El Amor llega con un toque de glaceado

Capítulo4: Memorable, pero no por lo que quería

Dayana respiró hondo, tratando de calmar el torbellino de emociones que la atacaba. A su lado, Ricardo se acomodaba detrás de la mesa, con la seguridad que siempre imponía.

—Bien —dijo Ricardo, tomando la palabra—. Hoy queremos revisar los detalles de la fusión y establecer los lineamientos de cómo Solaria Enterprises será representada en TechNova.

Dayana se sentó, cuidando cada movimiento, pero sus manos temblaban mientras abría la carpeta con los documentos. Samuel la observaba, esa mezcla de seriedad y diversión aún brillando en sus ojos.

—Veo que estás lista —dijo él, en un tono bajo que solo ella parecía escuchar.

Dayana carraspeó, tratando de sonar firme.

—Sí… claro. Todo está preparado.

Excepto mi cerebro, que parece haber huido con pasaporte falso.

Apenas comenzó a explicar algunos puntos de la fusión, un asistente pasó por detrás de Samuel con un café. Dayana, queriendo sonar más segura, gesticuló demasiado con la mano y… ¡zas! El bolígrafo salió volando en dirección al escritorio. Samuel lo atrapó con un movimiento tan rápido que parecía entrenado en artes marciales.

Dayana se congeló, roja como tomate.

Genial, primera reunión seria y ya estoy lanzando bolígrafos como si fueran dardos en una feria de pueblo.

—Veo que todavía conservas tu… energía —comentó Samuel, con un toque de diversión que la hizo recordar inevitablemente el pastelazo.

—Sí… eh… mucha energía —balbuceó, deseando meterse dentro de la carpeta y vivir allí para siempre.

Mientras tanto, en el lobby, Kevin pasaba y, al verla entrar con su padre, se quedó petrificado. Su exnovia estaba nada menos que frente al dueño de TechNova, y él… bueno, él estaba ahí, con el mismo rango de importancia que una planta decorativa.

Dentro de la sala, Dayana trataba de recomponerse, pero cada vez que Samuel asentía, ella sentía como si un mini-terremoto le bailara en el estómago.

—Bien —dijo Samuel al final—. Creo que con esta información podemos avanzar. Estoy seguro de que Solaria Enterprises estará en buenas manos contigo, Dayana.

Ella parpadeó, incrédula.

—¿En serio?

¿En serio? ¿Así de fácil? ¿Y el pastel? ¿Y mi carrera de comediante involuntaria?

Samuel solo sonrió ligeramente, y por primera vez, Dayana percibió un dejo de respeto… y complicidad.

Cuando la reunión terminó, Ricardo puso una mano en su hombro.

—Buen trabajo, hija.

Dayana asintió, aunque por dentro pensaba: Si esto fue un buen trabajo, no quiero ni imaginar lo que será un mal día.

Decidida a recorrer un poco la oficina, salió con paso firme. Blazer impecable, tacones en su lugar… al menos en teoría. Porque, a los tres pasos, tropezó con una alfombra traicionera y perdió el equilibrio.

—¡Ahhh! —gritó mientras caía hacia atrás, convencida de que la tragedia sería portada en los periódicos.

Pero, otra vez, dos brazos firmes la sujetaron por la cintura. Samuel. Por supuesto.

—¡Oh… Dios! —exclamó Dayana, paralizada—. Yo… yo…

—Tranquila —dijo él con calma, manteniéndola un segundo más de lo necesario—. Parece que sigues siendo igual de torpe que la última vez.

Perfecto. Muy bien, Dayana. Ahora no solo eres la mujer del pastel, también la mujer-catástrofe que necesita guardaespaldas las 24 horas.

—No fue mi intención… —balbuceó mientras se ajustaba la falda y el blazer.

—Lo sé —replicó Samuel con media sonrisa—. Pero debo admitir que esto hace que recordarte sea mucho más interesante.

¡Excelente! En los archivos secretos de TechNova seguro ya me registraron como: "la mujer del pastel volador, el bolígrafo ninja y la caída olímpica".

—Eh… bueno… digamos que me gusta causar buena impresión —intentó sonreír Dayana.

Samuel arqueó una ceja.

—¿Causar impresión… o repetir momentos pasados?

Dayana tragó saliva.

—Eso fue hace unos días… no planeaba… volver a… eh…

—Lo sé —la interrumpió él suavemente—. Pero fue… memorable.

Memorable. Claro. Justo lo que toda profesional quiere: ser memorable por accidentes de circo.

Un asistente pasó en ese momento con documentos, obligándola a dar un paso atrás. Su tacón se enganchó de nuevo y Samuel, como si lo hubiese estado esperando, la sostuvo otra vez por la cintura.

—Creo que necesito enseñarte a caminar por TechNova —dijo con calma burlona.

—¡Yo… yo puedo sola! —exclamó Dayana, más roja que un semáforo—. Solo estoy nerviosa…

—Claro —respondió él, dejando escapar una leve risa—. Nerviosa o no, parece que aún no aprendes a evitar accidentes.

Maravilloso. Sobreviví al pastel, al bolígrafo asesino, a la alfombra homicida… y ahora estoy en clases privadas de caminar con el jefe. Todo un récord, Dayana.

Samuel, aún con su sonrisa contenida, añadió:
—Por ahora, creo que tu primera tarea es aprender a caminar sin derribar a nadie. Lo demás, podemos discutirlo después.

Dayana asintió, sin saber si quería salir corriendo o quedarse para averiguar qué significaba ese “después”.

—Te invito a mi oficina para discutir algunos puntos —le dijo Samuel con su voz tranquila, como si no acabara de salvarla de estrellarse contra el piso dos veces.

Dayana, aún nerviosa por todo lo que había pasado en menos de media hora lo siguió. Samuel abrió la puerta de cristal oscuro y la dejó pasar primero.

Ella entró y se quedó boquiabierta.
La oficina parecía sacada de una revista: un escritorio de madera pulida tan brillante que Dayana tuvo miedo de ver reflejada su cara roja en él; un ventanal enorme que mostraba la ciudad entera; sillones de cuero minimalistas en un rincón, y en la repisa, un bonsái perfectamente cuidado, tan zen que daba ganas de pedirle consejos de vida.

Genial, aquí estoy yo, a punto de tropezar en la Batcueva versión empresario. Si llego a romper ese bonsái seguro me deportan de TechNova.




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