El amor no tiene color

5. Layan Collins.

Y aquí estoy cambiándole el pañal por tercera ocasión.
—Este va aquí, este va acá —digo pegando cada cinta adhesiva en los lados. Trato de mantener el tono ligero, pero el cansancio pesa en mi voz—. Ahora sí, estás limpia. Oye, me vas a llevar a la ruina, ¿sabes? Apenas son las once de la mañana y ya te voy cambiando tres veces, glotona —le digo mientras lucho para ponerle un pantalón. Se queda callada, se estira sobre la cama, y se queda tranquila.

Han pasado dos meses desde que decidí no darla en adopción. Han sido días extenuantes de mucho aprendizaje. Dos meses de noches sin dormir, días interminables y de un torbellino de emociones.

Son pocos días, lo sé, pero para mí han sido los más largos de mi existencia. Aprendí a cambiar pañales, darle biberón, sacarle gases, bañarla y cambiarla de ropa. Todavía me hago lío con las prendas, pero… Construyo enormes obras, no creo que me ganen unas prendas.

Descubrí que duerme más relajada después del baño nocturno. Aunque hay veces que igual se despierta, lo que me ha sacado ojeras y frustración también.

Tengo miedo, en estos días me he preguntado si es un acierto dejarla conmigo. Pero luego pienso en lo que me dijo Omar y cambió de opinión. Es cierto, yo a esta bebé la amé desde que supe que estaba en el vientre de Samara, el amor no pudo irse.

La miro, está moviendo sus piernas, las agita y vuelve a quedarse tranquila.

¿Qué habría pasado si tu mamá no hubiese muerto? ¿Qué explicación me iba a dar? ¿Con quién me engañó? Son las preguntas que aparecen de repente.

—Espero que haya sido buena idea haberte dejado aquí conmigo. Ahora eres una Collins, y eso significa mucho. Bienvenida a esta loca familia… hija.

De repente, Nancy aparece bajo el umbral de la puerta.

—Señor —habla bajo—. Ya llegaron las señoritas para el puesto de niñera y también el señor Omar.

—¿Ya? Ahora voy. Por favor, quédate con Layan —digo, levantándome de la cama.

—Sí, señor —dice y se acerca.

Bajo a la primera planta.

—¿Y mi ahijada? —Es lo primero que dice Omar cuando me ve.

—Está dormida, y no la vas a despertar porque luego se pone loca —busco su mirada—. Y yo estoy bien, primo, gracias.

—Sé que estás bien, de hecho, esas ojeras te delatan —esboza una mueca tonta. Las señoritas que vienen por el cargo están en la biblioteca esperando.

Vamos a ver qué tal.

—Espero que consigamos una, ya es hora de volver al trabajo y no puedo llevar a Layan conmigo.

—Te verías bien en las obras con ella en brazos —comenta, pero ignoro su sarcasmo. Me doy vuelta para tomar el camino hacia la biblioteca. Ingreso saludando a las mujeres que esperan. Ellas apenas me ven, se ponen de pie. Siento mucha tensión.

Las miro sin mirarlas mientras ocupo mi asiento.

No entiendo para qué hago esto, jamás en mi vida he seleccionado personalmente a alguien para ocupar un puesto de trabajo, siempre lo hace el personal de talento humano. ¿Qué es lo que busco? Esta niña me está cambiando demasiado la vida.

Suelto un suspiro.

Hay seis mujeres frente a mí, empezamos con la entrevista y solo dos tienen experiencia con niños pequeños o, mejor dicho, solo dos cumplen con lo que busco.

—Bueno, señoritas, ustedes han sido seleccionadas para la etapa final —dice Omar.

Ellas se miran, están nerviosas, lo siento.

—Eeeh. Como ven, estoy buscando una niñera que esté disponible al cien por ciento para mi hija. Como saben, soy el Director ejecutivo de Collins, constructora y tenemos dos filiales en Londres, Brasil y por eso siempre viajo y la niñera tendría que adaptarse a mi tiempo y horarios.

—Señor Collins, ¿está diciendo que la persona que quede tendría que viajar con usted o se quedaría aquí con la niña? Me lo aclara, es que no lo entiendo.

La mirada de Omar se posa sobre mí, está atento a mi respuesta.

—Viajaría conmigo, la niña… es pequeña todavía y no la pienso dejar sola. Obviamente, debe tener documentos en regla. Claro que voy a tratar de viajar menos.

—Yo, si tengo un inconveniente con eso, tengo un hijo y no puedo viajar… —habla la mujer más joven.

Realizo una mueca al escucharla. Declinó del proceso. Me habría gustado que se quedara, es más joven que Gloria, pero no me sirve si no puede cumplir con lo que pido.

—¿Y usted, Gloria?

—Yo no tengo ningún problema con eso. —Es más, puedo empezar ahora mismo.

—Mmm. Bien —le digo y luego me dirijo a la otra mujer—. Señorita, muchas gracias por su tiempo. Omar la acompaña a la salida mientras yo me quedo con la niñera de Layan. Va a firmar un contrato de confidencialidad.

—¿Confidencialidad? —se extraña. Omar, vuelve a ingresar.

—Sí. Nada de lo que usted vea y escuche lo puede replicar. Cabe recalcar que será bien remunerada.

—Yo haré lo que usted mande, señor Collins.

—¡Perfecto! —Estiro mi mano para estrechar la de ella. —¿Puede empezar desde hoy?




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