El amante joven

Capítulo 4

Alice y Ann, las hijas de Alfred y Abigail Houston, siempre fueron unas hermanas muy unidas, que lo compartían todo y se amaban, aunque alguna pequeña pelea se diera entre ellas por cosas que a veces las hermanas discuten. Cuando Alice tenía dieciocho años recién cumplidos y a Ann le faltaba unos tres meses para llegar a los catorce, Harold White apareció en la vida de la hermana mayor, descubriendo esta lo que era sentir amor por un hombre, por aquel que se convertiría en su compañero de vida. Este hecho hizo que las prioridades de Alice cambiaran y poco a poco empezara a alejarse de Ann, quien aún tenía una mentalidad muy infantil al gustarle perder el tiempo saltando la soga, manejando bicicleta o leyendo algún comic que encontraba en la biblioteca del pueblo. Al principio no fue fácil para Ann aceptar que su hermana ya era una mujer y que por eso había cambiado su forma de actuar y sus intereses, pero pudo superar ese momento gracias a la Señorita O’hara, la bibliotecaria del pueblo de Sisters, quien una tarde que la adolescente fue a leer un comic, le pidió que la ayudara a clasificar los nuevos libros y revistas que habían llegado, descubriendo Ann un mundo que no conocía al encontrar información de todo tipo en las revistas que ayudaba a fichar y ubicar en los anaqueles. Ann empezó a usar su tiempo libre ayudando en la biblioteca con la condición de que la Señorita O’hara la dejara leer las revistas que hablaban de moda, cine, teatro, música y museos, algo que no conocía porque en su pequeña localidad no se hallaba nada de ello.

Sin embargo, el gusto por las noticias y reportajes sobre diferentes manifestaciones del arte no impidió que en Ann se despertara un fuerte anhelo cuando su hermana se casó con Harold y se le comunicó la decisión de la pareja de vivir en Londres, ciudad de donde provenía el novio. Ann no podía concebir la idea de vivir lejos de su hermana, sin poder verla por años, ya que Los Houston no era una familia pudiente que se pudiera dar el lujo de pagar tres pasajes de avión de ida y vuelta a Londres cada año a pasar una temporada con la querida Alice. Ahí fue que Ann, con semanas para cumplir dieciséis años, decidió que se casaría con un hombre rico que pudiera cumplirle todos sus caprichos, o al menos el de viajar cada año a Londres para pasar tiempo con su hermana mayor.

En el principio de su vida, Ann Houston fue una niña pueblerina que desconocía las oportunidades que tenía de crecer como una profesional si es que terminando la escuela se animaba a asistir a una universidad. Y es que las mujeres en Sisters solo eran amas de casa, y si no se casaban, como la Señorita O’hara, terminaban haciendo algún trabajo que los hombres no querían realizar, como el de bibliotecaria o de recepcionista en la Oficina de Correo. Ann, al igual que su hermana y madre, solo iba a terminar la secundaria, por lo que nunca había escuchado de la posibilidad que tenía de asistir a la universidad, estudiar una carrera, trabajar en ella, destacar y convertirse en un ser independiente. Es por ello que la única idea que tuvo para no vivir tan alejada de Alice fue casarse con un hombre rico y poderoso que por amor a ella pagara, sin objetar, los pasajes de avión para visitar a su hermana cada año.

El cuerpo de Ann había cambiado considerablemente en los últimos dos años. Con la llegada del período menstrual sus caderas se habían anchado, su busto crecido y había ganado varios centímetros de altura, superando en estatura a su madre y hermana. Por las revistas que leía, supo que físicamente ya podía ser considerada una mujer, aunque siguiera gustándole leer comics y peinar a escondidas a sus muñecas, por ello decidió modificar su vestuario, dejando atrás los anchos pantalones que llegaban a sus tobillos o pantorrillas para comenzar a usar vestidos cuyas bastas de las faldas con las justas tocaban sus rodillas; unos que ajustaba mucho en su cintura y busto, para que se note ese detalle de su cuerpo sin tener que mostrarlo, ya que no usaba un pronunciado escote.

Todo el pueblo se dio cuenta de que Ann Houston ya no era una niña, sino que se estaba encaminando a ser toda una mujer, una muy bella, cuando la vieron caminar desde su casa hacia la escuela con ese bonito vestido que le pidió a su madre que le ayudara a coser para ella. Alfred y Abigail miraban con orgullo y algo de pena a su menor hija, ya que se estaba convirtiendo en una bella y buena mujer, pero extrañarían las ocurrencias de esa niña que siempre fue muy curiosa.

Mientras que Ann caminaba luciendo ese vestido que mostraba la madurez que su cuerpo estaba alcanzando, los ojos de los hombres la seguían muy interesados. No solo los jovencitos como ella la observaban, sino también los jóvenes adultos y hasta aquellos que tenían la edad de su padre o su abuelo. La hija menor de Alfred y Abigail Houston era muy bella, y ahora todos lo sabían, por lo que sería cuestión de días o semanas para que los pretendientes empezaran a rondarla.

A los tres días del cambio que había mostrado, como si se tratara de la metamorfosis de una oruga a mariposa, Ann acompañaba a su padre antes de ir a la escuela hacia el supermercado donde este trabajaba como jefe de la sección de carnes y congelados para adquirir y luego llevar a casa algunos productos que su madre y hermana necesitaban para preparar la cena de esa noche. Ann estaba caminando por los pasillos del negocio de abastos buscando los productos que su madre había anotado en una hoja de papel cuando se topó con un hombre alto, guapo, que se notaba mucho mayor que ella, que la miraba con tal intensidad que la hizo sonrojarse y esquivar la mirada.

Este hombre la saludó e inició una breve conversación con la recién nombrada señorita, preguntándole su nombre y qué hacía en el supermercado tan temprano. Ella, que era inocente y estaba cautivada con ese hombre mayor, respondió a cada una de sus preguntas sin cuestionarse que no lo conocía. Al final ese encuentro no pasó a mayores, ya que el atractivo hombre se despidió de ella cuando otro, que tampoco había visto anteriormente, se acercó a este para decirle algo en secreto y hacer que emprendiera marcha fuera del establecimiento. Ann no ocupó su mente con la imagen de ese llamativo, pero algo intimidante hombre cuya sonrisa le pareció provocativa, ya que los deberes de la escuela, el pasar la mayor cantidad de tiempo al lado de Alice y los flirteos que jovencitos como ella le ofrecían la distrajeron del recuerdo del desconocido, pero volvería a acordarse de este una semana después, cuando dejó su puesto en la mesa familiar para ir a abrir la puerta de su casa que era insistentemente golpeada. Ann se quedó inmóvil y con la boca abierta al encontrarse con la figura de ese alto y guapo desconocido que ahora llevaba un ramo de flores y una canasta con distinta clase de bocadillos que se veían caros y finos.

  • ¿Puedo pasar? –se escuchó decir al atractivo extraño.
  • Disculpe, pero mis padres me han enseñado a no permitirle el ingreso a desconocidos –el hombre sonrió con un toque de burla que a Ann no le gustó, pero ignoró por lo que este le diría después.
  • Acabo de presentarme y preguntar por tu padre –el impacto de verlo ahí, en el pórtico de su casa, fue tal que no prestó atención a lo que este guapo personaje le había dicho.
  • Perdón, ¿me podría repetir su nombre para hacerlo pasar y anunciarlo ante mi padre? –el hombre suspiró con notorio fastidio, pero luego sonrió gustoso y estaba a punto de darle a Ann la información que requería, pero se vio interrumpido por el padre de esta.
  • ¿Joven Clark? –era la voz de Alfred con notoria sorpresa.
  • Buenas noches, Señor Houston. He venido a hablar con usted de un asunto que me importa muchísimo. ¿Puedo pasar? –ante la pregunta que hiciera el guapo desconocido, Alfred movió a Ann de enfrente de la puerta y abrió esta de par en par para que el inusual visitante ingrese a la humilde estancia de su casa. Luego lo guio hacia la sala y le invitó a tomar asiento.
  • Dígame, joven Clark, ¿en qué puedo ayudarle? –preguntó nervioso Alfred porque el hombre que tenía enfrente no era más que el único hijo varón de la Familia Clark, los millonarios del pueblo, dueños de más de la mitad de los negocios, incluido el supermercado donde trabajaba, cuyos dividendos aportaban a la economía de las familias del pueblo de Sisters.
  • Hace unos días atrás me topé con su hija Ann en el supermercado y he quedado prendado de ella –que el joven Clark sea tan directo sorprendió a Alfred, ya que no esperaba que el tema que llevó a su casa a un miembro de la familia más adinerada del pueblo sea su hija Ann-. Alfred Houston, estoy aquí para pedirle que me permita cortejar a Ann. Me gustaría conocerla, que sea mi novia, y si ella está de acuerdo, casarnos cuando cumpla la mayoría de edad.




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