El Amor llega con un toque de glaceado

CAPÍTULO 5: Protocolos y merienda

Dayana se acomodó en la silla frente al escritorio, intentando adoptar la postura más profesional posible. Espalda recta, manos sobre las rodillas, cara seria… aunque sus tacones apenas tocaban el suelo y sentía que parecía una niña regañada en la oficina del director.

Samuel, en cambio, se veía perfectamente cómodo. Apoyó un codo sobre el escritorio y la miró con esa media sonrisa que ya empezaba a sacarla de quicio.

—Entonces… meriendas —repitió, como saboreando la palabra.

—Era un ejemplo improvisado —respondió Dayana, bajando la voz y deseando que la tierra se abriera bajo sus pies.

—Claro. —Samuel asintió con fingida solemnidad—. Protocolos, estrategias… y donas en la sala de juntas. Suena como un plan infalible.

Dayana abrió la boca para protestar, pero se arrepintió al ver cómo sus ojos brillaban de diversión.

—No se burle —dijo, cruzándose de brazos—. Usted sabe que la gente rinde más cuando está bien alimentada.

—Oh, lo sé —respondió él, inclinándose hacia ella con calma—. Pero me sorprende que tu primera propuesta innovadora en TechNova sea… un buffet.

Perfecto. Ahora soy “la chica del buffet”. Mucho gusto, Dayana Buffet.

Ella se aclaró la garganta, tratando de recuperar la compostura.

—De todas formas, tengo un plan más serio, con protocolos de integración, capacitaciones y…

—¿Capacitaciones? —la interrumpió él—. ¿De qué tipo? ¿Cómo evitar tropiezos en pasillos corporativos? ¿O manejo avanzado de proyectiles de oficina?

Dayana lo fulminó con la mirada, pero sus mejillas ardían.

—Muy gracioso.

—Gracias —respondió Samuel con total naturalidad, como si realmente estuviera aceptando un cumplido.

El silencio se extendió un par de segundos, roto solo por el sonido lejano de la ciudad entrando por los ventanales. Dayana intentó concentrarse en sus notas, pero la sensación de que él la observaba atentamente no la dejaba en paz.

Samuel finalmente se reclinó en su silla, cruzando las manos detrás de la cabeza.

—No te preocupes tanto, Dayana. Tu torpeza… —hizo una breve pausa— es entretenida.

—¡No soy torpe! —protestó ella de inmediato, demasiado rápido.

Samuel arqueó una ceja, divertido.

—¿Seguro? Porque en menos de una hora ya armaste más caos que algunos de mis gerentes en todo un mes.

Dayana frunció los labios, sin saber si sentirse ofendida o… halagada.

—Pues… al menos soy memorable —dijo con ironía, tratando de sonar ingeniosa.

Samuel sonrió ampliamente, como si acabara de ganar una partida de ajedrez.

—Exacto. Y créeme… prefiero alguien memorable a alguien invisible.

Esa respuesta la dejó en silencio. Y por primera vez en toda la mañana, Dayana no supo si lo que sentía era vergüenza, nervios… o un extraño cosquilleo que nada tenía que ver con el pastel, ni los bolígrafos, ni las alfombras asesinas.

Dayana se llevó una mano al estómago, roja de vergüenza, intentando pensar en cómo arreglar la situación.

Samuel la observó un segundo, serio como siempre, hasta que dejó escapar una leve risa, tan breve que ella dudó haberla escuchado. Entonces, se inclinó sobre su escritorio, tomó una cajita metálica y la deslizó hacia ella.

—Galletas de avena —murmuró, con un gesto casi imperceptible en la comisura de sus labios—. Las guardo para emergencias corporativas.

Dayana lo miró atónita, sin saber si reír o esconderse bajo la mesa.

—¿Le parezco… una emergencia? —se atrevió a preguntar.

Él la sostuvo con la mirada, intensa y seria, pero con esa chispa que la desconcertaba.

—Solo cuando es necesario.

Y antes de que ella pudiera replicar, Samuel volvió a su tono ejecutivo, como si nada hubiera pasado:

—Ahora, cuénteme cómo piensa manejar los conflictos entre directores.

Dayana carraspeó, decidida a sonar más convincente.

—Como le decía, señor TechNova… digo, señor Samuel… —se corrigió de inmediato, cerrando los ojos un segundo. Respira, Dayana, respira.— El plan de integración requiere un análisis profundo de los equipos, capacitaciones y una evaluación de riesgos internos.

Concentrada, abrió su libreta y pasó un par de páginas hasta encontrar las notas que había preparado. La colocó sobre el escritorio, justo frente a él, y señaló con su bolígrafo una lista perfectamente organizada.

Samuel la observó con atención, serio. Pero a los pocos segundos, su ceja derecha se arqueó de una manera que no auguraba nada bueno.

—¿Esto es parte de tu estrategia de integración? —preguntó en voz baja, señalando con el dedo algo en la hoja.

Dayana parpadeó y bajó la vista. Justo al lado de sus apuntes serios y subrayados con marcadores de colores… había un dibujo de un muffin. Un muffin con ojos y una sonrisa desproporcionada, que levantaba una banderita donde había escrito “¡Motivación!”.

Ella tragó saliva.

—Eso… eso es una herramienta visual. —Se inventó la primera excusa que pasó por su cabeza.

Samuel apenas pudo contener la curva divertida en sus labios.

—¿Un muffin sonriente?

—Es… una metáfora —dijo, mordiéndose el labio—. Representa la importancia de alimentar… el espíritu de los empleados.

Él soltó una carcajada suave, inclinándose hacia la libreta.

—Ya veo. ¿Y el muffin con ojos saltones es el gerente de Recursos Humanos o Recursos Calóricos?

Dayana cerró la libreta de golpe y la abrazó contra su pecho, colorada hasta las orejas.

—¡Era un garabato para despejar la mente! Todo el mundo dibuja tonterías mientras piensa.

Samuel la miró fijamente, divertido, apoyando la barbilla en su mano.

—Me alegra saber que la mente de mi nueva directora de proyectos se despeja con repostería.

Ella resopló, intentando sonar firme, aunque su voz tembló un poco.

—Bueno, al menos no dibujo socios con cuernos.

Samuel soltó otra risa, esta vez sin contenerse.

Dayana lo observó, aún tenía la libreta apretada contra su pecho, como si pudiera borrar de la existencia al maldito muffin sonriente.




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