Entrada en el diario de Catherine – 16 de Octubre
No sé si algún día volveré a escribir algo tan sincero. Tal vez estas palabras nunca lleguen a sus ojos. Tal vez este papel sea el único testigo de lo que hoy vivimos.
Hoy, Nathaniel y yo nos dijimos lo que nuestros cuerpos ya sabían. Fue extraño, en cierto modo, porque no fue una revelación… fue una confirmación. Como si el universo solo nos hubiese estado esperando.
Me dijo que me amaba. Y yo supe, en ese instante, que ese amor no era de este tiempo. Era un amor suspendido entre dos realidades, uno que nació en el silencio, en las miradas, en los gestos ocultos.
Ahora que lo hemos dicho, tengo miedo. ¿Y si esto fue solo un regalo fugaz del destino? ¿Y si lo que sentimos está destinado a doler?
Pero incluso si eso ocurre, incluso si mañana despierto y él ya no está… al menos hoy, por primera vez, supe lo que era pertenecerle a alguien sin condiciones.
Nathaniel, si alguna vez lees esto… gracias por mirarme como si siempre hubieses sabido que sería yo.
– C. R.
La noche era tranquila, demasiado tranquila. Catherine dormía en la sala, rendida por la intensidad del día anterior. Aquel beso seguía latiendo en los labios de Nathaniel, como una llama cálida que lo había envuelto por completo. No podía dejar de observarla, tan cerca, tan suya… y al mismo tiempo, tan lejana a todo lo que él conocía.
El reloj de bolsillo que había encontrado semanas atrás —ese que siempre pareció fuera de lugar— comenzó a emitir un leve zumbido. Nathaniel lo sintió vibrar contra su pecho y, al sacarlo, notó que sus manecillas giraban sin control. El corazón se le detuvo. Algo no estaba bien.
De pronto, una fuerza invisible tiró de él. Como un torbellino silencioso, la habitación comenzó a desdibujarse. Todo se volvía difuso, como si el tiempo mismo estuviese reclamando lo que le pertenecía. Nathaniel intentó moverse, gritar, acercarse a Catherine, pero sus piernas se negaron a obedecer.
“No… aún no…”
El reloj brilló intensamente. Un último destello. Un vacío.
Y luego, oscuridad.
Cuando abrió los ojos, ya no estaba allí. El suelo era frío, de concreto. Luces fluorescentes parpadeaban sobre su cabeza. Las paredes pulcramente blancas del laboratorio que tanto conocía lo envolvían nuevamente. El zumbido de las máquinas, personas con batas y cabello despeinado a su alrededor observándolo con una mezcla de curiosidad y miedo, los sonidos familiares de su mundo... pero todo se sentía ajeno.
Estaba de vuelta.
Solo.
Sin Catherine.
Su respiración se volvió irregular. Apretó los puños. El reloj de bolsillo yacía ahora roto en el suelo, sin vida, sin magia. Como si todo hubiera sido un sueño… pero él sabía que no lo era.
Su corazón, todavía encadenado a otro tiempo, gritaba por ella.