El amante perdido

Epílogo

Kano y Yoko Nagata dirigían el negocio de transporte marítimo de carga y de lujo del Consorcio Sa-Na, por ello fueron quienes prepararon el itinerario de la luna de miel de la feliz pareja. El destino elegido fueron las islas del Archipiélago de Hawái, lugar a donde Kazumi soñaba con viajar acompañada del ser amado, por lo que Shiro estuvo de acuerdo para cumplir el sueño de su esposa, siendo ese el primer destino internacional que conocería el Director Fukuda. Realizarían un recorrido en crucero por ocho islas, las más grandes y conocidas del archipiélago: Hawái, Maui, Oahu, Kahoolawe, Lanai, Molokai, Kauai y Niihau; serían veintiún días disfrutando de la cultura isleña de esa zona, así como de los románticos paisajes y enigmáticas noches. Lo anecdótico de la luna de miel fue el comienzo, cuando Shiro debió subir por primera vez a un avión, ya que el recorrido del crucero empezaría en la isla mayor del archipiélago, la cual tiene el mismo nombre que la agrupación de islas. Shiro estaba muy nervioso, tanto que la Familia Fukuda por completo debió acompañar a los recién casados al aeropuerto para que tomaran el vuelo privado que los llevaría a su destino.

Shiro no era un cobarde, pero recordaba varias películas que vio en donde la trama incluía un accidente aéreo, por lo que no confiaba al 100 % en que llegarían sanos y salvos a su destino. Kazumi quiso darle tranquilidad describiéndole con precisión la experiencia de volar, ya que ella lo había hecho varias veces, hasta había cruzado el Océano Pacífico para llegar a otro continente, pero la idea de que sobrevolarían kilómetros de kilómetros de una inmensa masa de agua, le atemorizó aún más. Al ver que su amado esposo no demostraba estar muy animado en realizar ese viaje, Kazumi llegó a decir que cancelarían la luna de miel, ya que no había tiempo para cambiar el destino; la médica no soportaba la idea de que su amado estuviera incómodo y prefería hacer ese crucero después de que Shiro haya podido superar su miedo a volar.

El Director Fukuda no pudo soportar la idea de no pasar al lado de su amada médica maravillosas veladas románticas bajo la luz de las estrellas solo por sus miedos infundados, ya que hasta ese momento no había subido a un avión ni sabía la sensación que experimentaría al volar. Decidido a superar su miedo, Shiro daba su palabra a Kazumi de que podría enfrentar la situación, por lo que se negó rotundamente a cancelar a última hora la luna de miel, pero pidió que le indicara algún medicamento que pudiera ayudarle si no lo lograba solo a base de fuerza de voluntad.

Ya en el aeropuerto y con ansiolíticos a la mano, por si eran necesarios, Los Fukuda acompañaban a la joven pareja de recién casados mientras la tripulación daba los últimos toques para despegar hacia la isla de Hawái. Cuando llegó el momento, Shiro dejó su asiento sin que nadie se lo exigiera, tomó de la mano a Kazumi y muy decidido caminó hacia la puerta que lo llevaba a la pista del aeropuerto para llegar al avión. Enfrente de la nave, al Director Fukuda no le pareció tan intimidante, pero ahí se tomó su tiempo para observarla, buscando algún desperfecto y alertar sobre este, algo que no podría identificar al saber absolutamente nada sobre mecánica de aviones. Al escuchar que el capitán, el copiloto y la aeromoza los saludaban y deseaban que viajar con ellos sea del agrado de la pareja, Shiro no pudo negarse a subir al avión, ya que la tripulación le cayó muy bien, más por el gesto del capitán de recibirlos, ya que por las películas que había visto sabía que ese era trabajo de la aeromoza, pero los pilotos quisieron tener un gesto con el heredero Fukuda y su esposa.

Antes de cruzar la puerta de la nave, Shiro giró y miró a sus abuelos, tía y madre. Los cuatro le sonreían y hacían adiós moviendo sus manos. «No se olviden de traernos algún recuerdo del viaje», gritaba Nara para darle tranquilidad a su sobrino. Este agitó su mano, despidiéndose de ellos, miró a Kazumi y le dijo: «Hay que agregar a nuestra lista de actividades comprar algunos detalles para la familia. No quiero que piensen que si no les trajimos algo fue porque no salimos para nada de nuestra habitación». El rostro de la médica se ruborizó al pensar que la aeromoza pudo haber escuchado lo que su esposo acababa de decir, pero la tripulante que los atendería estaba más preocupada en tener todo en orden para los importantes pasajeros que en ese vuelo acompañaría.

Aferrado a la mano de Kazumi, quien no sabía cómo pedirle a su esposo que no la apretara tanto porque la podría quebrar, y eso era algo que no podía suceder porque sus manos eran piezas fundamentales para ejercer su profesión de cirujana, Shiro estaba en su asiento cumpliendo los requerimientos para el despegue, sudando frío y pidiéndole a lo más sagrado que le ayudara a ser valiente. La nave empezó a moverse lentamente por la pista del aeropuerto, empezó a tomar velocidad, hasta que llegó a un punto en que el Director Fukuda sintió que le apretaban el estómago, y en eso llegó la calma cuando el avión alzó vuelo y ya no pudo percibir si estaba avanzando o no en su recorrido. «El despegue siempre es lo más difícil, luego ni se siente cuando el avión está volando. Te dije que la sensación no era tan mala», le sonreía su esposa mientras soltaba su mano que él tenía apresada para desabrochar los cinturones de seguridad de ambos. Kazumi le invitó a ir a la habitación dentro del avión, algo que él no se esperaba encontrar en esa nave.

Cuando abrieron la puerta que se veía al fondo del pasadizo, una cama enorme se hizo visible. «¡En verdad hay una alcoba en este avión!», soltó sorprendido Shiro y Kazumi lo jaló para que entre las sábanas de ese lecho él olvidara cualquier temor que aún estuviera rondando su mente al perderse en la pasión y el deseo de hacer el amor a su esposa a miles de metros sobre el nivel del mar. «Esto fue mejor que cualquier ansiolítico», mencionó el esposo a su amada después de haber unido sus cuerpos y almas mientras volaban hacia donde sería su luna de miel.




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