El amor de al lado

Elegiste el lado equivocado

El instituto me agobiaba. Rezaba para que llegara el fin de mes. Ya quería en primer lugar conocer al nuevo novio de Flor. Y, en segundo lugar, salir de aquí.

Legó el día tan esperado. Pasé por una tienda y le compré un regalo a Flor.

Iba distraído desde la tienda hasta mi casa, ya que estaba cerca, decidí caminar. Entonces fue cuando tropecé con una señorita de piel morena, ojos cafés, pelo largo, buches rellenos al igual que su cuerpo, pechos de melones. Mis ojos parecían sensores de belleza. La evalué en reacción de segundos.

La intención no era esa. Volviendo a la escena, le ayudé a levantar unas cosas que tenía en las manos, que gracias a que la choqué se les cayeron.

En lo que sucedía esto, me disculpada:

— Perdón, estaba distraído.

Con una sonrisa de ángel encarnado, me consuela diciendo:

— Descuida, yo venía más distraída que tú.

— ¡No eres de por aquí!

— Me acabé de mudar al barrio con mi familia.

— Me alegra saber eso. Y ¿Por qué vas sola? ¿Ya te aprendiste todo el barrio?

— La verdad, venía desde la casa de mi abuela y creí saberme el camino, pero creo que no me lo sé muy bien.

— ¡Ah! Por eso estabas distraída, era recordando cuál era el camino.

— Me atrapaste.

— ¿Sabes el número de la calle?

— Creo que es la #7.

Esta última respuesta me ha dejado atónito. Era la misma calle donde está mi casa.

Ella al notar mi reacción pregunta:

— ¿Esa calle es peligrosa?

— ¡No, no, no! Todo lo contrario. Es una calle de armonía y convivencia. Ya te darás cuenta. Vamos que te llevo.

Tomando algunas de las cosas que llevaba para ayudarla, la guie hasta la calle 7. Cuando ya se encontraba familiar el lugar me dijo:

— Gracias, ya puedes volver a tu casa o a donde ibas. Oye vienes de vacaciones ¿por qué llevas esa mochila llena de cosas?

 

Le indiqué que siguiéramos caminando. Luego que llegamos a mi casa la detuve y le contesté:

— Yo vivo aquí. Y sí vengo por tres días y luego me vuelvo a ir. ¿Tú dónde vives?

Ella aún sorprendida me contesta:

— En la casa del final de la calle. Mi tía segunda se mudó y nosotros hasta que construyan nuestra casa viviremos ahí.

— Excelente, vecina. Mi nombre es Brandy y ¿El suyo es?

— Estrella.

— ¡Oh! Estaremos iluminados por el brillo de una nueva luz resplandeciente.

— Gracias por guiarme. Hasta luego.

— Eso espero.

Di media vuelta y entré a la casa. Saludé y me fui de inmediato a bañar. Tenía que ir a una fiesta.

 

Me preparé con la mejor ropa que tenía en casa. Y con la mente aturdida me dirigía a la casa de Flor. Cuando llegué a su casa estaba repleta de gente que no conocía. Pues fue también estaba acompañada de alguien en brazos.

Se acercó cuando me vio. Me abrazó y me presento al joven:

— Brandy, él es Isaías, con quién pienso empezar una relación.

Él muy educado extiende su mano para saludarme. Respondo el saludo mostrando una sonrisa falsa que daba a entender que me sentía alegre por esta relación que se suponía que iba a empezar.

Este tal Isaías media algunos seis pies, su cuerpo era algo desarrollado, pelo negro, ojos marrones intenso, piel mestiza y su voz era grave.

De la nada salió Flor a hacer una diligencia de la fiesta y nos dejó para que nos conociéramos. El ambiente se volvía tenso, rompiendo el hielo le pregunté:

— ¿Qué le vez a Flor? ¿Qué te gusta de ella?

Él se quedaba mirando a Flor en su lejanía. Y respondió muy distraído:

— Me gusta su risa y su belleza única.

Sus palabras estaban más secas que las arenas del desierto del Sáhara. Su pensamiento estaba más perdido que las ideas de los sofistas.

Su respuesta no alcanzaba ni las sombras de Flor. Ella era la figura que Dios tomo como ejemplo de la humanidad. La armonía que describía Pitágoras. La perfección humana encarnada. Eso y más era Flor.

La definición de Isaías sobre Flor parecía sin sentimientos. Palabras perdidas en mil años de soledad.

Mi pensamiento parecía un libro de filosofía y de literatura. Vacié todo el contenido que me aturdían la mente. Desahogue mi consciente mortificante.

La realidad me reclamaba con reciedumbre. Acontecía que iba a empezar de una vez y por todas, la fiesta de cumpleaños.

Hasta que definitivamente empezó. Yo por mi parte me senté en una esquina a ver a todos divertirse. De todas formas, no se bailar, no sé cantar, no conozco a la mayoría y me sentía lastimado. Muestras me encontraba lanzado al mundo, en un distraer la vista pude ver a Estrella. La cual parecía buscar a alguien. Me le acerqué y le pregunté:

— ¿A quién buscas?

Se percató de mi existencia y respondió:

— A mi hermano...

— Y ¿cómo se llama tu hermano?, para ayudarte a buscarlo, ¿cómo es él?

— Se llama Isaías, es alto, pelo corto y negro...

 

Al decirme el nombre de su hermano se me bloqueó la mente. Ya no es una más que mi corazón latir. Sólo me salió preguntar:

— ¿Él vive con ustedes, aquí al lado?

— Sí ¿Lo has visto?

Mi voz se dilataba. Pero inconscientemente respondí:

— Él está a dentro con Flor.

Salió corriendo, gritando:

— ¡Gracias!

Pensaba que la vida no podía ser más irónica. El asombre me hizo sentarme de nuevo. Pasando mi mano por la cara y pensando en tantas cosas que no me percataba de la fiesta ni lo que en ella acontecía.

De momento llegó mi prima Yuliana, a la que cariñosamente llamábamos Yuli. Con cara de preocupación pone su mano derecha en uno de mis hombros y me decía:

— Primo ¿qué tienes? ¿Te duele algo?

Con lentitud levanté mi cabeza en busca de su mirada consoladora. Yuli me había observado durante varios años y notaba algo en mí, algo que nadie había notado.




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