El aroma del café recién hecho llenaba el comedor. La mesa estaba impecable, con frutas frescas, jugo de naranja y las tostadas doradas que a su madre tanto le gustaba preparar. Dayana se sentó frente a ellos, con una calma forzada que apenas lograba disimular el torbellino en su interior.
—Quiero aprovechar este desayuno para decirles algo importante —empezó, tomando aire—. Kevin y yo hemos terminado.
La cuchara de su madre tintineó contra la taza, sorprendida. Su padre, en cambio, no levantó siquiera la vista del periódico, aunque era evidente que había escuchado cada palabra.
—¿Y se puede saber por qué? —preguntó su madre, entre curiosidad y una ligera satisfacción—. Aunque, siendo sincera, nunca terminé de confiar en ese muchacho.
Dayana apretó la servilleta entre sus dedos.
—Porque ya no era lo que yo pensaba. No quiero entrar en detalles, solo… ya no tiene sentido seguir.
Su padre dobló el periódico con calma y lo dejó a un lado.
—¿Y qué hay de TechNova? —preguntó con voz firme—. Kevin iba a ser quien representara a nuestra empresa allí, y fue porque tú me lo pediste.
—Por eso mismo quería hablar contigo —dijo ella, enderezándose—. Creo que vas a necesitar a alguien más. Kevin no puede ocupar ese lugar si ya no está conmigo.
El silencio se extendió unos segundos. Su padre la observó con una seriedad que siempre imponía. Luego, con un gesto apenas perceptible, sonrió de lado.
—Dayana… antes de que insistieras tanto con ese muchacho, yo ya había escogido a la persona que iba a representarme en TechNova.
La joven parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo?
—Kevin nunca fue mi elección —aclaró su padre, tomando el café con total naturalidad—. Lo acepté porque tú me lo pediste, pero nunca dejé de confiar en mi plan inicial.
Su madre intervino, suavizando la tensión:
—Lo ves, hija, al final todo pasa por algo. Y si Kevin ya es cosa del pasado, mejor así.
Dayana guardó silencio, aún desconcertada por la revelación. Esa seguridad en las palabras de su padre la dejó intrigada. ¿Quién era, entonces, la persona que él había elegido desde el principio?
—Papá… ¿y quién es esa persona que ya habías escogido? —preguntó, tratando de contener la intriga y el nerviosismo al mismo tiempo.
Su padre la miró con calma, dejando que el suspenso se asentara unos segundos antes de sonreír.
—Tú, Dayana. Confío plenamente en tu capacidad para manejarlo. Kevin no era la primera opción, pero después de ver tu insistencia y tu determinación, supe que nadie podría representar mejor a nuestra familia que tú.
Dayana parpadeó, sorprendida, mientras un cosquilleo de orgullo y responsabilidad recorría su cuerpo.
—¿Yo…? —murmuró, apenas creyéndolo—. Pero… ¿de verdad crees que puedo?
Su padre asintió, con esa seguridad que siempre había tenido y que pocas veces se podía cuestionar.
—Sé que puedes, Dayana. Tienes la cabeza, la paciencia y, sobre todo, la tenacidad necesaria. Nadie más podría encargarse de esta negociación en TechNova como tú lo harás.
Su madre sonrió, orgullosa y emocionada.
—Te lo dije, hija. Siempre has sido más fuerte de lo que piensas.
Dayana respiró hondo, absorbiendo cada palabra. Por primera vez en toda la mañana, su mirada se llenó de determinación. La ruptura con Kevin dolía, sí, pero también había abierto la puerta a algo mucho más grande: su propia independencia y su lugar como representante de la empresa familiar en TechNova.
—Entonces… está decidido —dijo finalmente, con voz firme—. Yo me encargaré.
Su padre sonrió, satisfecho.
—Sabía que dirías eso. Y créeme, Dayana, lo harás muy bien.
Un sentimiento de orgullo y responsabilidad invadió a Dayana, mientras terminaba su café y miraba por la ventana, consciente de que ese desayuno no solo cerraba un capítulo de su vida personal, sino que también abría otro en el profesional.
Su padre, Ricardo, asintió con una sonrisa satisfecha. Luego su rostro se tornó serio, con ese brillo de anticipación que siempre traía cuando hablaba de negocios.
—Bien, Dayana… y aprovechando que estarás a cargo de representar a nuestra empresa, hoy mismo iremos a TechNova. Te presentaré formalmente como la representante de Solaria Enterprises.
Dayana asintió, firme.
—Perfecto, papá. —No necesitaba palabras de ánimo; la seguridad de su padre y la formalidad del asunto ya le daban confianza.
—Iremos juntos —continuó Ricardo—. Es importante que vean que confío plenamente en ti. Quiero que Samuel sepa que Solaria Enterprises está en buenas manos.
Su madre, que hasta ahora había permanecido en silencio, sonrió alentadora:
—Recuerda, hija, si él es intimidante, solo tienes que ser tú misma. Siempre funcionas mejor así.
Dayana tomó un sorbo de su café, mientras el peso de la mañana comenzaba a transformarse en determinación. La reunión sería importante, pero no más que la decisión que ya había tomado: seguir adelante, fuerte y por sí misma.
—Entonces vamos —dijo finalmente—. Es hora de mostrar lo que puedo hacer.
Ricardo le sonrió con orgullo y tomó su abrigo.
—Eso es, Dayana. Hoy empieza algo nuevo.
Padre e hija subieron al auto, y el motor rugió suavemente mientras salían del garaje.
—Bueno, lo positivo —dijo Dayana mientras ajustaba la mochila sobre su hombro—, es que por fin podré usar esos tacones que me hicieron sufrir en la boda de Sofi… digo, si sobrevivo a la reunión.
Ricardo sonrió, divertido ante el comentario.
—Tranquila, hija. Tacones y nervios aparte, recuerda que vas a presentar a Solaria Enterprises, no a ti misma en un concurso de belleza.
—Sí, claro… —respondió Dayana, rodando los ojos—. Pero si llego a tropezar con mis propios pies, prometo culparte a ti por haberme dado la responsabilidad.
—Acepto la culpa parcial —rió Ricardo—. Pero recuerda, lo importante es la confianza. Nada impresiona más que alguien que sabe lo que hace.