El amante mestizo

Prólogo

Terminar una relación de diez años no es fácil, pero cuando ambas partes comienzan a sentir amor por alguien más, el decir «hasta aquí no más» no se hace complicado. Tras hablar por última vez con Kenji Sato, quien fuera su pareja por diez años, la Dra. Yuriko Inoue dejó el lujoso dúplex en donde había vivido los últimos tres, desde que regresara de hacer su residencia en la especialidad de Neurocirugía en los Estados Unidos. Bastian Müller -traumatólogo alemán que por el intercambio profesional con la Universidad Tecnológica de Múnich se sumó al grupo de especialistas del Hospital de la Universidad de Tokio donde la médica trabajaba como neurocirujana-, quien era su nuevo amor, la ayudaba con las maletas, ya que en ese preciso instante en que comunicó su decisión de no continuar con esa relación -una que nunca tuvo futuro por haber nacido y crecido a la sombra de la promesa de matrimonio que dos adultos hicieran por sus menores hijos-, se mudaba al apartamento de su nuevo compañero.

Y es que Kenji siempre estuvo prohibido para Yuriko. Él nunca pudo ser completamente de ella porque su padre, el poderoso Kiyoshi Sato, lo comprometió en matrimonio con la hija de la Familia Nagata, por lo que la relación que iniciaron siempre tuvo fecha de caducidad: el día de la boda del heredero de Los Sato con la hija de Los Nagata. Y así fue, ya que ver a Kenji ingresar a la gran carpa de estilo arabesco que habían construido es los jardines de la Mansión Sato para la recepción de la boda, tomado de la mano de su ahora esposa, marcó el final de lo que hubo entre la médica y el empresario.

Bastian cargó las maletas y las llevó hasta el elevador. Cuando las puertas se cerraron tras pulsar el botón para bajar hacia el estacionamiento del edificio, Yuriko se abrazó al cuerpo de su gigante de buen corazón, como ella llamaba cariñosamente al alemán. La mezcla de sentimientos abrumaba a la médica. Por un lado, estaba feliz porque iniciaba un nuevo capítulo en su vida, uno en el que Bastian era coestrella de la historia de amor que ambos protagonizaban, en la que serían muy felices, pero por otro, se sentía triste porque dejaba atrás a quien fue parte importante de su existencia por diez años, tiempo que no incluía el último vivido, donde ella pasó a ser la amante de un hombre casado cuando Kenji contrajo nupcias por el compromiso que tenía con Natsuki Nagata. Ese detalle, hacía que la tristeza pasara a segundo lugar y la alegría por dejar atrás una relación para nada sana tomara el lugar primordial en su humor.

Yuriko era una buena mujer, una profesional dedicada y servicial, una ciudadana modelo y una hija ejemplar, por lo que se merecía un amor verdadero y libre que la pudiera amar sin limitaciones ni condiciones, un amor que fuera solo para ella y que pudiera notar en cada gesto y en el tono de voz de aquel hombre que decía amarla. Todo eso se lo daba Bastian, así que se podía decir que la llegada del alemán a su vida fue justa y oportuna porque ella se había ganado el derecho de ser admirada y mostrada al mundo como la musa compañera de un buen hombre, y porque apareció en su camino en el preciso momento cuando la fantasía del amor juvenil por Kenji empezaba a desvanecerse.

Así fue como Yuriko y Bastian empezaron una vida juntos. Ella llegó al apartamento del alemán a fines del mes de julio, a mediados de setiembre se casaron, a finales de octubre se enteraron del embarazo de su primer bebé y a comienzos de diciembre se mudarían, dejando el apartamento de una sola alcoba por una casa de dos pisos más azotea, una vivienda de cuatro alcobas y demás habitaciones requeridas que hicieron su hogar. Ambos vieron a bien vivir en un espacio mucho más amplio, en donde pudieran recibir cómodamente al hijo que era producto del amor que se tenían.

El amor que el alemán tenía para entregarle a la japonesa era tanto que se pasó todo el embarazo colmándola de atenciones. Aunque hubo sus inconvenientes por los típicos síntomas que se experimentan al alterarse las hormonas en el cuerpo femenino que lleva un feto en desarrollo, el primer embarazo de Yuriko se podía catalogar de placentero, ya que la médica casi no sufrió de incontrolables arcadas que la hacían abrazar el inodoro por las mañanas, sino más bien se la pasó durmiendo profundamente en donde se pudiera sentar y cerrar los ojos. Los antojos no fueron muchos, pero los que se presentaron estuvieron protagonizados por las ansias de volver a degustar las frutas tropicales que probó mientras vivió en San Francisco por el desarrollo de su residencia en Neurocirugía, por lo que Bastian se la pasaba recorriendo los mercados para encontrar a los importadores de estos productos, a quienes compraba kilos de kilos de delicioso mango, piña, plátano, papaya y maracuyá que la médica se comía ni bien cortaba las frutas, o preparándolas en jugos, postres y hasta helados.

Cuando llegó la hora del alumbramiento no se presentaron mayores problemas, y nació un hermoso y enorme niño. La ginecóloga que atendió el parto, así como el pediatra que evaluó al recién nacido y el equipo de enfermeros que los apoyaban no pudieron evitar notar que ese pequeño era digno hijo de Bastian Müller al ser tan grande, ya que pesó casi 5 kg y midió más de 60 cm. El alemán se sentía orgulloso de que su primogénito haya nacido con tales cifras de peso y talla, pero lo que más le inflaba el pecho era que su esposa, una japonesa de apenas 1.68 m –para los japoneses la mujer de esta estatura se considera alta, por los bajos promedios que tiene la población en este aspecto, pero para Bastian, que medía 1.94 m, Yuriko era pequeña- haya podido parir de manera natural a un bebé tan grande.

Un par de horas después de que la médica fuera llevada a la habitación donde pasaría la noche en la zona de hospitalización para asegurarse que ella y el bebé estaban completamente bien, la enfermera llevó al pequeño para que los padres lo conocieran. Bastian recibió a su hijo, y no pudo evitar sonreír completamente emocionado al sentir el calor de ese pequeño cuerpo abrazándolo. Caminó perdido entre los gestos que su hijo hacía al reaccionar ante lo que ese nuevo y desconocido espacio le producía, y se dirigió hacia la cama donde esperaba impaciente Yuriko para ver a su bebé. Al colocarlo en los brazos de su amada esposa, esta empezó a soltar lágrimas de alegría al comprobar lo pesado que era el recién nacido, señal de que gozaba de buena salud. Tras liberar uno de sus brazos, la médica apoyó al bebé en su regazo y empezó a abrir la ligera manta con la que lo habían envuelto. Ver sus brazos, manitas, piernas y pequeños pies hizo que la nueva madre agradeciera a lo más sagrado por haber escuchado sus oraciones, unas que ofrecía pidiendo que su hijo se desarrollara bien en su vientre y pudiera nacer sin ninguna anomalía física que dificultara su crecimiento y desenvolvimiento en esta vida. Para Yuriko y Bastian, él era perfecto, pero los demás sí notarían lo que lo hacía diferente.




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