NOLAN
Confundido, me subo al auto, necesito alejarme, pensar, ordenar mis ideas.
Sus palabras no salen de ni cabeza, voy sin rumbo por una avenida, hasta que detengo el auto y se me ocurre llamar a la única persona que es incondicional conmigo, mi primo y mano derecha, Omar.
—¡Aló! —digo.
—Hola, Nolan. ¿Qué pasó? No me digas, se comprueba que no puedes vivir sin mí —dice tan bromista como siempre.
—No, estoy para juegos. Quiero hablar con alguien y…
—¿Qué pasó? Te escucho mal.
—Estoy mal, me siento pésimo. ¿Dónde estás? —indago. Él también acaba de llegar de Londres y tenía cita con una amiga, espero no ser inoportuno.
—En mi casa —responde con pesar.
—Voy para allá y te cuento —le digo y de inmediato cuelgo.
Al cabo de unos cuantos minutos arribo y me recibe en su sala con un trago.
—Creo que lo necesitas —toma asiento a mi lado sin su respectivo vaso. —¿Qué fue lo que pasó? ¿Está bien Samara y mi sobrino?
—Samara —pronuncio entre dientes y me alzó el vaso, el líquido me pasa quemando la garganta, emparejando la ardencia que siento en el pecho. —Me pidió el divorcio.
—¡Qué! —exclama. Puedo ver en sus ojos confusión. —¿Por qué?, ¿qué pasó? Todo estaba bien entre ustedes o no.
—Hasta hace seis días que me fui, sí, hasta hace unas horas que le llamé para anunciarle mi retorno, sí. No sé qué cambió. Me dijo que nunca me amó, que se cansó de mí, de que yo fuera un caballero. ¿Te das cuenta? Me deja porque, según ella, soy perfecto —cuento con la mirada abajo.
—¡Se volvió loca! —exclama con el ceño fruncido.
—No sé si se volvió loca, pero en sus ojos vi odio, rencor, algo que jamás había visto en ella —tomo aire por la boca—, y no sabes cómo me duele eso —explico, sintiendo cómo las lágrimas se me salen.
—Primo, creo que lo mejor es que hables con ella. Quizá solo tuvo un mal día, está con las hormonas alborotadas, van a tener a un hijo y esa es una decisión que la deben hablar —hace una pausa—. Deben analizar y al menos te debe dar una explicación y, si no hay remedio, pues…
—Tienes razón, eso haré. Voy a dejar que se calme y le pediré que dialoguemos… El sonido de mi celular interrumpe lo que iba a decir.
—¡Aló! —digo sin fijarme antes de quién se trata.
—¡Nolan, Nolan! —menciona Azalea—. Nolan, necesito que vengas o, mejor dicho, que vayas a la clínica Mencía. A Samara se le adelantó el parto —habla apresurada, siento desesperación en sus palabras.
Lentamente, me pongo de pie al escucharla, el corazón me da un salto, tengo tanto en la mente que su voz pasa a ser un susurro.
Omar se aproxima cauteloso.
—¿Está todo bien? —pregunta y solo ahí vuelvo a escuchar a Azalea.
—Me escuchas, Nolan…
—Sí, ¿a qué clínica dijiste que la llevaste?
—A la clínica Mencía.
—¿Qué? —expreso de inmediato—. ¿Por ahí?, ¿por qué no la llevaste a la clínica de Rodrigo? —exijo explicaciones.
—No sé, ella pidió que la lleváramos a esta clínica, pero ven, es importante que estés aquí. Va a nacer tu hijo.
—Voy para allá.
—¿Qué pasó? —pregunta mi primo exasperado.
—Se le adelantó el parto a Samara y la llevaron a la clínica Mencía —repito.
—Yo te acompaño —dice, y salimos de inmediato.
Llegamos al lugar y pido información de mi mujer y mi hijo. Una señorita me dice que la llevaron a la sala de partos. Que espere noticias.
Nos movemos a la sala de espera de obstetricia y encontramos a Azalea. Está sentada, a su alrededor no hay nadie. Mis ojos captan que tiene entre sus manos un denario, es la primera vez que la veo con uno y eso me hace pensar que las cosas están mal. Apenas nos ve, se pone de pie, noto en sus ojos que ha estado llorando y eso me preocupa.
—¿Qué pasó? —pregunto nervioso.
—Se puso mal. Estuvimos conversando y de repente sintió unos fuertes dolores en el vientre —comenta con la mirada perdida, recordando lo ocurrido. —Tengo miedo, Nolan, mucho miedo —dice y se me acerca buscando un abrazo. La rodeo con mis brazos, diciéndole que todo saldrá bien.
—Le faltaban varios días para la fecha del parto —comento, recordando la vez que fuimos a su control médico.
—No sé —sisea ella sin dejar de gimotear.
La espera se hace larga, cada segundo es una condena. No sé cuántas veces me he sentado, levantado y caminado a la espera de noticias, solo espero que salga algún médico y nos diga que tanto Samara como mi hijo están bien.
Omar se me acerca y me da una palmada en la espalda, dándome ánimo.
—Tranquilo, todo va a estar bien —susurra.
—No puedo dejar de sentirme nervioso, ansioso.
—Es normal, por lo sucedido, pero verás que con la llegada de mi sobrino y ahijado todo quedará en una discusión de marido y mujer y todo volverá a la normalidad.
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Editado: 17.04.2025