El amor de al lado

Invitación peligrosa

Invitación peligrosa

Vivía con mi padre, mi madre y un sobrino. Mis tres hermanos mayores se habían mudado. Por parte de mi padre Feliz, se dedicaba a trabajar como empleado del Pollo Cibao. Mientras que mi madre se dedicaba a la venta de productos Avon y también vendía ropa por encargo. Pero su devoción era cristiana católica y muy fiel además de practicante.

Lo que sucedía era que el sacerdote de la parroquia a la que asistía, la vino a visitar. Era él la figura de cuello blanco y vestido totalmente de negro.

Yo asistía de cuando en veces a las misas con mi madre. Creía en Dios, pero no era muy práctico.

El padre me vio llegar a la casa. Me miró de una forma profunda. Yo solo lo vi a los ojos mientras lo saludaba. Pero solo eso bastó para darme cuenta de que algo de mí quería.

Por tanto, seguí directamente a mi cuarto. No quería involucrarme en las cosas de la iglesia, suficientes problemas ya tengo con el desamor.

Eso no evitó que el padre le propusiera a mi madre lo que quería de mí. Es perspicaz.

Llegado el momento de la comida, salí de mi cuarto. Cuando me percaté de que todavía el padre seguía en la casa, ya era muy tarde para devolverme. Así que continúe y me senté en la mesa.

Su mirada y su risa tan confiable me daba malas espinas. Entonces establecimos un diálogo:

— ¿Qué es el matrimonio para usted?

Le pregunté buscando persuadir sus intenciones conmigo.

Él sorprendido de la pregunta, me contesta:

— El matrimonio, hijo, es la unión más solemne que pueden hacer dos personas. Sin él, no existieran las familias. Pero para eso debe de existir algo primero en esas dos personas que luego serán una ¿Sabes qué es?

— ¿La confianza?

Pregunté un poco dudoso.

— Aparte de eso, hay algo que involucra a la confianza.

Me dijo muy amablemente.

La verdad era que no tenía idea de lo que quería que respondiera. Me miraba como si estuviera viendo mi interioridad, más que a mi fisiología.

Poniendo su mano derecha sobre mi cabeza, responde:

— Es el amor. Ese que hace que la unión entre dos personas sea posible. El amor es el arma que mata los males: la desconfianza, los celos, los engaños, las traiciones, entre otras cosas que hace que dos personas se separen. El amor es la clave de todo lo bueno en la vida.

Por lo menos coincidíamos en algo; que el amor es la clave para encontrar el sentido a la vida.

El padre se había tomado su tiempo para invitarme a involucrarme más a las actividades de la parroquia:

— Hijo, ¿por qué no participas de la pastoral juvenil? Es algo interesante. El conocer a otros jóvenes que buscan el mismo fin; la alegría joven de Cristo.

— Ahora no puedo cortar más mi tiempo. Tal vez más tarde, cuando termine mi licenciatura.

— Me parece bien.

Quería salir de esta, pero ni con las escusas pude hacerlo. Ya estoy involucrado. Creo que es buena idea acercarme a Dios, nadie sabe lo que trae el destino.

Comíamos un locrio de pollo con ensaladas verde y un juguito de limón. Hasta que comenzó el tumor de la vecina. Salimos a preguntar qué había pasó que hacían tanto escándalo. Mi tía Ernis se detuvo al frente de nuestra casa y contestó:

— Rocío fue víctima de un accidente. Llamaron a los familiares para que vayan al hospital, resulta que fue muy grave el daño.

Mi madre y yo al escuchar tal suceso quedamos estupefactos. Quería ir, pero cómo le hago, qué escusa pongo. Entonces pregunté:

— ¿En qué hospital está?

— ¿A qué vas para allá?

Me preguntó mi madre mirándome fijamente.

Entonces contesté:

— En un momento como este, es que las personas en apuros necesitan apoyo. Usted como cristiana debe saberlo más que nadie.

Nunca l había hablado así a mi madre. Los nervios de saber cómo estaba Flor y de apoyarla en estos momentos me han llevado a tales extremos.

— En la emergencia del hospital García.

Susurró mi tía en el espacio tenso que se produjo después de lo que dije. Ernis era muy creyente al igual que mi madre. Ella le comunicó a su hijo que vivía cerca, la situación de la vecina y nos llevó al hospital en su motor.

Cuando llegamos al hospital García, nos dirigimos de inmediato a la sala de espera. Allí encontramos a Flor, a Carl y a una hermana de su madre, es decir, una tía.

Los gritos de Flor eran algo que no toleraba ver ni escuchar. Ella al verme se lanzó hacia mi hombro izquierdo. Mis brazos temblorosos y lentos la abrazaron. Solloza decía:

— Se va a morir, Brandy.

— No digas eso ni de relajo. Se va a recuperar, ya verás.

Le dije confiadamente, esperando que se calmara.

Duramos aproximadamente una hora hasta que llegó un doctor preguntando:

— ¿Son los familiares de la señora Rocío Vásquez?

— Sí.

Respondió Flor mientras se paraba apurada.

Luego continuó diciendo:

— ¿Cómo está mi madre? ¿Está bien? Dígame que sí por favor.

El doctor la miraba con pena. Mirando a cada uno respondió:

— Por ahora está estable. Pero...

— Pero ¿qué...?

Volvió a preguntar Flor aún más ansiosa.

— ...Se encuentra en un coma inducido, no sabemos por cuánto tiempo, lo siento, es todo lo que pudimos hacer hasta ahora, solo queda rezar y esperar.

Diciendo esto, el doctor se fue de la sala.

Flor cayó de rodillas al piso, luego inclinó su cabeza al mismo. Sus gritos retumbaban el cielo. Su hermano se le acercó, se hincó y la abrazó fuerte. Ambos no paraban de llorar.

A mí me corrían dos lágrimas por el rostro mientras miraba el techo de la sala. Me cuestionaba o mejor dicho, cuestionaba a Dios sobre lo que sucedía: “¿Por qué le pasaban cosas malas a personas tan buenas e inocentes?”.

Mi tía me toma de un brazo y dice:

— Levántalos del piso y siéntalos en el sofá. Cuando se calmen un poco iremos a comprarle algo de comer. De seguro no lo dejarán pasar a hora a verla.




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