N/A
Lo prometido es deuda y aquí les dejo el extra por haber llegado al millón de lecturas de esta novela, gracias por su apoyo y me encantaría leer que les pareció.
***
FERNANDA
Últimamente, me había comenzado a sentir mal y el día de hoy fue peor, justo al levantarme de la cama comencé a sentir que el suelo se movía y juro que pensé que era un temblor. No había querido decir nada a Elián porque sé que se preocuparía, así que decidí dejarlo pasar, por fortuna no se dio cuenta, ya que se encontraba bañándose.
Tome una respiración profunda y camine hasta la cocina donde me dispuse a preparar el desayuno para mis hijos, quienes seguramente no tardaran en hacer acto de presencia y devorar todo lo que preparemos.
La cocina ahora se siente vacía, puesto que la nana hacia un par de años que había partido a un lugar mejor, y en estos días el que lo acompaño fue el abuelo Daniel. Después de su arrepentimiento, por lo menos le quedó la satisfacción de morir en familia, vio crecer a sus nietos; Elián junior, Sol y Lucas, a quien aprendió a amar como uno más. La única que sigue con nosotros y espero aún sea por muchos años es mi suegra Soledad, un amor de mujer y que siempre ha estado con nosotros, a ella aprendí a amarla como la madre que deje de tener hace mucho tiempo, incluso antes de que desaparecieran.
—Hija, ¿te sientes bien? —Escucho la voz de mi suegra cuando me doy cuenta de que casi estoy en el suelo, no me había dado cuenta en que momento paso, solo recuerdo que volví a sentir el temblor y que ahora estoy seguro no es, por fortuna tuve tiempo de detenerme en el borde de la encimera.
—Sí, es solo que me tuve un mareo, seguramente porque no he desayunado —Trato de buscarle alguna justificación a esto que estoy sintiendo mientras trato de recomponerme corrigiendo mi postura.
Ella me dedica una mirada como si no me creyera y de alguna manera sospechara lo que me está pasando; imposible.
Después del parto de Elián decidimos que lo mejor era no tener más hijos, suficiente miedo ya habíamos tenido con el parto de eso dos, desde entonces nos estábamos cuidando. O eso creía yo, ¿será que me he olvidado de alguna de las inyecciones y no me di cuenta?
—No soledad, no es nada de lo que está imaginando tu cabecita, es imposible.
Comienzo a hacer cuentas y algo no cuadra, Soledad decide ignorar mi cometario y juntas comenzamos a elaborar el desayuno, segundos después ya somos tres en la cocina, ya que Lucas se nos ha unido, después de saludarnos y darnos un beso se dispone a preparar el desayuno, decidimos que lo mejor es dejarle que lo haga él, total nosotras no cocinamos tan delicioso como mi hijo. A sus 18 años está estudiando en una de las mejores escuelas culinarias, tal como lo presagiamos porque desde siempre estuvo metido en la cocina. Lucas es mi orgullo.
Nos sentamos en el taburete a observarlo mientras tomamos un café, es nuestra rutina casi todas las mañanas, siempre nos levantamos con la firme intención de elaborar el desayuno para la familia y siempre llega él a quitarnos ese puesto.
El olor a café recién hecho llega a mis fosas nasales y no puedo más, corro hasta el baño más cercano y de mi estómago sale aquello que siquiera he desayunado, de verdad que me veo y me siento mal, el espejo me lo dice. Justo cuando me estoy lavando la cara aparece en el reflejo Elián y me mira con preocupación.
—¿Qué sucede hermosa?, ¿estás bien?
—No ves que me encuentro de lo mejor —De pronto sus palabras me molestaron y creo que estoy enojada conmigo por no saber qué es lo que ocurre—. Perdón, no quise hablarte de esa forma, pero es que creo que la pizza de anoche no me cayó muy bien.
—¿Segura que es eso?
—No lo sé, no lo sé —Al decir esto me acurruco entre sus brazos oliendo a vómito y soy consciente de que estoy manchando su traje—. Tengo miedo —Termino por confesar porque la realidad es que no quiero que mi sospecha se vuela real, estamos lo suficientemente grandes como para pensar en tener un hijo. Yo tengo 35 años y Elián 44, y no es que me considere vieja, es que mi hijo menor tiene 11 años y han pasado muchos años desde que en esta casa hubo un bebé, tengo miedo también de la reacción que tendrían mis hijos y a esta ecuación le podríamos sumar el hecho de volver a lidiar con pañales y llanto.
—Iremos al doctor. —Es lo último que dice antes de guiarme hasta el comedor.
Cuando llegamos al ahí, ya el desayuno está servido, me siento, pero el olor de toda la comida solo me da náuseas y al final termino por no probar ningún bocado, todo esto no pasa desapercibido por mis hijos y es Sol la primera en preguntar.
—Mami, ¿estás bien? —Ahora todos centran su atención en mí.
—Si hija, es solo que amanecí algo cansada.
—Hijos, hoy los llevará el chofer a la escuela, mamá y yo tendremos que resolver un asunto,
Ninguno refuta a la decisión de Elián, creo que sospechan que algo no está bien.
Cuando ya se han ido todos, Elián me toma de la mano y caminamos hasta el coche donde con delicadeza me deja sobre el asiento del copiloto, en el trayecto ninguno dice nada, creo que por mi mente pasan diferentes situaciones, la incertidumbre puede conmigo y quiero ir pensando cosas positivas, que en el mejor de los casos los síntomas se deban a solo una mala alimentación y que esto no tenga que ver con alguna enfermedad grave, creo que mi esposo está pensando lo mismo.