Fecha desconocida. Pasaron los días, pero el tiempo dejó de tener sentido desde que te fuiste… o más bien, desde que me fui yo.
No sé si estas palabras llegarán alguna vez a vos, Catherine. No sé si este diario resistirá los años o si alguien lo leerá algún día. Pero lo escribo igual. Como si pudieras escucharme. Como si aún estuvieras del otro lado de esta página, respondiéndome en silencio, con esa mirada tuya que atravesaba hasta mis pensamientos.
Volví. Volví a esta época que me resulta más ajena que nunca. La gente me rodea, me habla, me sonríe. Pero yo sigo buscándote en cada rostro, en cada sombra.
Seguí con mi vida, aunque eso suene a traición. Con el tiempo —ese traidor implacable— conocí a alguien. No como te conocí a vos. No como te amé a vos. Pero aprendí a sostener el mundo sin vos, a respirar sin tu perfume, a dormir sin tus palabras.
Tuve una hija. Es pequeña aún, pero me sorprende cada día. Tiene una forma de mirar el mundo… tan parecida a la tuya. Como si el destino hubiera querido dejarme un recuerdo tuyo en ella. Es serena, observadora. A veces se pierde en sus pensamientos y sonríe de un modo que me quiebra el alma. Porque es tu sonrisa. La que aún me desvela. La que vi por última vez en ese jardín donde el tiempo se rompió.
A veces me habla de cosas que no comprende del todo. Sueños extraños. Lugares que nunca visitó, pero que describe con una precisión que hiela la sangre. ¿Será posible que…? No. No quiero enloquecer. Pero algo en ella me recuerda a vos más de lo que debería.
No te he olvidado, Catherine. No creo que pueda. No importa cuántos años pasen. Hay amores que no entienden de tiempo, ni de razón. Vos fuiste —sos— ese amor.
Te busco en cada instante de silencio.
Te pienso en cada amanecer.
Y te escribo, porque aunque estés en otro siglo, quizás nuestras palabras se crucen en alguna grieta del tiempo… y nos encuentren otra vez.
Nathaniel