NOLAN
Sigo observando a la niña que duerme de lo más tranquila. Rápidamente, se la entregó a la enfermera. Y sigo pidiendo que me traigan a mi hija.
—Lo siento, señor, pero… —Recibe nuevamente a la pequeña—, ella es la hija de la señora Collins.
—No, exijo hablar con el médico que atendió a mi esposa.
—Pero es que…
—No me oyó —elevo el tono haciendo que la niña se despierte y empiece a llorar desesperadamente.
Abandono la habitación y armo un escándalo en el que los presentes se admiran, unos me ven aterrados, otros cuchichean a mis espaldas. Omar aparece y me acompaña sin decir nada.
Llega un doctor me pide que me calme.
—Quiero, exijo hablar con el director de este lugar. Primero me matan a mi esposa y ahora me entregan a una niña que no es mía. ¿Qué piensan? ¿Dónde está mi hija?
—Entiendo, señor Collins. Yo soy Eduardo Ramírez, director de esta clínica —extiende su mano y con desdén se la apretó. —Estoy al tanto de lo ocurrido y lo siento mucho, pero le aseguro que tenemos a personal calificado. Aquí nadie mató a su esposa y con respecto a… La niña, tampoco hay equivocación; mi equipo me contó lo sucedido.
—¿Qué me está diciendo? Que mi hija es esa niña.
—Señor, hay muchos factores que pueden incidir para que la niña haya nacido…
—¡No! Aquí algo está mal —comento con una leve corazonada que me dice algo que no me atrevo a pronunciar. Entonces escucho el llanto de Azalea, quien se va acercando.
—Nolan, todavía no me dejan ver a mi niña —chilla con voz desgarradora, completamente deshecha—. No puede ser. ¡Qué indolentes son! —dice y cuando la tengo a escasos centímetros de mí, le hago una pregunta decisiva.
—¿En tu familia hay… gente de raza negra?
Ella se calla de golpe, me mira a los ojos consternada. Frunce el ceño.
—¿Qué? —responde sin entender el porqué de mi pregunta. Veo el asombro en su rostro. —Claro que no, nosotros somos blancos, nunca nos hemos mezclado, ¿por qué habría negros en mi familia?
—En la mía tampoco —musito.
—¿Qué pasa? —pronuncia molesta.
—Pasa que la niña que tuvo mi mujer tiene la piel oscura y eso no puede ser.
—¡No! —exclama sorprendida.
—Exijo qué se nos hagan una prueba de ADN y prepárense porque les voy a poner una demanda.
—Señor, nosotros solo hemos hecho nuestro trabajo, pero usted está en todo su derecho.
—Quiero la prueba de ADN lo más pronto posible. Sé que en casos urgentes los resultados los obtienen en menos de 24 horas —explico.
—Sí, pero… —Intenta escudarse y lo mato con la mirada—. Así será, señor Collins, tenemos el equipo, los reactivos suficientes y al personal calificado…
—Mire, no me importa lo que tengan, solo hágalo, ¡ya! —demando autoritario.
—Claro, acompáñeme para que le tomen una muestra de sangre. Por favor —me indica el camino.
Omar y Azalea se quedan a la espera.
Me llevan al laboratorio, tomo asiento y traen a esa niña. Desvío la mirada para no verla.
—La muestra de su esposa ya la tenemos —indica un doctor mientras me prepara el brazo para tomar la muestra. Hace su trabajo y no espero nada más, simplemente abandono esa área.
Regreso con Omar, lo veo solo, pregunto por Azalea y me dice que fue a ver el cuerpo de su hija.
—¿Y tú no irás? —pregunta mi primo.
—No. Primero no soy capaz de verla sobre una plancha metálica… —Sollozo y me paso la mano por la frente, Omar se acerca y pone una de sus manos sobre mi hombro derecho—, y segundo no —me callo. No puedo completar lo que mi cerebro me está gritando.
El tiempo pasa, las preguntas me carcomen la mente, el alma, el corazón. Me duele la cabeza de tanto pensar, los ojos los tengo hinchados de tanto llorar.
Me casé enamorado, luché por mi relación. Mi madre no estaba de acuerdo con que me casara con Samara. Es una persona especial, muy clasista, y Samara no cumplía con sus expectativas, pero nunca le di importancia a sus rabietas, por eso siempre hemos vivido distanciados. Ahora no sé si contarle sobre su fallecimiento. Tengo tantas dudas, o mejor dicho, tengo miedo.
Azalea se acerca, me pongo de pie al verla.
—Ya me van a entregar el cuerpo de mi hija. ¿Qué hay que hacer? —pregunta sin dejar de llorar.
—Ya está arreglado, Omar se encargó de eso. La gente de la funeraria se va a hacer cargo de todo.
—¿Qué va a pasar ahora? —inquiere. La miro a los ojos.
—No sé —respondo y le doy la espalda sintiendo un vacío enorme.
—Señor Collins —me llaman doy vuelta y me encuentro con el director del hospital.
—Dígame —me acercó a él demostrando ansiedad, Azalea también lo hace y nos pide que lo acompañemos.
Nos encerramos en su oficina y veo papeles en el escritorio. Tomamos asiento, me mira a los ojos y siento algo de burla en sus gestos. Entrelaza sus manos e inicia.
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Editado: 17.04.2025