El Accidente

El Caso Resuelto

No me pillarás

 

Corría sin rumbo alguno, no tenía dirección alguna, sólo corría por aquella montaña llena de vida. Era todo felicidad, los pájaros cantaban, el cielo estaba totalmente despejado. Apenas horas atrás quisimos venir a este lugar las dos solas para ver el atardecer. Sonreía y reía fuertemente mientras me giraba a mirar a mi hermana cómo me perseguía.

— Anna detente vas muy rápido y no te podré seguir el ritmo durante más tiempo. — a lo lejos vi como mi hermana se le veía agotada de hecho yo suponía que a mí me quedaba el mismo tiempo que a ella de cansarme.

— Venga Elisabeth tienes que pillarme para acabar el juego. — le recriminé y con las pocas fuerzas que me quedaban cogí más impulso de avanzar más y más rápido.

Papá y mamá se encontraban en casa, no muy lejos de donde nosotras nos encontrábamos. Sin darme cuenta paré en cuanto lo vi. Mi respiración a cada minuto que pasaba se realentizaba volviendo a su estado normal de siempre. No me salían las palabras me encontraba verdaderamente asombrada. Elisabeth al poco rato de no escucharme hablar o correr fue en mi dirección.

— Te pillé. He ganado, he ganado. Tendrás que recoger durante un mes mis juguetes. — sin darse cuenta aún me seguía hablando. Hasta que se dió cuenta de lo que teníamos en frente.

 

 

Era una casita del árbol.

 

 

Mamá siempre me dice que a mis cuatro años soy una niña muy valiente y aventurera sin miedo alguno, curiosa por saber más de las cosas, de la vida. Avancé y vi una escalera colgante, no lo pensé más y decidida subí hasta llegar arriba y estar dentro de la casita del árbol de madera.

Ya una vez arriba me asomé y miré hacía abajo .

— Anna venga vámonos ya, se está haciendo de noche, papá y mamá nos estarán buscando. — sentia que no quería estar por mucho tiempo aquí.

— Venga Elisabeth no seas miedosa!! Hay unas vistas increíbles desde aquí arriba. Se puede ver nuestra casa a lo lejos.

La vi fruncir el ceño como si tuviera que pensar mucho. Elisabeth era todo lo contrario a mi. Ella pensaba mucho en las cosas, le daba miedo las alturas y la oscuridad. Pero al poco tiempo cedió a mis súplicas.
 

 

 

Ya había pasado mucho tiempo y aún seguíamos arriba en la casita jugando a juegos de niñas, porque eso era lo que éramos. Unas niñas de cuatro años. 

 

Ya estábamos muy cansadas, tanto que decidimos tumbarnos a dormir juntas y pasar la noche ahí. La abracé mientras empezaba a cantar la canción que mamá nos cantaba siempre que no podíamos dormir bien. En mitad de la noche fue cuando empecé a tener frío, me quise acercar a Elisabeth pero acabé descubriendo que no se encontraba en la casita. Estaba muy oscuro y no se veía nada apenas veía lo justo para poder levantarme sin tropezarme y asomarme por el mismo sitio por dónde habíamos entrado hace tiempo atrás mi hermana y yo. Mis ojos tan rápido como pudieron se enfocaron en ella, quién andaba sin rumbo alguno alejándose cada vez más y más de donde yo me encontraba. Parecía estar en una especie de trance. Cuando tenía las intenciones de gritar su nombre y decirle que volviera vi a una persona aparecer en mi campo de visión. Era un chico adulto, vestía de negro y cuánto a penas sólo me pude fijar si era una mujer o un hombre porque tenía puesta una capucha en la cabeza que apenas me dejaba ver. No reaccionaba. Tan valiente que siempre era que justo en este instante sentía mis pies anclados en el suelo . Paralizada sin poder creer lo que mis ojos observaban, el hombre comenzó a avanzar cada vez más y más hacia su presa sin ella ser consciente de lo que realmente pasaba a su alrededor. Pegué un brinco del susto al ver al individuo sacar un cuchillo. Y cuando menos me lo esperé él ya estaba a escasos centímetros de Elisabeth, alzó su brazo para apuñalarla por la espalda y….
 

 

 

 

 

 

 Me levanté de un impulso intentando que mi respiración volviera a su normalidad 

 

— Muchas Felicidades !! — Mi padre entró a mi cuarto y aparente poner mi mejor sonrisa. 

Ya estaba cansada de siempre la misma historia. Todos los días me despertaba con aquella horrible pesadilla de cuando éramos pequeñas sólo que cada noche cuando cerraba los ojos el sueño cambiaba, habían cosas que sí sucedieron pero las otras no. Y es por eso que mi mente me hacía una mala jugada. 

No me di cuenta de cuánto tiempo me quedé divagando entre mis pensamientos hasta que mi padre comenzó a estirarme de las orejas.

— Papá ya no soy una niña pequeña, he crecido y tengo dieciocho años.— me reía de sus elocuencias. 




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