El amor no tiene color

7. Mi princesa de chocolate.

Cuatro años después

Londres

Hoy es un día muy especial, anoche arribamos a esta ciudad y hoy mi niña cumple cuatro años.

Quién lo diría cuatro años de la mejor aventura que he tenido. Una aventura cargada de risas, llanto, dolor, frustración, pero también alegrías. Layan vino a cambiarme la vida sin duda alguna. Es una niña lista, cariñosa, a veces hace rabietas, y se comporta de manera caprichosa, algo propio de su edad, no obstante, eso lo soluciono rápido.

A pesar de que hice que cerraran el programa de chismes, ellos causaron revuelo con sus comentarios y el resto de periodistas no han dejado de hablar de nosotros. Buscan a Layan como aves de rapiña, claro que estos al menos lo están haciendo con respeto y no con burla y sarcasmo como los otros. Sé que es algo que no voy a poder contener siempre y no solo por ellos, sino también porque Layan es lista y en algún momento voy a tener que responder preguntas que no quiero, que no sé.

Estamos hospedados en el JW Marriott Grosvenor House Londres vinimos a esta ciudad a la lectura del testamento de mi abuelo. Mi madre, quien ha buscado por todos los medios posibles una reconciliación, nos invitó a su casa; sin embargo, no acepté. ¿Cómo me reconcilio con ella si no acepta a mi hija? Hoy nos veremos y solo espero que no salga con comentarios desatinados delante de mi niña.

—¿Layan, ya estás lista? —le digo mientras cierro la maleta. Ya tengo el outfit que usará. Y como no obtengo respuesta, voy por ella al cuarto de baño. —Hija…

—Ya voy papi —responde, ingreso y la encuentro jugando con el jabón, mientras el agua de la ducha sigue abierta.

—Layan. Cuento hasta cinco y sales. Uno… —cambio mi tono de voz.

—Ya voy —refunfuña metiéndose bajo el chorro de agua, se quita el resto de jabón que tiene en el cuerpo. —Quiero meterme a una piscina llena de jabón para jugar —dice mientras cierro la llave del agua y le estiró los brazos con la toalla en mis manos. Ella viene hacia mí y la saco de la tina. Con una mano agarró otra toalla y se la pongo en el frondoso cabello que tiene.

—Podemos meternos en el jacuzzi de la casa, pero lo harás conmigo sola no, porque es peligroso, ¿entendido?

—¡Ajá! —responde asintiendo mientras la llevo a la cama. Me encargo de secarla y ponerle crema en todo el cuerpo.

—Yo me pongo mi braga. Este va adelante, ¿Cierto?

—Sí. Siempre fíjate la etiqueta o la marca va para atrás —le dejo claro.

—¡Para el culito! —grita graciosa, metiendo las piernas en su braga de color rosa. Antes de proceder con la ropa, me encargo de secarle el cabello. —¡Au! Papi, despacio, me duele —se queja y yo solo pienso en, ¿cómo voy a hacer para peinarla?

Rápidamente, le pongo una blusa de color rosa, un jean y sneakers.

—¿Y ahora? Como peino tu hermoso cabello —pregunto llevándola nuevamente al cuarto de baño. Los dos nos vemos por el espejo.

—Ponme crema —me explica cómo hacerlo, pero es imposible. No puedo. Respiro lo intento, y no sé por cuántas ocasiones pierdo la paciencia, así que se me ocurre una idea.

—Y qué tal si, te corto el cabello sería más fácil.

—¡No! —se hace a un lado y me mira con desconfianza. —¿Me vas a dejar calva?

—Sería lo ideal. Así nos ahorramos lágrimas y tiempo —intento seguir con la labor interminable de desenredarle el cabello, pero al final decido dejarla con el cabello suelto y la parte de adelante la recojo con dos lazos de color blanco. —Me quedó bien.

Mientras espera a que yo termine de vestirme la observo en silencio, está jugando con la muñeca que le acabo de regalar por su cumpleaños y descubro que mientras se le va secando el cabello se le van formando unos hermosos rizos.

Una vez listo, bajamos al restaurante para desayunar y en pleno lobby nos encontramos con Omar, quien viene acompañado de su novia.

—¡Tío, tío! —se suelta de mi mano y sale corriendo.

—¡Mi muñeca! —exclama él y la recibe en sus brazos. —¿Cómo está la cumpleañera más hermosa del mundo? —le da una vuelta en el aire—. Feliz cumpleaños, mi amor —la llena de besos, la señorita que lo acompaña lo mira maravillada.

—Gracias, tío hermoso —expresa, abrazándolo del cuello y llenándolo de besos. Omar nos presenta a la Cristina Rodríguez, ya lo había escuchado hablar de ella, pero es la primera vez que los veo juntos.

—Feliz cumpleaños princesa —dice Cristina y Layan educadamente le da las gracias, esboza apenas una mueca dejando claro que esa efusividad solo es exclusiva de su tío.

—Vamos a desayunar —interrumpo la muestra de amor. Nos dirigimos al restaurante y Omar es incapaz de bajarla, la lleva en brazos y ella, pues, feliz.

Llegamos al restaurante cada quien ocupa su lugar en la mesa, mi hija está a mi lado y me doy cuenta de que no le quita la mirada a Cristina.

Nos traen nuestros platos. A Layan, le pedí hot cakes con miel y fruta.

En tanto, los tres pedimos lo mismo el famoso desayuno inglés que consiste en tiras de beicon, huevos fritos, salchichas, alubias, tomate frito y champiñones, todo esto acompañado por una tostada y jugo.




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