacia él, y por un momento, el silencio entre ellos fue tan denso que casi se podía cortar con un cuchillo.

– No... No me molesta –respondió ella, su voz un tanto baja, como si estuviera buscando las palabras correctas.– A veces, la lluvia me trae pensamientos... pensamientos que no puedo entender.

Nathaniel cerró el libro en sus manos y se levantó, caminando hacia ella. – ¿Qué pensamientos? –preguntó, sin apartar la mirada de sus ojos. No sabía por qué lo hacía, pero en ese momento sentía que debía saber. Necesitaba saber.

Catherine se quedó en silencio por unos segundos, mirando la lluvia con una intensidad que dejaba entrever algo profundo en su interior.

– Pienso en... ti. En nosotros, en cómo... en cómo parece que todo esto debería ser imposible. Y, sin embargo, aquí estamos.

Las palabras de Catherine le calaron hondo, como un destello en la oscuridad. Nathaniel sintió su corazón latir con más fuerza, pero una sensación de duda lo recorrió, como un nudo apretado en su garganta. – Catherine... –comenzó a decir, pero se detuvo, porque en ese momento, no estaba seguro de qué decir.

De alguna manera, sus cuerpos se habían acercado sin que ninguno de los dos lo hubiera planeado. La distancia que los separaba era ahora solo un suspiro. Los ojos de Catherine brillaban con una mezcla de vulnerabilidad y algo más, algo que él no había visto en nadie antes.

Sin pensar, Nathaniel dio un paso más cerca de ella, y la lluvia que golpeaba la ventana parecía acallar todos los demás sonidos, como si el mundo entero se hubiera detenido en ese preciso momento. Catherine levantó la mirada hacia él, y sus respiraciones se sincronizaron, entrelazándose en un silencio tan pesado que parecía que el aire mismo contenía una promesa no dicha.

Sin saber por qué, sus manos se encontraron. La suavidad de sus dedos, el calor de su piel, era tan real, tan palpable, que Nathaniel sintió un dolor creciente en el pecho. Este era el momento, pensó, el momento en que debía ser racional, el momento en que debía recordar por qué no podía quedarse. Su vida no pertenecía a este tiempo, y su regreso debía ser inevitable.

Pero entonces, Catherine lo miró de nuevo, esta vez con una expresión que lo desarmó por completo. No era solo atracción; había algo más en sus ojos, algo que le decía que ella también sentía lo mismo. Algo que lo llamaba a quedarse.

– Yo... –Nathaniel intentó hablar, pero la palabra se quedó atrapada en su garganta. Sentía el peso de su decisión sobre él, pero al mismo tiempo, el deseo de permanecer junto a ella lo envolvía con tal fuerza que comenzaba a cuestionar todo lo que había creído saber.

La lluvia afuera seguía cayendo, pero ahora era un sonido lejano, como un susurro insignificante en comparación con el caos que él sentía dentro. Su mente gritaba que debía irse, que su misión era más grande que cualquier sentimiento, que lo correcto era regresar a su tiempo y salvar lo que quedaba de su vida anterior. Pero su corazón, su maldito corazón, le decía que quedarse con Catherine era lo único que realmente importaba.

– Quizá no deba quedarme –murmuró, las palabras saliendo de sus labios con un tono de angustia que nunca antes había experimentado.– Pero cada momento aquí... cada momento contigo... me hace dudar.

Catherine no dijo nada al principio, solo lo miró en silencio, como si entendiera todo lo que él no se atrevía a decir. Luego, lentamente, su mano se levantó para tocar su rostro, su contacto suave pero firme.

– Entonces, quédate –susurró.– Aunque no pueda ser para siempre... quédate, aunque solo sea un momento más.

Nathaniel cerró los ojos por un segundo, como si el peso de sus palabras lo derribara. No sabía qué hacer. No sabía cómo seguir adelante, no cuando cada parte de su ser le pedía que permaneciera allí, en ese lugar, con ella.

La lluvia siguió cayendo. Y con cada gota, Nathaniel sintió que se sumergía más profundo en el mar de sus propios sentimientos, un mar que ya no quería abandonar.




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