El amor en tiempos de cuarentena

Epílogo: Eternos

Y como todo, el año escolar llegó a su fin, para la alegría de la gran mayoría de adolescentes. El clima pasó de soleado y fresco a pegajoso y caluroso, las publicidades navideñas comenzaron a invadir las redes sociales de todo el mundo, y a pesar de todo, la pandemia aún demandaba restricciones sociales (incluso si prácticamente nadie las seguía por completo).

Para Bruno, el verano traía dos cosas importantes: la primera, su libertad frente a la escuela, y la segunda, pero no menor, el cumpleaños de Fran. Caía miércoles, el 23 de diciembre, así que no había tenido otra que festejarlo el sábado 26. Bruno había cumplido dieciséis en mayo, justo una semana antes de conocerlo a Fran, que ahora cumplía diecisiete.

Así es como había terminado, el sábado a la noche, sentado en un círculo alrededor de una mesa con los amigos de su novio. Era un grupo cuya dinámica estaba muy refinada por los años de amistad, pero por suerte, no era el único ajeno al ellos. Lucas había llevado a Lara, Nacho también tenía una novia, y Tomás (apodado Toto por los amigos) estaba sentado junto a su hermano mellizo, Diego, que era del aula de Bruno, y con quien Fran se llevaba bien.

Para comer a la noche, pidieron unas pizzas, y alrededor de las once, los abuelos de Fran salieron al jardín.

—Nosotros nos vamos a dormir ahora, así que si los vienen a buscar, abriles, Fran—dijo su abuelo desde la puerta.

—Okey.

—Gracias a todos por venir, un gusto verlos—saludó su abuela.

Y con eso, desaparecieron.

—Bueno, ahora les puedo decir qué había en mi mochila—murmuró Tomás, con una ceja levantada. Su hermano mellizo giró hacia él, confundido.

—¿Cuánto a que es alcohol?

—¡Nacho, la puta madre!—se quejó, sacando las botellas de su mochila—Me cagaste el momento.

—Uy, sí, y qué momento—rio Lautaro, sentado al frente de él.

—Bueno, che, es el cumple de Fran, y después probablemente no nos veamos hasta el año que viene—explicó Tomás—Con algo hay que brindar... aunque no tengamos champán.

Bruno miró a Fran, que miraba todo con una expresión de entretenimiento en su rostro, como si fuera algo que ocurría seguido pero que no lo cansaba.

—Bueno, Panchito, tu casa, tus reglas—Tomás se encogió de hombros—¿Podemos?

Fran subió ambas cejas, como si no hubiese estado esperando que le pidieran permiso.

—Bueno, qué se yo. No se zarpen, igual.

—¡Esssa!

Los minutos y las horas fueron pasando, y afortunadamente nadie tomó demasiado; el hechizo del alcohol simplemente hizo que algunos se rían más y otros tuvieran más sueño. Bruno se quedó con su vaso de gaseosa, y terminó siendo objeto de burlas de Lara por eso, pero la verdad era que no le importaba demasiado.

—Un último brindis por el 2020—tomó la palabra Lautaro, levantando el vaso—¡Brindemos porque ya termina este año de mierda!

—Amén—respondió Nacho.

—Chin, chin—murmuraba Lucas cada vez que chocaba su vaso de plástico con el de alguien más, para simular el ruido que harían si fueran copas de vidrio. Bruno rio al notar que Lara lo miraba como si fuera lo más tierno del mundo.

La cabeza de Fran yacía sobre su hombro hacía un rato, y Bruno temía que terminara quedándose dormido. Pero eso nunca pasó. Cada vez que sonaba el timbre, Fran se levantaba, abría la puerta, saludaba, y volvía al lado de Bruno a la misma posición que antes. A la una y media, llegó un mensaje al celular de Lucas, que entre risas había terminado como apoyacabezas de su novia, que aparte le había robado su buzo. Ellos dos y Bruno eran los últimos invitados que quedaban.

—Che, Lara, mi papá dice que ya está cerquita, y también te lleva a vos a tu casa. En unos minutos llega.

—Bueno—murmuró ella, con los ojos entrecerrados, sin moverse ni un centímetro. Luego, de la nada, preguntó—¿Al final que pasó con Augusto?

Bruno no pudo evitar reírse frente a la mueca en la cara de Fran.

—Nada, está en su casa, qué se yo—respondió—Hicimos las paces y todo pero… no sé, por ahora seguimos medio distanciados, pero bien. Mi mamá lo extraña, ahora que no lo ve tan seguido.

Lara largó una carcajada.

—¿Por qué se habrá encariñado tanto con él, no?—preguntó, como al aire—Es raro. Pero a la vez, no. No sé.

Bruno se encogió de hombros. Podía sentir la mirada de Fran, fija en él, pero no se inmutó.

—Y, no sé. Yo en primaria era medio… ni idea, pero no tenía muchos amigos; creo que le tiene cariño porque fue el primer vínculo importante, afuera de mi familia, que tuve. Como que le recuerda a cuando era chiquito, antes de que pasara todo el quilombo con mi viejo, y todo, no sé—explicó, con un suspiro—Pero, bueno. Al menos ahora no le molesta que me junte con vos.

Lara asintió, y se hizo un breve silencio. El sonido de la noche jamás había sido de los favoritos de Bruno, porque la tranquilidad del ambiente podía llevarlo a pensar más fuerte, como para compensar la falta de ruido. Meses atrás, esto lo mantenía despierto cuando se quería dormir, pero ahora lograba apreciar ese efecto casi mágico que generaba estar sentado bajo las estrellas, con una brisa fresca pero no fría a su alrededor, soplando suavemente las hojas de los árboles del barrio hasta que estos también parecían estar suspirando.




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