El amor de la bestia

Capítulo 49

Narrador omnisciente.

 

El tan deseado momento ha llegado. La luz de la luna se refleja en cada rincón de las paredes de obsidiana del castillo, dándoles su bendición a los dos amantes.

Los invitados lucen sus mejores galas que los distingue como los más fieles guerreros del gran señor de las tierras de fuego. Cada uno con sus espadas se inclinan en reverencia mientras le hacen camino a la futura reina.  

Bajo la luz plateada de la madre luna Eire camina acompañada de su hermana menor, la princesa Nieve es la única que ahora puede acompañarla como único testigo de su linaje y en representación de su madre. 

Miles de brillentias se han posado sobre las flores emitiendo sus luces de colores las cuales hacen danzar sombras y destellos por todo el gran salón. 

La princesa sonríe al saber que incluso ellas han venido a darle su bendición trayendo dicha y alegría con su hermoso resplandor.

Una melodiosa música empieza a sonar acompañando cada paso de la princesa. Al fondo Mondrag la espera ansioso. 

—Hasta aquí te puedo acompañar —anuncia su hermana dejándola frente al gran arco de flores plateadas que brillan ante el reflejo de las estrellas—. Es tiempo que mi alma descanse. Solo vine para poder ser testigo de tu amor y entrega al rey dragón. En el juicio de los dioses seré yo la que de fé de tu amor y quizá si en el futuro tengamos nuestra recompensa, nos volvamos a encontrar. No dudes que nuestra madre es justa y que ante todo dolor al final habrá el elixir que cure nuestras heridas pasadas. Los amores que están destinados siempre serán. 

—Hermana, muchas gracias por todo lo que hiciste por mí, tú sacrificaste tu vida por mí,  juro que en el futuro devolveré toda tu amabilidad.

La princesa Nieve limpia la lágrima de su hermana mientras le sonríe con ternura.

—No tengo duda de ello, ahora sé feliz y disfruta de este tiempo.

Eire asiente y luego fija la vista hacia el hombre que la espera.

Cruza el arco pasando la alfombra de pétalos de flores que con cada paso que ella da emiten un brillo plateado. El suave movimiento de su andar hace que su vestido capte destellos de luz que llegan hasta la larga cola. Su rostro hermoso es resaltado por sus labios pintados de carmesí remarcando junto a su cabello recogido sutilmente su belleza etérea.

El rey dragón la espera al final del camino, aunque mantiene su semblante sereno, por dentro está nervioso, aún no puede creer que su mayor anhelo ahora se hace realidad. Él también luce majestuoso en su traje blanco con un borde rojo el cuál tiene patrones bordados con hilo dorado.

Los dos extrañan la ausencia de los suyos, pero saben que esta es la única oportunidad para sellar su pacto de amor. 

Eire llega hasta él, toma la mano de Mondrag para ser conducida hasta lo alto del castillo frente a las puertas principales del mismo. Sus miradas se conectan y es cuando ella se da cuenta que este es el camino correcto.

Gran-Aldous aparece frente a ellos, vestido con su túnica color rojo con patrones de las constelaciones en color plata. Él es en realidad el antiguo sacerdote del reino de fuego, como otros también tuvo que ocultar su identidad y aunque no es un cambia forma su poder le permite ingresar por medio de su espíritu primordial dentro de las barreras del sueño de amor eterno de la bestia. 

—Como en el principio de los tiempos he sido un sanador de almas, ahora tengo la dicha de sanar mediante la unión las suyas —dice haciendo una reverencia.

Los dos jóvenes se inclinan en reverencia ante el sacerdote.

»Inclinense ante el cielo y la tierra —ordena dando inicio a la ceremonia.

Los dos amantes hacen lo suyo.

»Ahora reverenciar a los presentes que son los testigos ante el mundo de esta unión destinada desde el principio de los tiempos.

Nuevamente siguen las instrucciones. 

»Por último, reverenciar ante ustedes mismos como símbolo de respeto, unión y amor por los siglos de los siglos.

Los dos hacen un arco frente a frente. Y luego se toman de la mano.

—Yo, rey de los dragones, doy fé de mi amor eterno a la princesa Luna, juro amarla como en el principio, ahora y en el futuro, aún cuando mi existencia no sea más que un susurro del viento, mi amor perdurará. Te protegeré con mi sangre y mi fuego, porque no existe nada en el mundo que ame más que a ti.

—Yo, princesa descendiente de la tribu luna y heredera al trono de Eirlea, prometo amarte por sobre mi existencia. Te amé en mis dos vidas y si puedo existir nuevamente, solo pido a los dioses que se apiaden de mí y nuestros caminos puedan volver a unirse porque no importa el tiempo ni a qué tribu o raza yo pertenezca, mi corazón y anhelos siempre estarán contigo.

—Tomen las copas y beban del vino sagrado que sellará el pacto de amor eterno —pide Gran-Aldous.

Los dos amantes toman las copas y entrelazan sus manos para beber su vino el cuál se ha estado fermentando desde que el dragón confesó por primera vez su amor a la princesa y en el cuál vertió la primera lágrima que fué derramada por ella. 

»Que este amor perdure para siempre y lo que ahora se une en matrimonio qué sea tomado por los dioses como una advertencia que lo que está destinado a ser, siempre será —concluye el sacerdote sellando la unión de las dos almas.



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En el texto hay: criaturas magicas, romance, drama

Editado: 29.07.2023

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