Ecos del tiempo

Capítulo 12

La luz fría de los tubos de ensayo y los instrumentos científicos iluminaban el amplio laboratorio de Ambrose Sinclair, que se encontraba ubicado en una zona apartada de la ciudad. Había algo inquietante en el lugar: las paredes revestidas de metal, las estanterías llenas de libros antiguos sobre física y teoría del tiempo, y la presencia de una tecnología avanzada que parecía ir más allá de lo que Nathaniel había visto hasta el momento.

Ambrose había insistido en que Nathaniel fuera allí para discutir algo importante. No era la primera vez que se encontraban, pero nunca antes Nathaniel había estado en el laboratorio de Ambrose. La primera impresión fue de asombro y algo de inquietud. No sabía bien qué esperar, pero el hombre frente a él no hacía más que mantener su expresión reservada, como si ocultara más de lo que mostraba.

Ambrose se acercó al centro del laboratorio, donde varias máquinas de diseño complejo parecían trabajar en silencio. – Gracias por venir, Nathaniel –dijo con su voz grave, un tono que dejaba claro que sus palabras tenían un propósito más allá de una simple cortesía.

– Quiero mostrarte algo.

Nathaniel asintió, sin mostrar demasiada emoción, aunque en su interior se sentía algo nervioso. Sabía que Ambrose no era un hombre fácil de descifrar.

– ¿Qué quieres mostrarme?

Ambrose se acercó a una mesa de trabajo donde había varios papeles esparcidos, algunos con diagramas complejos y otros con anotaciones escritas a mano. – Mi equipo y yo hemos estado trabajando en algo... algo que podría cambiar la forma en que entendemos el tiempo –explicó, sus ojos brillando con una mezcla de emoción y obsesión.– Pero para dar el siguiente paso, necesito algo que tú posees.

Nathaniel lo miró fijamente, sin entender completamente.

– ¿Qué es lo que necesitas?

Ambrose dio un paso hacia él, su presencia dominante llenando la habitación. – Tu conocimiento, Nathaniel. Y tu participación. El experimento que estamos desarrollando tiene el potencial de alterar la realidad tal como la conocemos. No quiero que trabajes para mí, quiero que seas parte de este proyecto. Juntos, podríamos desbloquear algo mucho más grande.

Nathaniel frunció el ceño. Había algo en las palabras de Ambrose que lo desconcertaba, como si el hombre estuviera buscando algo más que solo la colaboración científica.

– ¿Por qué yo? No entiendo qué interés tienes en que me involucre.

Ambrose esbozó una sonrisa calculadora, pero no se dejó llevar por la emoción.

– Tu investigación, tus avances en el campo del tiempo, son notables. He estado observando tus experimentos. Estás muy cerca de lo que yo busco, y tengo los recursos y el equipo para ayudarte a ir más allá. Sé que tienes dudas, pero no hay otra opción más que avanzar juntos.

Nathaniel no podía dejar de sentirse incómodo. Algo no encajaba. Aunque Ambrose tenía un talento indiscutible en la ciencia, sus motivos no parecían tan claros.

– ¿Qué propones exactamente?

Ambrose lo miró fijamente, como si estuviera evaluando cómo formular su siguiente respuesta.

– Te ofrezco la oportunidad de estar al frente de un proyecto que cambiará la historia de la humanidad. Una colaboración mutua en la que podamos profundizar en el viaje temporal y sus posibles aplicaciones. Puedo ayudarte a lograr lo que buscas, pero necesitamos combinar nuestras fuerzas. Yo, con los recursos que poseo; tú, con tu conocimiento y talento. Juntos, podemos descubrir cómo manejar el tiempo.

La idea de compartir su trabajo con Ambrose era tentadora. Nathaniel siempre había soñado con llevar sus investigaciones más allá, pero sabía que los peligros del viaje temporal no debían tomarse a la ligera. – ¿Qué tipo de experimento estás proponiendo?

Ambrose se acercó a una mesa en la que había un aparato grande, cubierto por una tela negra. Lo retiró con delicadeza, revelando una máquina que parecía una mezcla de reloj de arena y dispositivo electrónico.

– Este es el núcleo de lo que estamos creando. Si conseguimos alimentarlo con suficiente energía, podremos crear un campo temporal lo suficientemente fuerte como para abrir brechas en el tiempo. Pero hay riesgos. Y es por eso que te necesito, Nathaniel. El conocimiento que tienes sobre los viajes temporales es crucial.

La imagen de la máquina le provocó un escalofrío. No solo era algo imponente, sino que también reflejaba el nivel de peligro en el que Ambrose estaba dispuesto a adentrarse.

– Esto suena... riesgoso –dijo Nathaniel, frunciendo el ceño.– No puedo involucrarme en algo tan inestable.

Ambrose no retrocedió ante la resistencia de Nathaniel.

– Lo sé. Pero los riesgos son la única manera de lograr avances verdaderos. Y yo... yo tengo los medios para asegurar que los daños sean mínimos. Tú tienes los conocimientos, y yo tengo los recursos. Si colaboramos, podremos controlar el caos.

Nathaniel estaba dividido. Por un lado, la idea de hacer avanzar sus investigaciones y entender mejor el flujo temporal lo atraía. Pero por otro, algo en las palabras de Ambrose lo hacía sentir que estaba ante un hombre dispuesto a ir demasiado lejos para conseguir lo que quería. La ambición brillaba en sus ojos.

– Déjame pensarlo –dijo finalmente, sin poder comprometerse de inmediato.– No voy a tomar una decisión sin reflexionar sobre los posibles riesgos.

Ambrose asintió, satisfecho.

– Tienes tiempo, por supuesto. Pero recuerda, el tiempo es algo que no siempre está de nuestro lado.

A medida que Nathaniel abandonaba el laboratorio, un sentimiento extraño lo invadió. Sabía que Ambrose tenía razones ocultas y que, si decidía unirse a él, no todo sería tan sencillo como parecía. Pero los avances en la ciencia lo tentaban. El tiempo seguiría corriendo, y él tendría que tomar una decisión, más pronto de lo que quisiera.




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