—¡Suéltenla! —grito cuando veo cómo ese hombre comienza a jalonearla.
Mis ojos no se despegan de ella, no puedo dejar de observarla y no es la misma que recuerdo, su aspecto luce demasiado demacrado, con ojeras, más delgada de lo que la recuerdo y es que llevo un mes sin verla. ¿Será que veo así?
Desde que me enteré de su traición, me refugié en el dolor, me concentré en autodestruirme porque es más fuerte la incertidumbre porque a pesar de que las pruebas están ahí, sigo sin poder creerlo. Durante días busqué en busca de una explicación razonable, pero no encontré ninguna porque ella había desaparecido. Una prueba más que suficiente para que lo considere como verdadero.
Nuestras miradas se encuentran, trato de no compadecerme de ella, no se merece ninguna de las lágrimas que hasta ahora había derramado por su causa, me pongo serio mostrándole a todos que nada me importa ahora, ni siquiera ella.
En el fondo sé que es mentira, eso solo mi interior lo sabe y nadie más tiene porque enterarse.
—Elián, no te metas, ellos esperarán a que llegue la policía para entregarla y que se haga justicia. —escucho decir a mi primo Javier, no entiendo que es lo que hace aquí.
—Yo me encargo, ¡suéltenla! —les repito por si no fui lo suficientemente claro.
—Deja que las autoridades se encarguen de ella. —Se pone muy insistente y eso me genera molestia, parece que él tampoco entiende que el que manda aquí soy yo y lo que yo decida se vuelve una orden para todos, sin importar quién sea.
—¿Acaso no entiendes? He dicho que, ¡no!, Javier. —Nos enfundamos en una discusión sin sentido sobre quien tiene la razón, no debería de abogar por ella, pero ya que está aquí es momento de aclarar ciertas cosas y no voy a permitir que nadie me lo impida.
—No hay tiempo, estamos justos para llegar a la reunión de socios. —Recuerdo la dichosa reunión.
Después de que se enteraron del desfalco millonario que hubo en la empresa, muchos han querido darme la espalda, y a pesar de que hablar con ellos va a resolver muchos de los problemas en los que nos hemos metido como empresa, en estos momentos me importa un carajo lo que puede llegar a pasar, necesito una explicación por mi propia tranquilidad.
—Deja de meterte donde no te llaman, me importa una mierda la reunión, si los socios así lo desean van a esperar, si no que abandonen el barco y me dejen hundirme solo. Ahora, ¡largo! —Volteo a ver a los hombres que siguen sosteniendo a Fernanda—. Ustedes, ¡suéltenla!, no lo repetiré una vez más.
Los hombres se alejan, por lo menos ellos si me obedecen.
Mis ojos vuelven a conectar con los de ella, quedamos frente a frente y hay algo que nos mantiene ahí, como si fuéramos imanes siendo polos opuestos y que se atraen. Hasta ahora ella no ha dicho palabra y yo tampoco me atrevo.
—¿A qué has venido? —pregunto de forma tosca rompiendo la conexión, no deseo que me siga manipulando con sus ojos tiernos, que han perdido la alegría.
No responde, mira a todos lados hasta que posa sus ojos detrás de mí, entonces caigo en cuenta de que mi querido primo no se ha marchado.
—¿A caso no fui claro?, he dicho que, ¡te largues! —Incluso con la amargura que me cargo, soy capaz de golpearlo para que desaparezca, de por sí que jamás fue un hombre de mi agrado, en estos momentos se convierte en un dolor de muela.
—No pienso dejarte solo con esta arpía —suelta las palabras mientras mira mal a Fernanda.
—No soy un chiquillo para que quieras protegerme, no lo diré otra vez. ¡vete!
Estamos por empezar a discutir de nuevo cuando noto que Fernanda comienza a caminar hacia la salida. Sin pensarlo mucho, doy unos cuantos pasos hasta ella, la tomo del brazo sin ninguna delicadeza y me dirijo con ella a una oficina vacía de la primera planta.
La siento en una de las sillas que hay aquí mientras que, yo me quedo de pie esperando su respuesta, que comience a hablar sobre el motivo de su agradable visita.
—Te repito la pregunta, ¿A qué has venido? —pregunto sin quitarle la vista de encima, eso me sirve para saber cuándo las personas mienten, pero ella es más lista, ya que agacha la cabeza escondiéndolo entre sus piernas—. Demonios, ¡responde! —grito esperando que me responda.
Como si fuera una tortuga, su cabeza emerge de entre su escondite, observo que poco a poco sus ojos comienzan a cristalizarse y la verdad, no sé cómo sentirme al respecto.
—No llores, —le hablo con calma agachándome hasta estar a la altura de la silla—. ¿Acaso te comieron la lengua los ratones? Me debes una explicación.
—¡¿Yo te debo una explicación?! —grita mientras se levanta de golpe encarándome, la valentía resurge de algún lado. Yo me levanto y la veo limpiarse las lágrimas con furia.
—Por supuesto que me la debes, después de la manera en que desapareciste, sin dar explicaciones y además llevándote…
—Tú eres quien me debería de explicar —me interrumpe antes de que pueda terminar—. ¿Cómo fuiste capaz de hacerme esto? Si decías amarme ¿Por qué me traicionaste de esta manera? —Hay dolor en sus palabras y para mí, sus preguntas no tienen sentido.