La hora del experimento se acerca, y con ello, las decisiones difíciles que Nathaniel debe tomar.
La luz del laboratorio parpadeaba sobre la mesa, mientras Nathaniel observaba, perdido en sus pensamientos, los resultados de los primeros experimentos. Su mente no podía dejar de divagar entre el tiempo y el espacio, entre su realidad y la de Catherine. Desde que había llegado a este extraño mundo, había sentido una desconexión que solo aumentaba con cada día que pasaba.
Los registros de sus pruebas se apilaban frente a él, pero su mirada no podía concentrarse en las palabras, sino en los recuerdos que se acumulaban en su mente. Catherine... Aquella joven tan fascinante, con una energía que parecía atraparlo, que parecía reclamarlo sin palabras. Era imposible no notarlo. La forma en que sus ojos brillaban cuando hablaba de sus sueños, la dulzura de su voz, la intensidad de su presencia. ¿Era posible que todo esto fuera solo una ilusión temporal? O, ¿era su destino el estar junto a ella, aun cuando todo a su alrededor le decía que era imposible?
Un repentino sonido interrumpió sus pensamientos. El reloj de bolsillo, que siempre llevaba consigo, comenzó a sonar. Cada tictac resonó en sus oídos con fuerza, como un recordatorio de lo que estaba en juego. El tiempo... el maldito tiempo.
El experimento estaba a punto de empezar. Pronto, tendría la oportunidad de regresar a su mundo, a su tiempo. ¿Era lo correcto? ¿Podría, en conciencia, abandonar a Catherine y todo lo que había conocido aquí para regresar a un futuro que ya no se sentía suyo? ¿O debería quedarse, aunque eso significara cambiar el curso de todo lo que conocía, sin saber qué consecuencias tendría?
Suspiró profundamente y, con una mano temblorosa, tocó el reloj que llevaba colgado del cuello. En ese instante, recordó la mirada de Catherine la última vez que se cruzaron. Una mirada llena de preguntas sin respuesta. ¿Cómo podía dejarla atrás? ¿Cómo podría volver a su tiempo sabiendo lo que sentía por ella?
Nathaniel se levantó de la mesa y caminó hasta la ventana. El aire fresco de la tarde le golpeó la cara, pero no le dio la claridad que necesitaba. La tormenta que se desataba en su mente solo crecía, sin solución. El tiempo lo presionaba. Pero el amor por Catherine... eso no se podía medir.
– ¿Qué debo hacer? –murmuró, con voz quebrada. El eco de sus palabras se perdió en el viento.