El amor en tiempos de cuarentena

Cerúleo

Irónicamente, la mañana previa a la visita de Lara, Bruno ya se había levantado con los recuerdos de la tarde anterior en bucle en su cabeza, y los ojos azules de Fran grabados en su memoria. Una vez que logró orientarse (no, no estaba en su cuarto de siempre, estaba en lo de su papá) y ponerse los anteojos, se dirigió a la cocina, aburrido con la idea de comerse una tostada de desayuno pero sin ganas de cocinarse algo más complejo.

Sin embargo, en el camino hacia la angosta cocina, se topó con alguien que no conocía.

—¡Hola! Vos debés ser Bruno.

Su papá había mencionado que su novio estaría allí, mas eso no cambió que a Bruno lo tomara por sorpresa la imagen del hombre sentado en una silla de la mesa del comedor, quitándose pintura de las uñas con un algodón húmedo que emitía un fuerte olor a alcohol. Al lado de la botella de plástico de acetona, una cartuchera alta y transparente mostraba una gran cantidad de esmaltes de diversos colores. Algunos de estos ya estaban fuera de la cartuchera, desplegados en frente de esta en una línea no muy recta.

—Sí, soy Bruno—asintió despacio—¿Y mi papá…?

—Acaba de salir para el súper—aclaró—Yo soy Nicolás. Pero no me digas así, que queda re formal. Prefiero Nico y listo.

Sin más que un leve asentimiento, Bruno cruzó la distancia hasta la angosta cocinita del departamento. Eran casi las once de la mañana, pero siendo un sábado, no tenía razón para levantarse a desayunar más temprano. La sensación de sorpresa aún no se le pasaba, mientras ponía una pava a hervir agua para su té.

A pesar de que su papá había dicho que su novio estaría allí, se esperaba a alguien distinto. Quizás era la apariencia juvenil de Nico, que no era igual a la forma de ser relajada de su papá, por más que tenía algo de parecido. Definitivamente tenía que ser unos años más joven. Era un hombre de estatura mediana, de piel bronceada y el pelo marrón oscuro, ondulado y lo suficientemente largo para atarlo en un despeinado rodete debajo de la nuca, con mechones del flequillo enmarcando sus ojos oscuros, que además estaban realzados por un fino delineado en su contorno. Portaba un pantalón de jogging gris, medias con pantuflas y un suéter beige que Bruno reconocía, porque había sido de su papá cuando él era chiquito, y que quedaba un poco grande sobre su menudo torso.

Cuando regresó a la cocina, esta vez con una taza de té y un plato con una tostada en la mano, el olor a acetona y esmalte invadió sus sentidos con más fuerza que la vez anterior. E incluso así, Bruno apreciaba tener un desayuno pacífico después de tanto tiempo.

O, bueno, un poco más pacífico, porque esa mañana Bruno descubrió que al novio de su papá le gustaba a hablar, que tenía treinta y siete años (confirmando la sospecha de Bruno de que era unos años más joven que su papá), que su canción favorita era Bubblegum Bitch de MARINA and the diamonds, que había estudiado Derecho por presión familiar pero que finalmente se había comenzado a dedicar a lo que realmente había querido hacer en su momento: programación. En esa época, sus papás habían exigido una carrera que sirva, explicó Nico, pero obviamente en el mundo actual saber programación era una habilidad sumamente requerida.

También le contó que había conocido al papá de Bruno cinco años atrás, y que vivían juntos hacía dos. A todo esto, Bruno ya se había tomado la mitad de su taza de té, y en el plato de su tostada solo quedaban miguitas, pero Nico parecía finalmente haberse quedado sin cosas para decir.

—Bueno, ¿y vos?

—¿Yo, qué?

—No sé, contame algo también—se encogió de hombros frente al silencio de Bruno—Aunque sea ayudame a elegir un color.

Señaló a la línea de esmaltes que Bruno había visto antes. Había cuatro, uno azul cielo, uno verde petróleo, uno bordó apagado y uno casi igual pero con lo que parecía ser brillantina.

—No sé de estas cosas—rio Bruno, negando con la cabeza.

—¿Qué no sabés? ¿Distinguir colores?

—No, o sea, de uñas, ni idea—pero brevemente, tuvo una especie de flashback a cuando su mamá se pintaba, y una idea prendió la lamparita que flotaba sobre su cabeza—Pintate todas con este—señaló el bordó opaco—y una en cada mano del brilloso.

Nico alzó ambas cejas y asintió.

—Mirá vos, señor “no sé de uñas,” te salió una buena combinación—Nico sonrió, y comenzó a pintar su mano izquierda de la pintura opaca con una expresión pensativa—Bueno, pero, dale, en serio, contame algo, que me aburro si no.

Bruno acercó la taza de té a sus labios, pero no tomó. Quedaba muy poco, y sin duda alguna debía haberse enfriado bastante.

—Es que no sé qué te puedo contar—tomó el esmalte azul y lo inspeccionó, solo para hacer algo—A la tarde viene una amiga. O yo voy a lo de ella, no arreglamos muy bien todavía.

Nico paró de pintarse la uña del medio repentinamente, miró a Bruno y subió una ceja.

—¿Amiga?

Amiga—aclaró Bruno, arrugando la nariz frente a la idea de que fueran algo más—¿Mi papá no te dijo por qué estoy acá ahora?

—Y, no—respondió Nico, como si fuera obvio—O sea, me avisó que ibas a estar acá y todo, pero no me dijo nada demasiado profundo. Es tu privacidad.




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