—Sabes que te quiero mucho...
Esas son las palabras que salen de alguien antes de soltar la verdadera razón detrás de sus palabras. Lo que no contaba es que su propia madre se lo repetía en incontables veces en un lapso de veinte minutos, lo que se tardaba un coche en llegar a la estación de autobús.
—Será corto, y creo que será una muy buena excusa para convivir con tu hermano. —Solo la escuchaba en silencio — Sé que odias los lugares marginados, pero necesitas también un poco de aire menos contaminado. Te llevaré lo que falta en un camión de mudanzas apenas junte para eso, más tardado en quince días.
La mujer seguía recitando todo lo bueno de la situación, casi como si quisiera convencerse ella misma.
—Mamá está bien— Después de haberse hartado de escuchar a su madre — De verdad no pasa nada.
Pero el rostro de su madre se figuraba un mar de sentimientos, culpa, tristeza, vergüenza, tal vez enojo.
—Emi, lo lamento tanto, yo no sabía...
Reposa su mano en el dorso de la mano de su madre que reposaba intranquila en el volante.
—Tranquila, lo entiendo, de verdad, estamos juntos en esto.
—¡Oh Dios, eres tan maduro!.
Se abalanza hacía el muchacho y lo apretuja entre sus brazos.
Terminan los dos fuera del auto lado a lado con dos grandes maletas.
Era la segunda semana de las vacaciones de verano, así que la terminal no estaba tan abarrotada de gente queriendo huir de sus caóticas vidas, también porque era el día miércoles a las frescas siete de la mañana, así que aún el sol no estaba su punto más caluroso, era una mañana bastante tranquila, donde tal vez Emil se levantaría un poco más tarde de lo habitual, desayunar o tal vez almorzar y se la pasaría escuchando música huyendo de los rayos del sol.
Pero todo lo dicho anterior ya no se pudo realizar y tal vez ya nunca se podrá realizar, pensar en eso se le revolvía las tripas y quería devolver el bisquet que había desayunado, trató de no volver a pensar en eso.
Su madre, que trataba de no seguir echándose la culpa —fracasando débilmente — le dio un último abrazo y un beso en la coronilla, susurró por último que todo eso era temporal, pero de nuevo sonaba como un intento de convencerse asimisma.
Emil decide no mirar atrás porque sabía que su madre estaba llorando y no podía soportar verla de esa manera.
Era la primera vez en su corta vida que su madre se veía tan frágil, parecía no ser la misma que le regañaba porque se saltaba las horas de comida, o que le prohibió subirse a la parte más alta del río para tirarse, justo como lo hacían los chicos de su edad, la mujer con falda recta, una chaqueta de vestir de rosa palo, tacones de punta que resonaban en toda la casa cuando ella llegaba, y el lujoso labial rojo mate que le daba el último toque a su personalidad, ahora solo era una mujer, una mujer que había perdido casi todo.
Emil se sentía tan mal en saber que no podía hacer nada, también porque no entendía nada sobre la vida en los negocios y que en una mala inversión y en confiar en las personas equivocadas podría ocasionar desastres financieros en gente y en empresas, su madre era una de esas víctimas.
Todo eso acabó en una llamada a un número poco concurrido en la lista de contactos de su madre, la mujer tuvo que tragarse un poco del orgullo, apretaba las manos mientras finalizaba la llamada.
—Jonathan, tendrás que quedarte con él hasta que tenga para al menos pagar la cubertura de la luz de este mes.
Lo bueno y tal vez malo de su madre, es que era demasiado directa, sin rodeos, llegando un punto de ser fría producto de la capacitación laboral de años.
Emil no pudo objetarse, en realidad, no estaba si quiera consiente de que su madre, una reconocida empresaria estaba en casi todos los artículos de negocios, y recitaba siempre la misma palabra “En bancarrota ”.
No podría empeorar la situación en la que estaban, quitando que casi todos los días llamaban al teléfono de casa gente desesperada pidiendo al menos un poco para poder comer hoy, eran los compañeros de su madre a la cual, también cayeron en esa desgracia, dejaron de hostigar cuando su madre desconectó el teléfono de casa y canceló su número personal, pero a Emil le carcomió las palabras, había gente que dió todo y perdió incluso mucho más que todo, y que era culpa de su madre, aquella mujer que no paraba de llorar adentro del auto, aunque minutos atrás prometió resolver todo y regresar todo a la normalidad, Emil lo único que pudo darle es una sonrisa y cumplir con todo lo que su madre le había dicho, pretender que no le molestaba el mandarlo con su hermano mayor que apenas lo había visto tres veces en un lapso de diez años, que sólo recordaba su nombre y nada más.
El nombre del lugar donde tenía que irse sonó por toda la terminal, el muchacho se pone de pie pero siente un mareo que por poco cae.
—Espero no vomitar.
Emil detestaba los viajes, y mucho más los viajes largos.