El Amor En Tiempos De Covid

EL AMOR EN TIEMPOS DE COVID

EL AMOR EN TIEMPOS DE COVID

 

 

–A partir de mañana harán home office –informó el señor Puentes a su equipo de trabajo–. Las reuniones serán los mismos días a la misma hora, solo que por video llamada. Los dirigentes por fin están tomando medidas de seguridad ante la muerte del compañero Isaías y muchos otros. Pueden marcharse. Cuídense y cuiden a su familia, esto no es un juego.

 

Aunque la mayoría de los presentes tomó la noticia con alivio, hubo dos personas desilusionadas, Clara y  Narciso.

La oficina se fue vaciando pero ellos se quedaron sentados en la sala de juntas. Se acurrucó uno junto al otro a pesar de las restricciones de distancia que imponía la empresa.

– ¿Cómo haremos para vernos Narciso? –preguntó ella.

–Algo se nos ocurrirá. ¡Ehmmm! ¿Qué te parece si voy a tu casa a diario y trabajo desde ahí? Ella no sabe que nos mandaron a home office.

–Puede ser –exclamó la chica–. Aurorita estudia en línea y está acostumbrada a verte. Ya te considera su papá y, al igual que yo, no ve la hora en que vivamos juntos los tres.

–Mis hijos igual estudian desde casa, hicimos bien en meterlos a la misma escuela. En fin, no se diga más, así le haremos.

 

Tenían dos años de relación. Trabajaban juntos en una oficina de gobierno; se sentaban uno frente al otro y encontraban divertido fingir frente a los demás. Cuando sus manos se tocaban accidentalmente, sentían una corriente eléctrica que los colmaba de dicha. Se robaban besos rápidos en los pasillos y cruzaban miradas coquetas durante el día. Solían ponerse de acuerdo para vestir del mismo color y desayunaban juntos en el comedor para empleados. Por lo menos dos veces a la semana, se refugiaban en moteles alejados y hacían el amor con gozo. Los otros días, a las 6 pm, salían del trabajo y se dirigían a la casa de ella; ahí preparaban la cena, veían películas y platicaban en compañía de la niña. El auto de Narciso permanecía hasta medianoche en el estacionamiento de la oficina para no levantar sospechas; más tarde, embriagado de amor, llegaba en un taxi a recogerlo y se dirigía a lo que consideraba su prisión.

Por las mañanas, se presentaban en la oficina antes que los demás, tomaban café mientras entrelazaban sus manos y sonreían.

 

Todo paraíso tiene su serpiente y el de ellos no era la excepción. Narciso estaba casado con una mujer que calificaba como controladora; aseguraba que ella lo chantajeaba con los niños aunque ya no tenían una relación; vivían bajo el mismo techo pero dormían en recámaras separadas y apenas se dirigían la palabra. Sólo el amor tan grande por sus hijos lo retenía en ese lugar del que no veía el momento de marcharse.

 

– ¿Por qué no creerle? –pensaba ella–. Un hombre tan recto, educado y exquisito en su trato a los demás.

 

 

Lo que en un principio parecía una noticia exagerada estaba tomando dimensiones desproporcionadas. El virus SARS-CoV-2 se estaba propagando rápidamente y provocaba muertes todos los días. Personas de todas las edades, nacionalidades o estilo de vida, enfermaban gravemente y morían. Los medios de comunicación recomendaban tomar solo  analgésicos pues no existía tratamiento y el sistema inmunológico debía hacer su trabajo. Los hospitales no se daban abasto y el pánico prevalecía.

 

Clara y Narciso habían estado en una junta con Isaías tres días antes de su muerte por Covid-19, así que sabían que corrían peligro. Por fortuna la prueba rápida que se realizaron salió negativa.

 

 

 –Vamos a casa amor. ¡Gracias a Dios estamos bien!

La chica condujo en silencio. Narciso apretaba su prominente nariz, señal de que estaba ansioso. Era un hombre cercano a los 50 años, delgado, calvo y de piel blanca.

– ¿Qué tienes amor? –Clara lo conocía bien. Esos nervios solo podían ser a causa de los problemas en su casa. Acomodó a un lado su larga caballera rubia y tocó su mano.

–Ya sabes, lo de siempre. Esa mujer disfruta atormentándome, dice que no paso tiempo con los niños. Acaso no valora mi esfuerzo, me mato trabajando para que tengan lo necesario. Gracias a mí, ella holgazanea todo el día.

–Es una mantenida acostumbrada a tener todo fácil. Pido a Dios todos los días que la aparte de tu camino y podamos estar juntos por fin –Clara plantó un beso en la mejilla de Narciso y él sonrió.

–Ya no hablemos de ella amor, no merece un minuto de nuestro tiempo.  ¿Qué te parece si vamos al motel  y desde ahí nos conectamos al trabajo?

–Tus deseos son órdenes mi vida.

–Me encanta estar contigo–afirmó ella después de hacer el amor–. Si supieras cuánto deseo que estemos juntos, sin prisas, sin escondernos. Quedémonos ésta noche a dormir aquí, mi hija está al cuidado de la niñera.

–Por más que lo deseo no puedo cariño, sabes que no falto una noche a casa –dijo el hombre con pesar.

–Me estoy cansando de la situación Narciso, realmente no sé qué te impide terminar con esa mujer.




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